Tiempo de encuentro con María
PARTE I
Autor: Pierina Monte Riso
El tradicional “mes de María”
Iniciamos el mes de María, un tiempo de gracia para crecer en el amor a nuestra Madre contemplando principalmente “sus rayos” (las gracias que nos regala), y en el que le pedimos que nos asemeje a Ella y nos vincule a su corazón y al de su Hijo y así, experimentarnos profundamente amados por ellos.
El mes de María, tiene una larga tradición que se remonta al siglo XIII, en el que el Rey Alfonso X el Sabio, Rey de Castilla, invita a rogar a María en uno de sus cánticos “Bienvenido Mayo”. Más adelante, se extiende esa devoción por Alemania, Italia y posteriormente a América.
Dentro de la familia de Schoenstatt, José Engling otorgó una especial relevancia a este mes, dedicándole cada día una flor (espiritual) a María, es decir, un propósito especial para venerarla, cultivando así su jardín mariano, tal como él lo expresaba: “Madre, a ti sea consagrado el jardincito de mi corazón, para ti lo voy a sembrar y cultivar.” (Cf. “José Engling”, P. Menningen)
“Con estas flores José Engling valorizó las contribuciones al capital de gracias, enmarcándolas en un lenguaje simbólico capaz de despertar nuevos y más profundos afectos hacia nuestra Señora” (José Engling, un héroe nos indica el camino)
El mes de María es celebrado tradicionalmente en Europa y en algunos otros lugares en mayo, pero aquí en la Argentina y en otros países de América se celebra desde el 7 de noviembre, fiesta de María mediadora de todas las gracias, hasta el 8 de diciembre, día en que celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción.
Haciendo historia
Nuestra Madre, la Virgen María ha sido portadora de muchos títulos nacidos de la fe viva de los cristianos. Desde antiguo ha sido proclamada como Madre de Dios (431), madre nuestra, Virgen perpetua (649), Inmaculada (1854), Reina de todo lo creado (1950), etc.
Todas las prerrogativas de María derivan de su maternidad divina, la cual no se limita al hecho de haber dado a luz al Redentor, sino que se expresa también a lo largo de su vida acompañando a su Hijo y colaborando con Él en toda su obra de salvación, lo cual continúa a lo largo de la historia. Ella continúa dando a luz a su Hijo en cada cristiano.
“La Santísima Virgen es colaboradora del Salvador en toda su obra redentora. Esto comienza en la anunciación, alcanza su punto culminante en el Gólgota y su consumación en el cielo. La Santísima Virgen actúa siempre”. (José Kentenich, Lucha por la verdadera libertad, 1946).
En 1921, el Papa Benedicto XV instituyó la festividad de la “Bienaventurada Virgen María, medianera de todas las gracias”. Este título, desarrolla el dato bíblico (Lc 1,38; Lc 2,34; Jn 2,1; Jn 19,25) en un proceso que va descubriendo e interpretando a María como la nueva Eva junto al nuevo Adán, Mediador entre Dios y los hombres, hasta los apelativos que utiliza el Concilio Vaticano II, en su constitución sobre la Iglesia:
“María, asunta al cielo, no ha dejado su misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Esto no resta ni añade nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (LG 62).
Juan Pablo II, se refiere igualmente a esta misión de María al meditar sobre su vida en su carta encíclica Redemptoris Mater, considerándola como Madre de la Iglesia y madre espiritual de cada cristiano en el orden de la gracia.
¿María Mediadora?
Mediador es quien interviene entre dos personas para unirlas (si no lo estaban) o volver a unirlas (si estaban desunidas por discordia). Entre Dios y el hombre sólo puede haber un único mediador que sea al mismo tiempo plenamente Dios y plenamente hombre: Jesucristo. En Él todo queda unido en el amor, remitiéndonos al origen de todo amor verdadero: Dios Padre. Su misión redentora consistirá en mostrarnos el rostro del Padre reflejado en Él mismo y hacernos sus hijos adoptivos.
María, por ser Madre de Dios-Hombre participa de esta única mediación de Cristo a través de su maternidad espiritual, abriendo nuestros corazones al misterio del amor del Padre revelado en su Hijo. Esta es LA gracia que nos ha obtenido Cristo y que María nos quiere transmitir y hacer visible, fecunda.
Sí, el hombre necesita de mediaciones y de mediadores (causas segundas), Dios lo sabe y lo ha querido así para que toda la creación participe de la dinámica de su amor. Cada vez que actuamos movidos por el amor y la verdad según la voluntad de Dios, vamos colaborando con la gracia y acompañando a Cristo a través del tiempo.