Niños ante Dios
“Tú eres mi único y mi todo, eres una parte de mí. Mi consuelo y mi estímulo, mi vida. Vuelvo siempre y nuevamente a ti… Eres toda mi esperanza y todos mis planes, mi único y mi todo”. Así cantaba el amor un conocido intérprete europeo, Reinhard May.
Si alguien nos dice estas palabras sin mentirnos, entonces nuestro jardín interior comienza a florecer. Todos precisamos ser tomados en serio, sabernos centro y no periferia. Es necesario que alguien nos elija y nos confirme. Cuando esta chispa se enciende, ambos comienzan a ser único y todo, el uno para el otro. Así crecen los vínculos profundos, y la consecuencia es la autoestima, la valoración y las ganas de vivir.
Se trata de ser una ocupación predilecta para un tú. Un amigo, el cónyuge, los padres o los hijos pueden regalarnos esta experiencia. Pero suele surgir la tentación de los celos: temer que alguien –para quien éramos una ocupación predilecta– se preocupe menos por nosotros, nos olvide, y dedique su mejor tiempo al trabajo, a la profesión o al deporte. Este sentimiento de inseguridad muestra, de alguna manera, que no podemos ser felices sin la experiencia de ser importantes para alguien.
Esto lo percibió el Padre Kentenich. Como conocedor lúcido del hombre sabía de la carencia que se padece cuando no se es tenido ni tratado como alguien especial y valioso. No basta, decía él, un amor general, es necesario que cada uno se sienta aceptado, elegido, apreciado y querido personalmente. Solo este hombre puede crecer, ser solidario, libre y creador.el hechizo de este amor interpersonal se quiebra muchas veces por el desengaño, la desilusión o la imperfección de los que amamos. De ahí que sea necesario ascender y encontrar a quien jamás nos desilusione ni quiebre la esperanza. Para el Padre Kentenich, este camino de búsqueda culmina en el corazón de un Dios, a quien Jesús llama Padre.
Uno de los mensajes centrales de Schoenstatt es creer, vivenciar y proclamar que cada hombre es una creación y ocupación predilecta del Padre. Sin esta experiencia de amor personal y única permanecemos pigmeos en la evolución psíquica y religiosa. Es el “secreto de los santos”, decía el P. Kentenich, es la explicación de su heroísmo y de su riqueza.
Solo el hombre que se experimenta así amado puede conservar su autonomía, no es manejado por los vendedores de opinión ni está a la caza de nuevas sensaciones. No precisa descargar sus fuerzas en orgías que lo esclavizan a su egoísmo. Ya no son la prensa ni la radio, ni la televisión quienes marcan el rumbo de su vida: la fuente de su gozo está en su interior.
La respuesta de este hombre a Dios se llama filialidad, que es el sentimiento de hijo y niño ante el Padre. Es saberse acompañado, seguro y deseoso de transferirle a otros esta misma vivencia saludable y rica. “Tú eres importante para mí”… En virtud de esta declaración de amor de Dios podemos amarlo también a Él y confesar: Dios es importante para mí.