¿Conducir un fórmula 1 o un autobús de línea?
Autor: Carlos E. Barrio y Lipperheide
Vivimos en una sociedad de sobre exigencias permanentes, que muchas veces nos lleva a perder nuestra alegría y humanidad. Corremos, fijando metas que, una vez alcanzadas, pasan al olvido, porque surgen otras nuevas que las sustituyen. Y así nos pasamos la vida desconectados de nuestro propio centro, desvinculados de los demás y del sentido de la vida.
En estas circunstancias hay personas que sucumben y otras que se sobreponen. La forma cómo nos conducimos tiene efectos en nuestras vidas y refleja nuestra vocación y liderazgo frente a los demás.
Hace poco tiempo atrás Lewis Hamilton, el piloto de automovilismo de Fórmula 1 más ganador de la historia, siete veces campeón del mundo, confesó en Instagram a sus 27 millones de seguidores que se encuentra transitando un estado de depresión:
“Es difícil mantenerse positivo algunos días. Tuve dificultades mentales y emocionales durante mucho tiempo, salir adelante es un esfuerzo complicado pero tenemos que seguir luchando, tenemos mucho por hacer y lograr”. Y continuó: “Escribo para decirles que no hay problema en sentir las cosas como las sientes, ¡Sólo quiero que sepan que no están solos y que de ésta se sale entre todos!”.[1]
Es probable que muchos de nosotros nos estemos preguntando ¿qué le falta a Hamilton para ser una de las personas más felices del mundo, de acuerdo a los parámetros contemporáneos? ¿Acaso no tiene todo lo que se persigue … dinero, juventud y fama?
Sin embargo, su estado de ánimo se ha tornado depresivo y sufre por lo que está viviendo. Su comentario en Instagram trasluce la dificultad emocional y mental que padece y la presión que siente al estar dónde está.
Nos dice Byung-Chul Han que vivimos en una sociedad que tiene por imperativo el rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo… Al principio, la depresión consiste en “un cansancio del crear y del poder hacer”. El lamento del individuo depresivo, “Nada es posible”, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que “Nada es imposible”. No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión.”[2]
Hamilton está atrapado en esta sobre exigencia, porque la lógica de la sociedad del rendimiento exige siempre nuevos logros. La presión por obtener nuevos resultados positivos lo ha “conducido” a una depresión que no puede contener.
Lo que le sucede a Hamilton también le pasa a muchas personas en sus trabajos. Las presiones externas y las propias que nos autogeneramos, nos llevan a situaciones de stress y “burn-out”, en las que nos paralizamos y no sabemos cómo salir. En este hombre deshumanizado, nos dice José Kentenich, “… las fuerzas creadoras que dormitan en él, no son liberadas; el trabajo no produce ninguna alegría; nunca se transforma en vocación verdadera, auténtica.”[3]
¿Hacia dónde nos “conduce” esta forma de vida y trabajo? ¿Es posible modificar este camino?
Comparto el testimonio de Rogelio López, chofer del autobús de la línea 152, que recorre la Boca hasta Olivos, en un trabajo agotante y deshumanizante, como es conducir por la ciudad de Buenos Aires.
Todos hemos viajado en autobús y hemos comprobado lo estresante que es transitar las calles de una gran ciudad y mantener el equilibrio en este tipo de trabajos.
Rogelio lleva más de 20 años “conduciendo” autobuses y descubrió que su misión es alegrar a quienes lleva:
“¡Yo saludo con una sonrisa! Uno no sabe qué día está teniendo esa persona, siempre hay que ser amable”[4]
“¡Yo amo mi trabajo! Y me gusta cuando llego a la parada y veo que hay gente esperando, me hace bien y quiero hacerles bien a ellos. Los saludo, les pregunto cómo están y muchos se sorprenden”
Cuando llegó a Buenos Aires quería ser docente, pero la necesidad lo llevó a conducir un autobús.
Decía una pasajera “… se merece el cielo”. Su buen humor llena de alegría a los pasajeros.
A través de las redes sociales se dio a conocer lo que la gente siente cuando se encuentra con Rogelio López: “Si sos el chofer del interno 46 de la línea 152. Necesito que sepas que la gente te ama, y que hiciste muy feliz a mi hija hoy. Gracias”. [5]
Una pasajera, antes de descender del colectivo, se acercó a Rogelio y le dijo: “Siga manteniendo la manera de trabajar porque la verdad que es espectacular y es lindo formar parte”. Conmovido, el chofer le contestó: “Nos hace bien a todos, a mí y a ustedes. Disfrutamos más del trabajo y de la vida. A mí me ayuda mucho lo que me decís, así que te agradezco mucho”.[6]
¡El contraste entre Hamilton y López no puede ser mayor!
No sólo por el distinto estado de ánimo que cada uno tiene, sino también por la contrastante realidad económica que viven. Quien pareciera que tiene todo y debiera ser feliz, vive en una profunda insatisfacción y quien pensamos que no posee nada y su trabajo es un sinsentido, vive en armonía consigo mismo.
Los profesores catalanes Ángel Castiñeira y Josep M. Lozano nos dan una valiosa pista para encontrar la “punta del ovillo”. Consideran que existe una dimensión del liderazgo, que llaman “inteligencia existencial”, que se refiere a la reflexividad sobre nosotros mismos. Se preguntan “… ¿cuál es el analfabetismo de nuestra época? El poeta Joan Margarit opinaba: “no conocernos a nosotros mismos“. Y por eso la gente no sabe afrontar las cosas … muchos ejecutivos … aspiran a vivir con integridad y que sus ideas, valores, palabras y acciones estén en armonía. El problema es que no saben cómo hacerlo en un mundo empresarial que cada vez se caracteriza más por la complejidad, la turbulencia y la codicia.”[7]
Pareciera que conducir más rápido y estar en lo más alto del podio no es el camino que nos lleva al mejor destino y la armonía interior, y que vivir en medio del tránsito, atrapado en el caos de la ciudad, los semáforos y el humo de los escapes de los autos, no necesariamente nos conduce a una vida alienada y depresiva.
La respuesta está en descubrir el sentido de nuestra vida, para que desde allí, podamos encontrar la forma de recrear lo que hacemos, entendiendo que “quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo” .[8]
[1] Diario “La Nación”, 31 de marzo de 2022 nota de María Piré Peña (periodista)
[2] Byung-Chul Han “La sociedad del cansancio” (Ed. Herder, 2012), pág. 29/30
[3] José Kentenich. “Las Fuentes de la alegría”. Editorial Patris (2006), pág. 129.
[4] Diario “La Nación”, 31 de marzo de 2022, nota de María Piré Peña (periodista)
[5] idem
[6] idem
[7] Ángel Castiñeira. Josep M. Lozano. “El poliedro del liderazgo”. Ed. Libros de Cabecera (2012), pág. 231/232.
[8] Frase de Nietzsche citada por Víctor E. Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido”, Ed. Herder (1987), pág. 9.