Muerte y vida: un camino de trascendencia
Autor: P. Santiago Ferrero
Noviembre es para la Iglesia un mes que nos remonta a la eternidad. El 1 de Noviembre celebramos a todos los santos, a esos de nosotros que ya han alcanzado la meta: el Cielo. Al día siguiente pedimos por los fieles difuntos, aquellos de nosotros que habiendo terminado el camino de la vida, se confían a nuestra intercesión para que, purificados por la Misericordia de Dios, puedan también entrar en el Paraíso. Esta fe en la triple realidad eclesial: la Iglesia triunfante (santos), la Iglesia purgante (difuntos) y la Iglesia militante (nosotros) la profesamos en el Credo y la celebramos “en comunión con toda la Iglesia” en cada Eucaristía. La fe nos regala un modo propio de mirar la realidad y no debemos dejar que nos roben esa esperanza.
Vida que se transforma
Sin querer se nos ha metido una mentalidad pagana que transforma la muerte en algo terrorífico. A veces miramos la muerte solo en su aspecto doloroso, de soledad y corrupción. Otras veces preferimos no verla, eliminarla de nuestro día a día. Signos de esto son la cada vez más baja concurrencia a responsos y ritos de exequias o la negativa a que los niños participen de ellos.
El cristiano “no se muere” en sentido pasivo, como quien llega al fin de todo; sino que “muere”, entrega su alma al Creador. Al morir retorna a los brazos de Dios que lo acoge y lo recibe en la Vida. Por eso San Pablo afirma “si hemos muerto con Cristo, -si hemos participado de su modo único y nuevo de morir- creemos que también viviremos con él” (Rm 6, 8). Decir muerte para los cristianos es decir nuevo nacimiento; por eso en los ritos de exequias aparecen los mismos símbolos que en el Bautismo: el cirio encendido, símbolo de la Resurrección y la vida, la vestimenta blanca de la humanidad transfigurada, el agua bendita que nos regala/recuerda la dignidad de hijos de Dios. La fe en Cristo integra lo que nadie puede unir.
Cinerarios, una nueva dimensión pastoral
Hace tiempo que en algunos de nuestros Santuarios de Schoenstatt, lugares de vida por antonomasia, se han abierto cinerarios, lugares donde los restos de nuestros seres queridos difuntos esperan la Resurrección. En nuestros Santuarios también la realidad de la muerte se abraza -no se rechaza- y se abre a la trascendencia que nos ganó Cristo y que hoy nos recuerda desde su Santuario, nuestra Madre María.
Son varios los Santuarios argentinos que trabajan en este camino pastoral. Hoy les compartimos los testimonios de algunos de ellos que nos cuentan de qué manera influye en la vida de cada familia la integración de un cinerario.
Un signo de misericordia
En el año 2017 se bendijo el Cinerario del Santuario de las Nuevas Playas en Mar del Plata. Isabel Meijomé de Finochietto es una de las integrantes del equipo que trabajó en su construcción y que hoy acompaña a los peregrinos que eligen el lugar para dar a sus difuntos una morada definitiva. El equipo se encarga del registro de documentación y de la recepción de contribuciones económicas para el mantenimiento del predio. Pero fundamentalmente, ven en su tarea la invitación a vivir la misericordia.
“Escuchamos a las personas, acompañando y respetando su duelo, empatizamos con sus sentimientos y les proponemos cultivar una espiritualidad con la esperanza de la resurrección en Cristo.
Desde hace años se ha evidenciado el anhelo de las familias de depositar en el predio del Santuario, tierra de paz y bendición, las cenizas de los seres queridos, no habiendo estructura física ni acompañamiento espiritual, las mismas eran dispersadas en cualquier lugar, en acciones individuales y desordenadas. Ante este signo de los tiempos el tema de la muerte y del más allá, es asumido desde el más acá, y plantea el desafío de mostrar que somos testigos de la vida eterna.
Acompañamos a los familiares y amigos del difunto en el momento del responso celebrado por el P. Juan Cruz Mennilli, capellán del Santuario estableciendo un vínculo de contención emocional y espiritual. Al finalizar los invitamos a sumarse a la oración en las misas dominicales y cobijarse en Jesús y María en el Santuario de Schoenstatt”.
