Conmemoración de todos los santos
Autor: P. Darío Gustavo Gatti
“¡Alégrate! Llena de gracia… Él miró con bondad la pequeñez de su servidora… En adelante todas las generaciones me llamarán feliz» (Ev. Lucas 1,28.48)
Feliz de ti María, porque en la hora del anuncio, siendo la humilde servidora, aceptaste ser Madre de Dios; en la hora de la Cruz renovaste ese sí, aceptando ser madre de todos los hermanos de tu Hijo; y en la hora del Fuego divino, con el Espíritu te hiciste Madre de la Iglesia. ¡Sí, feliz de ti, Santa Madre de Dios!
Aquí estoy, queridos hermanos, descalzo el corazón delante de esta zarza que arde, porque estoy en tierra santa (Éxodo 3,5), el “nuevo trono” de nuestra Madre y Reina, en el Santuario “Tierra de María”, Hogar y Terruño de la Feliz Familia Correntina… Anticipando la alegría de celebrar a “Todos los Santos” del Cielo y la Tierra; santos canonizados y los “de la puerta de al lado” (GE 6); santos de hoy, de ayer y del futuro. ¡Alégrate, llena de gracia, por y con vos, también Él nos mira! ¡Como a vos, también nos llama a Santidad!
Santidad Contemplada…
¡Quisiste ser santa!, María de Nazaret, sin dejar de ser humilde servidora, te desbordó de alegría agradecer las maravillas que obró en ti el Altísimo, el todopoderoso, el mismo que contemplan y alaban los Bienaventurados del Cielo.
“En el Santuario, delante del Trono… repetían sin cesar, día y noche: Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que vendrá… y daban gloria, honor y acción de gracias, al que vive por los siglos de los siglos… Tú eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder. Porque has creado todas las cosas: ellas existen y fueron creadas por tu voluntad.” (Apocalipsis 4,8-11)
Sigue resonando por los siglos aquel magnífico salmo de alabanza que el Espíritu hizo brotar de tus labios y entrañas, en el abrazo con Isabel, salto gozoso de niños en cada vientre, un seguir alegrándonos contigo llena de gracia, a quien seguimos llamando feliz, bienaventurada, santa…
Y contemplo santidad en esta tierra santa, reflejo del cielo en el mundo, Santuario recién aceptado y bendecido. Agradezco estar aquí, y en tu cobijo poder celebrar la santidad de este lugar de gracias, en mi paso misionero por estas familias diocesanas del NEA. Tiempo santo, además, por este octubre del Rosario y la Misión; tiempo de memoria agradecida para nuestra Familia de Schoenstatt por el Cuarto Hito de nuestra Historia Santa, signo y promesa del Santuario de Roma “Belmonte”. Con tal “nube de testigos” (Heb12,1) y testimonios vividos, cómo no desear aquella meta santa, que desde siempre es fuente vital.
