El regalo del primer Padre de Schoenstatt cuyano
Autor: P. Guillermo Carmona
La vocación sacerdotal, como la fe y el amor, es un tesoro que Dios regala, pero que se lleva, como afirma San Pablo, en vasijas de barro (1Cor 4.7).
De allí que junto con agradecer la vocación de Agustín, debamos pedir por la fidelidad de quien ha sido agraciado con el don del sacerdocio. Las cosas preciosas deben cuidarse para que nadie las robe. Aún más, todo tesoro debería conservar su belleza original: cuanto más pase el tiempo, más precioso debería verse.
Estos días hemos vivido como Familia de Schoenstatt de Mendoza la experiencia de la centralidad del llamado, del encuentro y del amor.
La vocación sacerdotal no es invento humano, sino llamado de Jesús: “Él subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14).
Nos alegra que también hoy Jesús camine por las “Galileas” de este mundo, invitado y esperando una respuesta: “Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: ‘Síganme, y yo los haré pescadores de hombres’. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron” Mt 5, 18-20).
Agustín nos ha dado algunas pistas para comprender en algo los presupuestos del llamado: María ha sido el gran instrumento de Dios para sembrar la intriga por el sacerdocio. La juventud masculina fue ambiente propicio para germinar la vocación, también ayudó el testimonio de algunos hermanos mayores en Schoenstatt y su familia natural, especialmente sus padres, que sembraron los valores de la fe, el aprecio por la Iglesia y quizás por la vida consagrada. La presencia liberadora de la gracia y la paciente acción del Espíritu Santo hicieron madurar la vocación.
Para seguir a Jesús hace falta algo de audacia, valentía y la confianza irrestricta de que quien comenzaría la obra la llevaría a buen fin. También hace falta mucha paciencia, ya que el camino ha sido largo.
Mientras tanto, nosotros, Familia de Schoenstatt especialmente de Mendoza, seguiremos acompañando a Agustín con nuestra oración. No sólo pedimos al dueño de la mies que envíe trabajadores para la misma (Lc 10,2), sino que los acompañe muy de cerca para que jamás se opaque el fuego del primer amor. La donación de Jesús deberá estar siempre muy presente: “He ahí a tu madre” (Jn 10,27-29). Es el clamor que surge del amor. Gracias al Padre de Misericordia por tanta bondad y caricia a sus hijos.