12 de abril de 1894
En el abandono, algunos corazones gestan vida
Autora: Hna. M. Alejandra Aguilar – Hermanas de María de Schoenstatt.
Cada ser humano es un misterio y a la vez, un mensaje. Misterio y mensaje únicos e irrepetibles, intransferibles. Misterio y mensaje destinados a enriquecer la vida humana, y que cada uno está llamado a descubrir, desarrollar y regalar a la creación.
En la vida del Padre Kentenich hay un misterio que no llegó a revelarlo discursivamente, pero que en su carisma y en su mensaje está expresado con fidelidad y precisión.
El misterio de su vida ocurrió el 12 de abril de 1894. El suceso es simple pero doloroso. Una madre que ya no puede sostenerse sola con su hijo, mantenerlo y darle un estudio. Su confesor le aconseja internarlo en un orfanato.
Una experiencia de desierto, de abandono y desprotección. El niño no habla pero en ese silencio del corazón herido, desgarrado sin compasión, se abre al camino que su mamá le marca: María, tu mamá para siempre. Y el niño se une a Ella, al modo de una pertenencia en la que absolutamente nada de su existencia queda fuera de esa nueva realidad: el niño y María se convierten en una unidad sin resquicios. Son uno para siempre en el orden de la vida cotidiana y en el orden sobrenatural.
“¡Nada sin Ti, María!” ¡Nada sin ti, mi niño, hijo y profeta!
Misterio y mensaje de Alianza con Cristo y con María, intercambio de corazones al que, ya entonces, sumó a quienes sellen esa misma donación mutua.
El Padre, al contemplar muchos años más tarde la pintura “Alianza de Amor”, dijo: “Así fue a mis nueve años…” Allí él se vio reflejado entregando a María su corazón en el que aparecen, en transparencia, muchos pequeños corazones. En una imagen mostró lo más íntimo de su ser, de su misterio y de su mensaje. El mismo Padre declararía que en ese momento de consagración “ya se hallaba germinalmente toda la Obra de Schoenstatt”.
12 de abril de 1894, día en que el corazón del niño de nueve años, en medio de su desolación… generó vida, una Familia para la Iglesia y el mundo, por siglos. Hoy, seguimos esa huella que nos marca un camino de evangelización y santidad.