Bodas de Oro Sacerdotales del P. Alberto Meroni

Bodas de Oro Sacerdotales del P. Alberto Meroni

Autor: P. Daniel Jany – Federación de Presbíteros de Argentina

Hace unos días tuvimos la alegría de celebrar los 50 años de la ordenación del P. Alberto Meroni, primer sacerdote diocesano de Schoenstatt de Argentina e integrante de la Federación de Presbíteros.

El 7 de setiembre a la tarde nos reunimos con Alberto y algunos representantes de aquella primera generación en el Santuario de la Liberación. El 8 de septiembre, en la fiesta de la Natividad de María, fue la celebración central con una Misa en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, de los Salesianos, a cuyo colegio concurrió Alberto y donde presidió por primera vez la Eucaristía. La prédica estuvo a cargo del Obispo Auxiliar Monseñor Jorge González.

El sábado 9 continuamos la celebración con la Misa en el Santuario junto a toda la familia platense. Tanto en la Misa del 8 como en la Celebración en el Santuario con la Familia el 9 estuvieron a disposición el Cáliz y la Casulla regalados por el P. Kentenich al Santuario de La Plata.

Fueron jornadas de muchas bendiciones que nos mueven a una gratitud muy especial por la vida, testimonio y fecundidad de nuestro querido Padre Alberto.

Homilía de Monseñor Jorge González

Hoy, nos  congregamos para celebrar, festejar y agasajar a la Virgen María y al P. Alberto… Sí, cada 8 de Setiembre la Iglesia conmemora la natividad de María, en el día en que se consagró en Jerusalén la basílica construida sobre la casa de Santa Ana, la madre de la Virgen, coincidiendo además con el día en el que se abre el año litúrgico bizantino. No sorprende que como tantas otras fiestas litúrgicas surja antes en el Oriente Cristiano que en Occidente. Recién en el Siglo VII el Papa Sergio la introduce en el calendario litúrgico (Santa María La Mayor).

Refugio, consuelo, auxilio, protección. Invocar a María significa recordar todo esto, pero también la madre de Jesús, para nosotros pueblo de Dios, es modelo de vida, camino, garantía de lo auténticamente humano, ejemplo preclaro de confianza y entrega.  Decimos María y nos descubrimos hijos, aliados; nos sentimos cobijados, transformados, enviados. Ella es nuestra Madre, Reina, y Educadora.

A muchos puede sorprender lo poco que nos cuentan los evangelios de María.  Desearíamos quizá  saber más de ella, pero su presencia  discreta, es  clave en la Historia de la Salvación: nos ayuda a descubrir como nuestra vida, la va trazando el Señor; todo es fruto de un amor infinito que pide nuestra libre colaboración.

Envueltos en este clima Mariano, te abrazamos también con cariño en esta tarde Alberto, festejando juntos tus cincuenta años de presbiterado, “tus Bodas de Oro Sacerdotales”. Lo hacemos con gratitud, por el camino que el Señor nos permitió recorrer juntos, por tantos momentos y vivencias compartidas, por tantas bendiciones que hemos recibido a través tuyo.

Este día no es sólo una feliz coincidencia, (me refiero al cumpleaños de la Virgen y a tu aniversario de Ordenación), sino que creo que nos revela más bien el “misterio de tu sacerdocio”, es imposible reconocerte si no es en esta unión estrecha, profunda, con María. Tuviste un buen maestro para aprender este camino, el P. José Kentenich … estoy seguro que tu presbiterado, sin la influencia cercana y el ejemplo del padre Kentenich no habría sido lo que es. Con él aprendiste a amar a la Trinidad como una realidad suprema, cercana, familiar. Con él aprendiste  amar a María y por la Alianza tomarla como Madre, Compañera y Colaboradora sacerdotal. Por él aprendiste amar a la Iglesia real, la que es, y amarla con sus luces y sus sombras, como se ama a la madre. Intuyo también que mucho ha tenido que ver con la gran motivación de tu vida, con tu Ideal sacerdotal, que desde los primeros pasos ministeriales, en tus pobrezas y fragilidades, haz querido  encarnar: “Guiado por María, Sacerdote de Jesucristo, para gloria del Padre”. (Así aparece aún escrito en las ya antiguas y amarillentas estampitas!)

Los que estamos hoy acá, además de muchos otros, nos sentimos junto a vos, protagonistas y testigos de tu camino. Por lo que no pretendo hacer una reseña histórica de todos estos años, sería imposible, resultaría parcial e incompleta, siempre faltaría algo! Sino más bien, me gustaría dar algunas pinceladas, que refresquen nuestra memoria y nos motiven a seguir evocando personas y acontecimientos, en fin el paso de Dios –en su ministro-  entre nosotros…

Te Ordenaste muy joven. Corría el año 1973. Un clima agitado. Tiempos de cambio. Llamaba mucho la atención a todos los chicos y chicas de aquel entonces – obviamente todos y todas querían confesarse con él y no con los viejos párrocos! Historia que se repite siempre, aclaremos…  Varios años de Vicario en la Parroquia del Valle donde dejaste una huella grande, primero con Montes, después con el querido Mons. Sirotti. Supieron formar un equipo de lujo.

Tu porte juvenil, que alguna vez lo tuviste, movilizó en aquellos años a muchos jóvenes y adolescentes. Simpático, cercano, tocabas la guitarra, y hasta cantabas algunos hits del momento! Tu ministerio traía una propuesta de Iglesia que se había nutrido de la teología del C.V.II. La gente decía: es un cura moderno! Cosa que en no pocas ocasiones, para los más “tradicionales” podía no ser tan bien visto. Te tocó ser “moderno” en tiempos difíciles.

