Schoenstatt, un Movimiento de renovación
La Obra de Alexander Solyenitzin va a permanecer por mucho tiempo como un prototipo de la sociedad desintegrada. En su libro, Archipiélago Gulag, el gran escritor ruso hace sumas generales: denuncia que más de quince millones de campesinos soviéticos cayeron bajo Stalin y que, por lo menos seis millones, murieron de hambre en Ucrania entre 1932 y 1933. Él mismo narra sus trabajos forzados en los campos de concentración y en las heladas estepas de Kazakhstán. El régimen stalinista ha sido, como alguien lo describió, “la gran picadora de carne humana del siglo XX”. Pero no solo existió el Archipiélago Gulag, también Dachau y Auschwitz, y tantos otros lugares horrendos en la geografía del planeta. Todos ellos son un potente grito por un mundo diferente.
Pero no es tan fácil saldar esta deuda con la humanidad. En este nuevo milenio descubrimos muchas cuentas pendientes: la pobreza de millones de hermanos, la carrera armamentista, el desarraigo religioso y cultural, las discriminaciones, la desocupación, la falta de respeto por la vida, por la dignidad humana y por los derechos del niño, la mujer y el pobre, los problemas ecológicos, etc. para mencionar los más agudos.
Estas asignaturas pendientes deberán ser asumidas por aquellos que no han nacido para resignarse ante los desafíos, sino que se sienten estimulados a trabajar. Como otros movimientos dentro y fuera de la Iglesia, Schoenstatt se sabe convocado para dar una mano y ayudar a saldar estas deudas. Sabe que no lo logrará con el mero esfuerzo humano. Cuenta con poderes que no son visibles: Dios y la Virgen; pero son tan eficaces como aquellos que sí vemos. Por lo tanto no hay razón para la desesperanza ni para el pesimismo, pero sí para la acción:
- El punto de partida es la familia. Sin ella no hay un horizonte promisorio.
A partir de ella se educará al hombre para que sepa entablar puentes, vínculos. El problema del mundo es, ante todo, un problema de educación. - Se trata de educar al hombre nuevo, solidario, quien debe crecer tratando de comprender la miseria de sus hermanos, en todas las acepciones de esta palabra, y de darle una mano.
- Habrá que transformar el corazón, para que sienta y decida sobre la base de la fraternidad, que surge de saberse hijo de un mismo Padre. No hay sociedad nueva sin Dios. Lo otro es utopía.
- Enseñar a utilizar correctamente la técnica y los bienes: no para dejarse dominar y esclavizar, sino para ponerlos al servicio humano y religioso, personal y comunitario.
No son las estructuras sino los hombres los que deciden la historia. Por eso, el Padre Kentenich vio en la persona de la Virgen el caso preclaro de la personalidad solidaria. Ese convencimiento lo llevó a afirmar: “María educa esas personalidades grandes y las conduce, como instrumentos en sus manos, a librar la lucha de los espíritus, en la arena de la vida: en la familia y en el taller, en las calles y en los caminos, en la vida política y en el gobierno”.