Santidad Destinada
“¿Quieres ser santo?” Nos preguntaba San Juan Pablo II (NMI 30.31), luego de celebrado el “año de gracia y santificación” del Jubileo del 2000. Ya lo definía el santo Concilio Vaticano II, llamando a todos a la santidad. La gracia del Bautismo nos pone en esa dinámica de vida cristiana, nos hace Pueblo y Familia de Dios, para reflejar la Gracia del Padre, por la Salvación de Jesucristo, y el Amor santificante del Espíritu, lo que es identidad y llamado, y será respuesta y misión. Destinados a ser santos y vivir en su presencia por y para el amor. Una santidad que abraza a todos quienes deseen descubrir ese don anticipado del amor, que es fuente de vida y meta por realizar. Ese estilo de vida, múltiple, diverso, al que papa Francisco nos llama:
“Hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él, y no que se desgaste intentando imitar algo que no ha sido pensado para él. Todos estamos llamados a ser testigos, pero «existen muchas formas existenciales de testimonio. Porque la vida divina se comunica «a unos en una manera y a otros en otra» (GE 1ss)
A la pregunta de si deseamos ser santos, nuestro Padre Fundador y los primeros Aliados, dijeron ¡Sí!… También nosotros, queremos animarnos, invocando ese ardor…
Santidad Vivida
¡Quiero ser santo! Dijo Max Brunner y José Engling, Gertraud von Bullion y María Emilie… y Dr. Fritz Kühr+Helena Respe, o la Familia Fenelon… Don Joao y Raquel Valiente… Dijeron sí, como tantos otros, porque en su respuesta de Alianza iniciada en 1914, recibieron en serio el don primero del amor, que fue más fuerte que su conciencia reconocida y aceptada de pequeñez y fragilidad, porque el amor filial agradecido y vivido se les hizo cuna y escuela de santidad en la vida diaria. Dice nuestro Padre José:
“Los santos se hicieron tales desde el momento que comenzaron a amar; empezaron a amar en el mismo lugar y en el mismo momento en que se creyeron amados por el Padre Dios; hicieron del Padre su ocupación predilecta, porque supieron que ellos eran amados con predilección” (La Santa Misa escuela de filialidad, 1937).
Fueron fieles a las condiciones de la Alianza, y creyeron en sus promesas, y fueron santos por tomar en serio su Capital de Gracia, muestra de amor y entrega, y lo vivieron en lo cotidiano con valor eterno.
Para nosotros, la familia de Schoenstatt, la santidad no es entonces una palabra de selectos ni un ideal irrealizable. Santidad es filialidad y es amor en respuesta por el amor recibido; amor que se irá perfeccionando en la medida que dejemos actuar al Dios Amor por medio de nuestra Aliada, la “llena de gracia”; hasta la plenitud del Cielo: “sean santos porque yo soy Santo… sean misericordiosos, como el Padre es misericordioso” (Mt 5,48; 1Pe 1,16; Lc 6,27) Quien descubre ese don, ya posee la clave y el fermento de la santidad; quien así se anima a esa decisión, ya está encaminado a esa amorosa plenitud…
Miro a Don Joao, permítanme un breve ejemplo, nos contaba P. Esteban Uriburu:
“En su vida de esposo, padre de familia, hombre de trabajo y apóstol, pudimos ver plasmadas las expectativas que el Padre Kentenich ponía en el Rosario, que fue alimento de su Alianza y de su fuerza evangelizadora. Ese Rosario rezado, vivido y ofrecido todos los días en el Santuario lo llevó ‘a las supremas alturas del amor’. En él se hizo vida la oración del Rosario del Instrumento: ‘Sumérgenos en el mar de amor del cual el Rosario nos da a beber en abundancia… Entonces nuestra vida será un espejo del ser y del caminar de Cristo aquí en la tierra; con Él cruzaremos el mundo fuertes y bondadosos, como vivas imágenes de María, como fuentes de bendición”
Ser imágenes vivas de Jesús y María, de san José y tantos otros que nos señalan cuál es la meta y el camino, cuál nuestro origen y corona… empezar aquí en la Tierra, hasta la plenitud del Cielo…
Mientras rezo y escribo, voy pisando la Tierra de María; arraigados al Santuario, y a las puertas de celebrar en una sola Fiesta a Todos los Santos, los que celebran marchando, los conocidos y anónimos; les recomiendo una lectura schoenstattiana del hermoso documento de papa Francisco sobre el llamado a la Santidad “GAUDETE ET EXSULTATE”, allí encontraremos: ideal personal y propósitos, misión y apostolado, espiritualidad y fe/vida práctica providente, fidelidad a la Alianza y ánimo de cotidiana santidad de vida.
Madre y Reina del Rosario, Aliada y Educadora, quisiste ser santa para engrandecer al Padre; en Jesús nos llamas a ser santos para reflejar su amor; con el Espíritu Santo encendenos en su fuego, para amar y servir en una fecunda misión… Haciendo eco del llamado a las Bienaventuranzas, te seguimos felices de corazón.