Pacto de Fidelidad y Alianza de Amor
Autores: Federico e Isabel Suvá – Obra Familiar de Salta
Hace ya muchos años, el Padre Guillermo Carmona, por entonces Director del Movimiento de Schoenstatt, comenzaba su primera charla en una reunión de delegados en Florencio Varela diciendo: “Si tuviéramos que sintetizar en una palabra la Historia de la Salvación, esa palabra sería <ALIANZA>”.
La historia de la relación de Dios con los hombres, y en particular con su pueblo elegido, está signada por una sucesión de alianzas, de pactos, sellados entre él y los hombres.
En ellos, Dios se compromete a acompañar y proteger a los hombres y éstos, a seguir su Voluntad, a serle fieles. Siempre es Dios quien toma la iniciativa. Siempre es Dios el que se compromete primero. Y siempre es el hombre el que, inexorablemente, termina incumpliendo el pacto, rompiendo la alianza.
Dios selló alianzas con Noé antes del diluvio, salvando al género humano y a todas las especies animales de su desaparición, a cambio de que las nuevas generaciones no se apartaran del camino marcado por Él desde toda la Eternidad y prometiendo que nunca volvería a enviarle un castigo semejante. Pero los hombres no cumplieron su parte del pacto y volvieron a perder el rumbo querido por Dios.
Así también Dios sella alianzas con Abraham, prometiéndole una gran descendencia. También con Moisés, a quien entrega las Tablas de la Ley para que no quedaran dudas de lo que quería de su pueblo. Pero, tal como afirman los profetas, su pueblo una y otra vez vuelve a traicionar la fidelidad a su Dios, vuelve a romper las alianzas con Él.
Siempre es Dios quien se acerca al hombre y se compromete con él en un pacto, en una alianza. Y siempre es el hombre el que incumple con su parte del pacto, el que rompe la alianza.
La Historia de la Salvación tiene un punto culminante, un momento de cambio substancial en la relación entre Dios y los hombres: la encarnación del Hijo de Dios, Jesucristo, el Redentor.
Y este cambio se produce también en el modo de aliarse Dios con los hombres. Ya no hay una nueva promesa por parte de Dios a los hombres: Jesucristo es la promesa cumplida. Jesucristo es la Alianza. Es la Alianza nueva y eterna, que se sella con su sangre en la cruz.
Pero esa encarnación del Hijo requería de la participación de una mujer dispuesta a recibirlo en su seno virginal. Esa mujer fue María, quien ante el anuncio del Ángel respondió, llena de temores y dudas: “que se haga en mí según tu voluntad”. Ese fue también un pacto, una alianza entre el Señor y María. Dios se acerca a ella y le propone ser la madre de su Hijo, ser partícipe fundamental de la Redención. Y ella acepta. Como siempre, a lo largo de la historia se había aceptado el acercamiento y la propuesta amorosa de Dios al hombre. Hombre que siempre se había comprometido a cumplir su parte y siempre había sido infiel a su promesa.
La gran diferencia es que María dio un Sí definitivo. Y se mantuvo, desde ese momento y hasta el pie de la Cruz, fiel a su compromiso. Ella se convierte en nuestra Corredentora.
La Santísima Virgen María, la Madre de Dios, es venerada en una gran cantidad de advocaciones. Todas ellas responden a distintos motivos: momentos históricos, lugares, tradiciones o apariciones, y todas ellas acentúan alguna de las incontables virtudes y facetas de María. Así también se dio origen a una enorme cantidad de órdenes de religiosas y movimientos dentro de la Iglesia, cada uno con su carisma y particularidad.
En nuestro Movimiento veneramos a la Madre tres veces Admirable de Schoenstatt, “la Mater”, asociada desde el origen a un lugar: Schoenstatt, en Alemania, y su Santuario. Y nos vinculamos a ella de modo especial a través de un pacto, de un compromiso mutuo entre la Mater y nosotros: la Alianza de Amor. Esta Alianza, sellada una vez y renovada de manera continua en nuestras vidas, se sintetiza en una frase: “Nada sin ti, nada sin nosotros”.
María se acerca a nosotros, se instala en el Santuario, y desde allí nos convoca para que vayamos a su encuentro, nos sintamos cobijados, interiormente transformados, sellemos nuestra Alianza con ella y salgamos impulsados al apostolado.
La Santísima Virgen María no es Dios pero, a su “imagen y semejanza”, también se acerca al hombre para sellar pactos, alianzas. En nuestro caso, la Alianza de Amor. Y al igual que Dios a lo largo de la Historia de la Salvación, ella vuelve a acercarse a nosotros a pesar de nuestras caídas, de nuestros abandonos, de nuestras infidelidades al compromiso asumido, para llevarnos de la mano hacia su Hijo y con Él, al Padre.
Como Familia de Schoenstatt en Salta nos acercamos a la celebración de nuestras fiestas patronales en honor al Señor y a la Virgen del Milagro. En ellas todo el pueblo rinde homenaje a sus patronos como testimonio de gratitud por los milagros ocurridos en los terremotos del 13 de septiembre de 1692. En esos momentos tan dolorosos los salteños rogaron al Cristo del Milagro, quien hizo cesar los temblores, y en ese momento reconocieron a la Santísima Virgen del Milagro como su gran intercesora.
Esa devoción se fue arraigando en los corazones salteños hasta nuestros días y miles de peregrinos de toda la provincia y de otras regiones del país se movilizan para llegar a la ciudad y así expresar su amor y agradecimiento. Para culminar con las celebraciones, el 15 de septiembre en la solemne procesión con las imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro, se renueva el Pacto de Fidelidad entre el pueblo y sus Santos Patronos; el mismo que sellaron sus antepasados cuando sintieron su fragilidad frente al poder de la naturaleza.
Lema del Pacto de Fidelidad: Nosotros somos tuyos y tú eres nuestro.
La Alianza de amor la sellaron el Padre Kentenich y sus discípulos en el tiempo trágico de la guerra, también cuando sintieron la proximidad de la muerte.
Lema de la Alianza de Amor: Nada sin ti, nada sin nosotros.
Si analizamos en profundidad esos compromisos encontramos íntimas coincidencias que nos revelan que la Santísima Virgen es el camino más directo para llegar a su Hijo, es la gran intercesora.
Los dos lemas son categóricas afirmaciones que indican plena pertenencia: “somos tuyos” “nada sin nosotros”. Y expresan una profunda intimidad de amor Madre/hijo.
Cada vez que renovamos nuestro pacto de fidelidad y nuestra alianza de amor sentimos la presencia del Amor Providente que nos guía en la vida. Nos muestra que en distintos tiempos y lugares el Padre nos busca incansablemente, nos espera con paciencia y nos regala oportunidades para nuestra conversión.