Transfigurar la mirada
Autor: P. Juan Molina
Al celebrar la fiesta de la Transfiguración somos invitados a sumarnos a esa experiencia religiosa, a adentrarnos en esa dimensión espiritual de la realidad. Una dimensión en la que algunos de los discípulos pueden acceder. Una experiencia que solamente algunos de los discípulos pueden tener ¿Quiénes? No son los que hicieron bien las cosas. Tampoco ha sido una elección estratégica de Jesús. La transfiguración como gracia. Más aun, no se entiende la transfiguración si no es como expresión de la infinita misericordia de Jesús.
Sin embargo, como en toda experiencia religiosa, requiere de la naturaleza humana para recibir aquello (o más bien a Aquel) que se nos es dado. De ahí que no sea equivocado afirmar que la transfiguración es, en realidad, la transfiguración de la mirada que permite ver a Jesús como nunca antes lo habían visto. Es preciso aprender a mirar para que allí donde algunos ven otras figuras, otros tiempos, podamos ver a Dios.
Aprender a mirar para reconocer esa presencia. Cuando Don Bosco dice: ¨No nos falta un sistema sino una fuerza viva que se consuma¨, se puede agregar: porque la manera de mirar orgánica se ha perdido. En esa línea declara:¨Alejen de mí a todos los cómodos, a los que contemplan la vida desde la ventana y basan su autoridad en la distancia”. Mirar y acercarse. Mirar y acortar distancias. Mirar y servir. Por ahí pasa la transfiguración.
¡Qué difícil es tener una experiencia religiosa sin una mirada transfigurada! En cierto modo, al decir del padre Kentenich, constituye un preámbulo de la fe: “El hombre que no se estremece ante la grandeza de otro, que no se puede elevar por lo menos en el anhelo hacia el espíritu de la pureza, no trae el órgano necesario para la captación y la aceptación de las verdades de la fe.” Es necesario aprender a mirar.