Desde aquellos inicios siempre mostraste capacidad de acompañar espiritualmente a jóvenes y a matrimonios; cargando de espiritualidad las iniciativas comunitarias, de modo que los grupos fueran verdaderos “grupos de vida”. Supiste inspirar y despertar en los jóvenes ideales nobles, ganas de jugarse por entero… que con cierta actitud moderada típica de tu persona, evitó radicalizarlos en opciones que entonces fácilmente se unilateralizaban y conducían inclusive a la violencia política. 

Después de estos primeros 5 años, te convertiste en el flamante y joven párroco del Pilar. Una comunidad que te moldeó también tu corazón de pastor. Y siguió la siembra con un fuerte carisma de “inspiración y  espiritualidad”.

Por aquellos años también comenzó a asomar un don particular para acompañar a los jóvenes en el discernimiento vocacional. Muchos seminaristas te buscaron como guía espiritual. Tu opción por Schoenstatt no sólo alimentó tu camino espiritual, sino que se convirtió en tu pasión… el Santuario, la Federación de Presbíteros, la Mater. Mundo que no impusiste a nadie… pacientemente siempre esperaste que las inquietudes salieran del corazón de los otros, y entonces sí, ahí intervenías, animabas, conducías…

No saliste del Pilar igual que como habías llegado años antes…  a decir verdad, por todas las parroquias o espacios pastorales donde te tocó ejercer el Ministerio maduraste. Aprendiste a compartir más con la gente, supiste ser más flexible en tus criterios, tuviste que romper varios de tus esquemas.

Estoy seguro que desde que comenzaste a preparar interiormente este “Jubileo”, muchos tiempos de oración en el que es hoy tu lugar, en el campo, se enriquecieron con la evocación de las comunidades parroquiales que te fueron confiadas… San Pablo en el Mondongo; Nuestra Señora de la Salud en los Hornos; San Luis Gonzaga en Villa Elisa; Nuestra Señora del Carmen en Tolosa; San José y San Ponciano en el Casco histórico de La Plata. Tampoco faltaron los rostros de tantos hermanos y hermanas que desde su apostolado laical compartieron camino: del Movimiento Familiar Cristiano, del Movimiento de Cursillo, Jornadas de Vida Cristiana, del Secretariado para la Familia, del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, por mencionar algunos. La vida consagrada, seguro, tuvo también su lugar. Te tocó acompañar a varias comunidades religiosas, y supiste ganarte el cariño de muchas de ellas que te trataron muy bien. (Las Apóstoles te recibieron un buen tiempo en su casa). En este tiempo de gustar, rumiar en oración con Jesús lo vivido, pienso que tu paso insistente en el campo de la Formación Sacerdotal, sea en el Seminario San José (tanto en Villa Elisa como en La Plata) sea en el Seminario de la Santa Cruz de Lomas de Zamora, seguramente ocupó también su lugar.

Con todo esto, con tu vida, hoy sobre el altar de esta Basílica, hacemos Eucaristía.

Es una ocasión muy especial… por eso quizá estoy abusando un poco de la paciencia de ustedes… pero celebrar un Jubileo es encontrarnos necesariamente con la vida concreta de una persona, en esta oportunidad del querido P. Alberto. Una vida con luces y sombras, dones y fragilidades, que se convierten en un signo luminoso de la fidelidad y del amor de Dios Padre que no nos abandona.

Termino compartiendo con ustedes unos breves fragmentos de escritos inéditos de dos sacerdotes ejemplarísimos: Sacerdotes Santos; uno es ya San Oscar Romero (Arzobispo en El Salvador) y el otro, el Siervo de Dios, cardenal Eduardo Pironio (¡que esperemos pronto sea beatificado!). Mientras el cardenal Pironio predicaba un retiro a los obispos, Oscar Romero tomaba las siguientes notas: “La meta de nuestra peregrinación, de nuestro esfuerzo es el hombre nuevo. Envejecemos, pero nos vamos haciendo nuevos, madurando a una vida nueva. La fidelidad al Espíritu nos va haciendo más jóvenes, más nuevos (…) Reflejar el hombre nuevo en nuestro ministerio. Renovarnos en la oración, en el estudio, en la escucha de la palabra de Dios. Soy maestro auténtico, pero a cambio de oír, orar, mortificarnos en ciertas cosas que ya no van…, no lo novedoso, pero si lo auténtico; el paso de lo antiguo a lo nuevo, en Cristo, no es destrucción sino enriquecimiento de unos valores. Viejo y destrucción solo el pecado. Trabajar en mí el hombre nuevo que Dios y el tiempo me piden. Se nos confió el ministerio de la reconciliación… La iniciativa es de Dios y se manifiesta en su venida, en la encarnación. Hemos sido elegidos: “Llamó a los que Él quiso” Lc 6,12. No es nuestro mérito, sino misericordia de Dios. ¿Para qué? Para ser los testigos universales de su muerte y resurrección, con alegría y esperanza. Alegría que pasa por la cruz. La condición indispensable: convivencia con Cristo”.

¡Qué impresionante… un santo predicaba y otro santo tomaba apuntes!

Querido Alberto, en tu peregrinación estás envejeciendo… que también la  fidelidad a la Alianza de Amor te vaya haciendo nuevo.

Que así sea.