Pascua – Vida nueva en abundancia
Autor: P. José Javier Arteaga – Padres de Schoenstatt
Una gran alegría llenaba el ambiente. Estábamos en la entrada de la iglesia, en torno al fuego. Encendimos el cirio pascual y caminamos en la oscuridad guiados por su brillante luz. Y nuestra voz resonó en el templo, tres veces: “¡Luz de Cristo! ¡Demos gracias a Dios!”
El sábado santo por la noche los cristianos a lo largo y ancho de todo el mundo nos reunimos en las iglesias para celebrar con devoción y alegría la resurrección del Señor. Cristo resucitado con Su Luz de Vida ha quebrado la oscuridad de la muerte y del pecado; Cristo resucitado con Su Luz de Verdad ha iluminado las tinieblas de la mentira y la corrupción; Cristo resucitado con Su Luz de Amor ha instaurado la paz en donde antes había odio y violencia.
Ver y creer
El Evangelio de la Resurrección (Jn 20, 1-10) nos dice que el Apóstol corrió junto a Pedro y, llegado al sepulcro de Jesús, entró, vio y creyó. ¿Qué vio para creer? Una tumba vacía, unas vendas y un sudario, nada más. Eso le bastó para creer que Cristo estaba vivo.
En casi todas las ciudades hay tumbas simples de gente común o grandes mausoleos de próceres y héroes, pero de Cristo solo tenemos una tumba vacía cavada en la piedra y un sudario. Con tan pocas evidencias es difícil creer que Cristo vive y que Él es la Vida del mundo. Y aun es más difícil creer cuando se observa, a cada minuto, que el mal y la muerte despliegan sus mil tentáculos para atraparnos.
Diariamente constatamos que, no obstante una exaltación banal de la vida en los medios, se ha instalado entre nosotros una cultura de la muerte manifestada en la violencia verbal, psíquica y física; en el tráfico de personas; en los abortos; en el abandono de personas indefensas, en el tráfico y consumo de drogas cada vez más generalizado; en la miseria, el hambre, la manipulación y el engaño. Y a estas tragedias se le suma otra: que vamos “naturalizando” el mal en la vida diaria. Hace unos días alguien decía que vivimos en una atroz esquizofrenia social: somos capaces de priorizar la libertad de decidir por sobre la vida de un indefenso niño por nacer; somos capaces de “mimar” a un animal y tirar a un ser humano en un basurero. ¿Qué valor tiene entonces la vida humana? ¿Quiénes somos nosotros para decidir si alguien vive o no? En una cultura así, tan arbitraria e inhumana, mañana podemos ser nosotros sus víctimas mortales. La confusión de los valores todo lo desquicia. Estas realidades nos muestran cómo nuestra naturaleza está transida por un desorden intrínseco que busca sanación y salvación.
No obstante, en el medio de tantos signos de una cultura de muerte también crece la cultura de la Vida. Cuando los padres no claudican en educar a sus hijos en el amor, el trabajo y el respeto a la vida; cuando un joven, con mucho esfuerzo y a contracorriente del ambiente, mantiene su fe y entrega su tiempo para ayudar a los más necesitados; cuando un funcionario rechaza un soborno; cuando el corrupto se arrepiente y repara el mal hecho; cuando el soberbio pide perdón… Todos estos hechos y muchos otros más, son “signos” muchas veces imperceptibles de Pascua, de resurrección, de Paso de Dios entre nosotros. Esos hechos son “signos de Dios” que se “mete y compromete” con nuestra existencia, porque no podía ni puede permanecer indiferente ante tanto dolor, tanto mal y tanta muerte entre sus hijos. ¡Abramos los ojos de la fe para ver hoy también los signos de Vida Nueva – de Pascua que hay entre nosotros!
En Cristo Dios manifiesta su poder y total compromiso con la Vida al resucitar de la muerte, y en Él, por el Bautismo, también nosotros hemos resucitado. Depende de nosotros tomar en serio la Vida nueva que nos da Dios en Cristo, “darle espacio” en nuestra vida cotidiana, entrar en un diálogo interior con Él y hacer juntos el camino. “He venido para que tengan vida y Vida en abundancia…”
Comprometidos y en salida
El Evangelio de San Juan continúa y dice que el Apóstol después de ver y creer “salió y anunció” lo que había visto. La experiencia de Cristo resucitado sacudió la vida de los apóstoles, les cambió el eje de la vida y no lo pudieron callar: había que compartir la alegría de la Vida nueva: “¿no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino?” se preguntaban los discípulos de Emaús (Lc 34, 33-35).
Dios es un Dios de Vida y nosotros queremos comprometernos con Él.
- Comprometernos con la Vida es proclamar con claridad: Toda vida vale. La vida es un don y es el primer derecho humano.
- Comprometernos con la Vida es asumirla y cuidarla desde su concepción hasta su muerte natural.
- Comprometernos con la Vida es hacer algo para sacar de la miseria material y espiritual en la que sobreviven miles de mujeres, hombres, niños, adultos y ancianos. Hermanos.
- Comprometernos con toda Vida es “ser puente”, factor de encuentro y unidad. Rescatar del abandono al que está solo es resurrección, es dar nueva vida.
María, Madre de la Vida
El P. Kentenich en su probada y fecunda vida sacerdotal fue un apóstol del Dios de la Vida y maestro de vida en Dios. Y nos ensenó que María es sinónimo de vida porque es madre: Madre que da a luz, que educa en la fe, que acompaña en el camino, consuela en el dolor y anima en la esperanza. Ella es la Madre de la Vida.
Queridos hermanos, en este tiempo pascual pidámosle a María que nos enseñe a ver y creer en Dios vivo entre nosotros y a dignificar y cuidar toda vida humana. Que Ella nos enseñe a ser fieles discípulos de Cristo y nos anime en el compromiso diario por la Vida, para que todos en nuestra Patria “tengan Vida y Vida en abundancia”.
¡Feliz Pascua de resurrección! ¡Cristo es nuestra Pascua y nuestra Vida!