José Kentenich, ser humano
Autor: Hugo Barbero
Su llegada fue en medio de la oscuridad. No era esperado. Seguramente su llegada no estuvo acompañada por la alegría y el carácter de celebración propios de todo nacimiento.
En su partida dejó tras de si un camino de luz que iluminó e ilumina la vida de incontables seres humanos.
Su nombre es José Kentenich.
Entre esos dos momentos transcurrió su vida.
Ese viaje no lo hizo en primera clase precisamente, fue un pasajero del furgón de cola de la Iglesia.
José Kentenich fue un HOMBRE múltiple. Puede contemplárselo en sus roles de sacerdote, profeta, fundador, renovador, escritor prolífico, padre espiritual de muchos. Su conciencia de misión, la variedad de sus saberes, su ardor apostólico, su capacidad de resiliencia hacen de él un HOMBRE admirable….pero no infalible. No lo eximen de la limitación propia de quienes compartimos con él la condición humana.
Es justamente ese, el SER HUMANO, el que debemos rescatar. La persona con su multiplicidad de dones, pero también con sus carencias, limitaciones, errores y debilidades.
No fue esa la imagen que llegó hasta nosotros.
Se nos hace necesario, más que necesario, imperioso recuperar una mirada realista sobre José Kentenich HOMBRE, pero también sobre nosotros mismos como Movimiento de Schoensttat.
Una mirada realista, verdadera es, necesariamente, una mirada humilde.
“Humildad es verdad” según Sta. Teresa de Ávila.
Y la verdad nos dice que nosotros no somos un movimiento perfecto que requiera, entonces, un fundador perfecto. Nada de lo humano y nadie humano, requiere de la perfección para ser considerado como bueno, útil, necesario, trascendente. Por nuestra condición de creaturas se nos hace cercano un fundador que sea NADA MENOS QUE HUMANO.
Debemos contemplarlo en su realidad, en toda su humanidad.
“Debo educarme para adquirir una libertad mayor y tener criterios más amplios” (J. Kentenich, “En libertad ser plenamente hombres”, pág. 263).
Tener la libertad y audacia de ver a un fundador con el cual compartimos una realidad que nos es común…la de ser pecadores perdonados.
Junto con esta visión realista debemos contemplar su vida con una mirada agradecida por el enorme don que el Padre Dios nos ha hecho con su persona.
“La gratitud es un sentimiento que emana de la humildad”.
Agradecemos por el HOMBRE que camina junto a nosotros, nos es más cercano alguien con piernas para caminar, no con alas que lo hagan volar y lo lleven a ser inalcanzable.
Este llamado a la madurez que Dios nos hace, es un llamado a una fe adulta, pero no reñida con una FILIALIDAD HEROICA, una fe serena, confiada, desprovista de triunfalismo. Pero también una fe agradecida, generosa en la comprensión y en el perdón, una fe que sea AUDAZ EN EL RIESGO.
José Kentenich, el niño que un día como hoy Dios regaló al mundo, lo hubiese querido así.