Contemplando el pesebre
Autores: Marta y Carlos Gabetta Fontanella
Cada vez que contemplamos el pesebre y nos detenemos en su entorno, en sus principales personajes y recorremos sus circunstancias históricas, no podemos dejar de recordar el principio:
“La pequeñez de los instrumentos, la magnitud de las dificultades y la grandeza de los frutos confirman que es obra de Dios.”
En el misterio de Belén nos resulta relativamente sencillo reconocer la presencia de Dios en la historia y su manera de conducirnos.
Quizá no nos sea tan fácil reconocer su presencia en nuestras vidas hoy. Uno de los regalos más grandes que nos hace Schoenstatt es impulsarnos a cultivar una fe práctica en la Divina Providencia aprendiendo a leer “el evangelio de la vida” que Dios continúa escribiendo cada día y todos los días en cada una de nuestras vidas, en cada suceso y muy especialmente en el corazón del otro.
Mirar y mirarnos
Aveces nos cuesta mucho detenernos a mirar y a mirarnos. Al no saber mirar y mirarnos nos salteamos algunas de sus páginas. Así nos perdemos muchas anunciaciones, muchas oportunidades de dar algunos “Sí” como el de María en Nazareth. A veces, al no mirar al otro a los ojos, no vemos sus necesidades materiales, tampoco sus soledades o sus miedos o sus angustias o sus luchas y nos perdemos la oportunidad de empatizar y ponernos en camino como María hacia una casa en las montañas de Judea, donde habitaba su prima Isabel.
Pero hay veces que sí miramos, que sí salimos al encuentro del otro; y la lectura del evangelio de la vida que Dios escribe en cada uno nos llena el alma de gozo y nos regala navidades cotidianas maravillosas.
Leer el evangelio de la vida
Cuando nos detengamos nuevamente en el pesebre, le vamos a pedir a la Sagrada Familia que nos regale la sencillez de corazón necesaria para aprender a leer en el “evangelio de la vida” y contemplar el pesebre que hay en el corazón del otro.
Que en ese “mirarnos” uno al otro, reconozcamos la presencia de Dios Padre Bueno, quien confía plenamente que sus pequeños instrumentos seamos capaces, a pesar de la magnitud de las dificultades, de dar un nuevo amén para hacer posible que cada día haya una nueva Navidad.