Acompañar la última peregrinación
La familia de Schoenstatt de Mendoza inició hace un tiempo la construcción de un cinerario en el predio del Santuario. Daniel Chamorro nos cuenta que “el proyecto surgió como un sueño: con frecuencia nos encontrábamos con peregrinos que, más o menos a escondidas, depositaban las cenizas de sus familiares en los rincones más ocultos. La reiteración de estos hechos nos llevó a buscar alternativas para impedir estas acciones furtivas, pero que encerraban un germen cariñoso de vinculación.
No demoró en hacerse evidente que la mejor manera era integrar estas acciones rituales populares e informales en una pastoral que diera una respuesta lícita a esta necesidad. Después de más de 40 años desde la bendición del Santuario, peregrinan juntos generación fundadora, sus familias, nuevas vocaciones, proyectos de familia… las vidas de muchos peregrinos se han ido proyectando alrededor del Santuario: se ven jóvenes que se han enamorado en el predio, parejas que se han comprometido ante la Mater, matrimonios que se han formado y hecho fecundos en este Nazaret cercano. ¿Por qué no encauzar también los momentos en que nos despedimos para emprender la última peregrinación hacia el Padre?
Como punto vinculación, creemos que nuestra misión también se verá fortalecida con una Pastoral de Cinerario que invitará a las familias a vivir el misterio de la Pascua prometida a la luz de las gracias del Santuario: cobijo, transformación y envío para una Iglesia que peregrina y triunfa.
Lentamente se fue avanzando en la proyección. No faltaron los imprevistos que postergaban el sueño, tal vez interpuestos por Dios para comprobar nuestra persistencia y la tenacidad del deseo. Hoy ya se encuentra la obra avanzada, y este sueño de dejar parte nuestra como Capital de Gracias a los pies del Santuario en el momento de partir al Padre, va viendo la necesidad de profundizar la conquista espiritual y escudriñar ya no en las razones naturales de nuestro deseo, sino en las sobrenaturales: ¿qué espera Dios de este Cinerario?
En camino, seguimos escrutando la voluntad del Padre y haciéndole saber que, de parte nuestra, no queremos alejarnos nunca de la sombra del Santuario.
Unidad en la trascendencia
Julia Deharbe es paranaense, tiene una larga historia en la Juventud femenina y está a punto de recibirse de arquitecta. Hace algunos meses la familia del Santuario de La Loma le encargó que junto a otros profesionales diseñe un cinerario para el predio.
“Como aliados de María y parte de la familia de Schoenstatt, recibimos esta misión con profundo compromiso y gratitud. Construir un cinerario en el Santuario de La Loma es mucho más que erigir un espacio para los restos de nuestros seres queridos. Para nosotros como proyectistas fue crear un espacio que representa nuestra Alianza de Amor, nuestro vínculo con la Madre Tres Veces Admirable, un lugar que unifica la historia de la familia de la Loma y la de aquellos que ya descansan en el amor eterno de Dios.
Pensamos en un espacio que trascienda generaciones, que re-signifique la unión de la familia de Schoenstatt en su esencia más pura, permitiéndonos recordar a quienes nos precedieron y nos regalaron este carisma. Tal como lo expresó nuestro Padre y Fundador, “la familia debiera constituir una unidad de vida orgánica”, y es este mismo sentido de unidad el que buscamos expresar en el cinerario, donde regalemos un espacio de cobijamiento y de oración.
Este lugar simbólico, en la intersección entre el Ranchito y el Santuario, donde el bosque se abre a la loma, nos conecta con los tres puntos de contacto de Schoenstatt: el vínculo con el Padre Kentenich (en el Ranchito), con la Mater, y con el Santuario mismo. Con humildad y amor, nos acercamos a esta tarea, pidiendo a María que permanezcamos enteramente como sus instrumentos. Confiamos en que este cinerario, rodeado de oración y encuentros eucarísticos, se convierta en un lugar predilecto, eterno de paz y esperanza para quienes lo necesiten, en donde haya unidad entre aquellos que están en la tierra y aquellos que fueron hacia el Padre, por medio de su alianza a María siguiendo el precepto: De tu mano Madre, hasta la puesta de sol”.