El triunfo es efímero, la gloria es eterna.
Misa Nochebuena 24 de diciembre 2022
Noche gloriosa de cielos estrellados
en que nació nuestro buen salvador.
Yacía el mundo sumido en el pecado
al llegar Él puso fin al dolor.
Se vislumbró un rayo de esperanza,
la tierra vio descender al redentor.
Dóblese toda rodilla en su presencia
Y escuchen los hombres el coro angelical
¡Jesús nació! Oh noche sin igual.
Nos enseñó a amarnos como hermanos
y nos legó el evangelio de paz.
Llegará el día en que reine soberano
y así por fin la opresión cesará.
Entonemos himnos de alegría,
su nombre honremos por la eternidad.
Cristo es el rey, su reino es por los siglos.
Su gloria y poder por siempre proclamad
Su eterna gloria por siempre proclamad
Dóblese toda rodilla en su presencia
Y escuchen los hombres el coro angelical
Jesús nació
Oh Noche sin igual
Queridos amigos, querida familia, ¡Feliz Navidad!
En esta noche queremos unirnos al canto de los ángeles. Ellos alaban a Dios con el canto del Gloria: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él!”. Se canta así en lo alto y repercute en la tierra. Cielo y tierra quedan unidos para siempre. Unidos en el niño recién nacido, unidos en Cristo. Por eso también nosotros al empezar esta misa cantamos ese mismo canto. Queremos unirnos en la alabanza y reconocer que estamos en una noche de gloria.
Tengamos presente, dar gloria a Dios uniéndonos a los ángeles, no es un mero dar gracias por cosas buenas. Eso es importante, pero la gloria es más que cosas buenas. Dar gloria es experimentar la fuerza sanadora y salvadora del Dios en medio nuestro. Damos gloria porque fuimos alcanzados por Él para la gloria eterna, para la bienaventuranza eterna. El cielo se nos abre, estamos llamados y posibilitados para alcanzar lo más grande. Vivir en la gloria es vivir en esta presencia.
Es cierto, puede resultar un poco difícil o abstracto el significado de vivir en la gloria. Es que no quisiera -no parece ser el camino de Jesús-, generar un imperativo por la gloria como si fueran un conjunto de actitudes y normas a seguir por la presencia de Dios en medio nuestro. Por el contrario, la gloria se vive en el corazón humano, desde el corazón humano. Dios se hace hombre para salvarnos desde adentro.
Por eso me parece oportuno, y no es una termeada, recoger algunas imágenes de la gloria. Dios se vale de todo lo que vivimos para acercarnos más a Él, para sensibilizarnos ante su presencia, para regalarnos su compañía. Sí, venimos de salir campeones del mundo. Los que me conocen ya saben cuánto vibré con el mundial. En la medida de lo posible y de lo que mis obligaciones me permiten, lo seguí de cerca y por lo mismo lo disfruté un montón. También de estos días de celebración. Fueron, si me permiten la exageración, días gloriosos. Hay ahí un tesoro de imágenes y vivencias que me ayudan a comprender de qué se trata la gloria que cantan los ángeles (y no me refiero a Di María). Muchas veces la mejor manera de expresar las realidades más abstractas es a través de una especia de fenomenología de imágenes y recuerdos.
A la luz de estos días experimentamos que la gloria es un fenómeno y una realidad colectiva. Es decir que no nos encierra, si no que nos trasciende, nos traspasa y al mismo tiempo nos posee. Está en mi y está en todos. Todos somos campeones mundiales. En todos y para todos nace Jesús. Estar en la gloria no es estar entre las cinco estrellas de un exclusivo hotel, sino es más bien estar entre las tres estrellas de un pueblo que se sabe campeón. La gloria es de todos. Me gustaba mucho ver a todos vibrando por lo mismo sin importar orígenes sociales, ideologías, niveles de estudio ni profesiones. Las amplias convocatorias en la llegada, en los festejos y en el recibimiento de los jugadores en distintos pueblos nos enseñan que hay gloria para todos. Precisamente por la presencia de Dios hecho niño todos estamos invitados a la gloria. En la teología estudiábamos que el sujeto de la gloria es la Iglesia y no la individualidad.
Así es: estamos llamados a la gloria. Tenemos todo para ser campeones y algo se mueve en nuestro interior pidiéndolo de tal modo ¡Cuántas veces escuchamos y sufrimos a causa de nuestra debilidad! ¡Cuánta frustración cargamos! ¡Cuántas veces tenemos ganas de tirar la toalla y conformarnos con títulos de poca monta! Esta noche gloriosa nos enseña otra cosa: no estamos condenados a la mediocridad, a la frustración eterna y mucho menos a vivir como fracasados. Esta noche gloriosa nos recuerda que nosotros también estamos llamados a la gloria, a la gloria eterna, a vivir un futuro glorioso. Nuestra alma está inquieta hasta descansar en ti. Nuestra alma tiene sed de gloria ¡Qué ganas de festejar había! Dios en medio nuestro acerca y es camino a esa gloria compartida.
Con todo esto también vivimos que la gloria no es una realidad sofisticada, sino que viene por la simpleza. Por la sencillez de chicos que juegan a la pelota como yo juego (o jugaba) y por un pueblo abierto a festejar cada movimiento hasta el cansancio. Por la sencillez de este chico que juega en medio nuestro y por un pueblo abierto –ojalá– a celebrar hoy la Navidad. La gloria no es instalarse en los balcones de la complejidad ilustrada. La gloria no es un cúmulo de conocimientos adquiridos. No. La gloria es bajar al pesebre para contemplar con ojos y corazón de niño al recién nacido. No parece tan difícil, pero qué fácil la complicamos. El niño Dios en el pesebre, camino de simplicidad.
Para terminar con estas palabras y dejar de estirar la metáfora futbolera esperando no desanimar. Dentro de tres años y medio se viene un nuevo mundial. Comprenderemos que el triunfo y que estos triunfos son pasajeros. La gloria del Señor inaugurada en su Encarnación en el pesebre de Belén es para siempre. A esa gloria estamos llamados, esa gloria necesitamos, esa gloria podemos encontrar. El niño recién nacido nos muestra el camino.
El triunfo es efímero, la gloria eterna ¡Que Dios nos bendiga!