Cuaresma en el desierto
Autor: Hugo Barbero
Es árido el desierto.
Está hecho de soledad y silencio.Un suelo arenoso o pedregoso desprovisto de vegetación y solo habitado por reptiles.Tormentas de arena y temperaturas extremas que van de un calor abrasador durante las horas de sol a un frío casi polar durante las noches
El viento como única compañía.
No es, ciertamente, un destino turístico.
El Sahara, el desierto de Gobi, el de Sonora, el de Atacama…todos ellos y otros, responden, con particularidades propias, a una descripción como la que figura al comienzo de estas líneas.
El desierto, todos ellos, parecen ser la nada misma.
Yo también tengo uno.Un desierto.Mío.
Tiene una particularidad que lo hace muy especial…es un desierto en movimiento, va conmigo a todos lados.Yo lo transporto y él, dócilmente, me sigue a mi.
Pero, a diferencia de los otros espacios desérticos, es el escenario de una lucha tan silenciosa como intensa.Los contendientes son dos: el Espíritu y el tentador.
No entiendo muy bien por que han elegido un territorio tan árido, como mi desierto personal, para dar su batalla. Sin embargo allí están.
Uno de ellos, el tentador, debería ser llamado como ” el seductor “. Apela a mis deseos más oscuros, alimenta mi ego, me ofrece placeres de todo tipo y me impulsa a buscar compensaciones que me reconforten ante mis temores y fracasos.
Estoy tentado de seguir al tentador, es la verdad.
Sin embargo intuyo que promete mucho y cumple poco. Sé muy bien que miente.
El Otro, el Espíritu, me ha enseñado que se puede comprar la risa pero no la alegría, que es fácil comprar el placer pero que se requiere de un trabajo artesanal para construir un gran amor, que se puede comprar una cama pero eso no asegura el sueño.Me ha enseñado que la virilidad es infinitamente superior al machismo, que exhibir no significa necesariamente irradiar.
He recurrido a la ascética para vencer al tentador/seductor. Me he dejado llevar por un voluntarismo meramente naturalista que ha hecho de la renuncia un fin en sí mismo, en lugar de vivirla como un medio para liberarme de lo que me esclaviza y me impide vencer mi individualismo y experimentar el gozo de donarme libremente, de ser aquel con el cual Dios soñó desde siempre.
Tarde años, muchos, en vivir mi desierto como regalo.
El espíritu me susurró al oído “Tranquilo, no hay virtud que no deba ser probada en la tentación”.
Ese mismo Espíritu, que visita mi desierto, me ha dicho que el Amor es la ascética más exigente ya que me invita a “hacerme” paciente y servicial, a “hacerme” comprensivo y misericordioso, a no tener en cuenta el mal recibido, a no alardear con los dones que Dios me ha regalado.
A mi ascética voluntarista de cumplimiento la engrandeció a través de la Gracia….a través del amor de Dios actuando en mi vida.
Esa Gracia no está en oferta, llega suplicándola en Oración, en soledad y silencio.
En el desierto. En TU desierto.