Las siete palabras
Autora: Norma Álvarez
Señor Jesús: te inmovilizaron las manos con las que pasaste haciendo el bien… y también clavaron tus pies siempre dispuestos a ir a buscar a la oveja perdida. Pero todavía tenías mucho para enseñar con tus últimas frases desde la cruz. Fueron siete: la 1ª, la 4ª y la última dirigidas al Padre… y la 2ª, la 3ª, la 5ª y la 6ª, a los hombres. Todas nos interpelan y queremos meditarlas en este día, porque las pronunciaste en el primer viernes santo de la historia…
* 1ª palabra – “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”:
Acababas de ser crucificado y, con caridad heroica, nos diste una lección de perdón. Ya nos habías enseñando la perfección del amor, al encargarnos orar por los que nos persiguen (Mt 5, 44), pero ahora das el ejemplo, enseñando que el abismo de la maldad humana no es más profundo que el manantial de la misericordia de Dios.
¿A quién va dirigido tu “perdónalos”? ¿Sabrían o no los implicados en tu proceso lo que estaban haciendo? Con seguridad, algunos más que otros. Vos no pediste un perdón al pasar: era un perdón para los que ejecutaban la orden o desconocían Quién eras. Pero los que sí sabían lo que estaban haciendo debían reconocerlo y arrepentirse para ser perdonados; no obstante, la disponibilidad del Padre siempre estaría abierta al perdón del que regresa…
Tu cruz, puente tendido entre la Tierra y el Cielo, entre el pecado del hombre y el perdón de Dios, nos ayuda a reflexionar sobre nuestra capacidad de perdonar: a volver a pensar en tu enseñanza de perdonar “hasta 70 veces 7” (Mt 18, 22) y de pedirle perdón al Padre, “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Ninguno de nosotros cree tener tu grandeza y humildad, pero tenemos la experiencia de haber tenido que perdonar. Sabemos interiormente hasta donde pudimos llegar, y nunca es tarde para cancelar el proceso si está inconcluso.
Perdonar es la decisión voluntaria que nos libera de sentimientos negativos como el rencor, el enojo, o el resentimiento. Es dar por compensada una ofensa. No significa olvidar, justificar, reconciliarse… o que el ofensor no tenga que compensar de algún modo su error. Ni permitir que nos siga dañando.
Pero, mirando tu cruz, Señor del perdón, admitimos que perdonar es dejar de lado conductas destructivas dirigidas al que nos dañó y autodirigidas. Es un proceso para no revertir hacia la amargura. Una decisión personal de clausura a semejanza tuya… Puede ser difícil perdonar sin condiciones, sin reservas, pero es un paso hacia la restauración.
Jesús: seguimos contemplando tu capacidad de perdón, y la encontramos relacionada con tu sentido de la gratitud: tomamos para nuestra enseñanza que la persona agradecida perdona con más facilidad, porque se agradece lo bueno, lo malo, lo grande, lo pequeño, lo triste, lo feliz… hasta lo que parezca imperdonable ya que el juicio definitivo es de Dios.
A veces nos ponemos en exceso en el rol del que tuvo o tiene que perdonar, pero todos pedimos alguna vez perdón a alguien y a Dios, y hemos sentido el bálsamo del perdón recibido. Que también toque hoy nuestro corazón el autoperdón ya que tenemos mucho que perdonarnos en el trato despiadado que a veces tenemos con nosotros mismos…
* 2ª palabra – “Hoy estarás conmigo en el paraíso”:
Jesús: fuiste crucificado entre dos ladrones, entre dos malhechores: Gestas y Dimas (Lc 23, 39-43). Gestas, a tu izquierda, considerado el “mal ladrón”; Dimas, a tu derecha, llamado el “buen ladrón”.
Tal vez ellos te escucharon dirigirte al Padre en tu primera expresión desde la cruz, y Gestas, obrando como el tentador, te dijo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero, Dimas, el buen ladrón, lo increpó, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo”.
Y luego, dirigiéndose a vos, Señor, te dijo: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.
Fue al “buen ladrón” que le dirigiste tu 2ª palabra: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Nosotros también a veces queremos un Cristo sin cruz, como Gestas, a quien vos no le respondiste: es tan fuerte ese silencio como tus palabras dirigidas a Dimas que sólo pidió ser tenido en cuenta, confió y recibió esperanza.
“Estarás conmigo”, le dijiste… porque tu promesa es estar con los que creemos hasta el fin de los tiempos: el “paraíso” es para nosotros en esta vida la situación de la armonía integral en esa relación con vos en el alma. Los cristianos no anhelamos un lugar: esperamos un encuentro. Un reencuentro con Alguien cuya cercanía y amor puedan calmar nuestro anhelo de paz. Y sólo sos vos, Señor de la noche y la mañana…
Ambos ladrones te tuvieron cerca: uno te vio, y otro no, según su libertad. Por la libertad, un discípulo elegido como Judas, se condenó… un hombre de dudosa moral económica como Zaqueo, se convirtió… el centurión que sólo te vio morir te reconoció… los sacerdotes que conocían de memoria el AT no te vieron… ¡Que te veamos, Señor!
* 3ª palabra – “Madre, ahí tienes a tu hijo; hijo, ahí tienes a tu madre”:
“Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena… María… la madre de Santiago el menor y de José… y Salomé” (Mc 15, 40).
Pero en un momento, María se adelantó. Y allí estaba Juan. Tu madre y el discípulo amado, Jesús. Ambos llegaron al pie de la cruz.
Y le encargaste a Juan la custodia de Tu madre: él cumplió… la cuidó hasta el final, en Éfeso. Pero a tu madre le encargaste en la persona de Juan a toda la cristiandad: fue Madre de la Iglesia desde la cruz.
Ella aceptó ser Madre de Dios en Nazareth… y Madre nuestra en el Calvario.
Mirándote en la cruz… escuchando tus palabras… atendiendo tu pedido colmado de confianza… María, la Mater, habrá recopilado su vida contigo, en el pesar de su corazón atravesado por el dolor.
Señor Jesús: gracias por tu enseñanza en el Calvario: con tu primera frase le antepusiste el perdón al abismo de la maldad… con la segunda respondiste con el cielo al riesgo de la libertad… con la tercera nos diste en la Madre un mar inmenso de ternura.
Ahora comienza tu drama más profundo… es el inicio de tu agonía…
* 4ª palabra – “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”:
Esta expresión no es una queja por el abandono de tu Padre, Jesús, cuando inclusive acababas de sentir la presencia y compañía de tu Madre: “¿Por qué me has abandonado?” no fue un grito de desesperación sino que era el comienzo del Salmo 22. En dicho salmo, un perseguido, rodeado de adversarios que querían su muerte, recurre a Dios en un lamento inicial, que la certeza de la fe convierte enseguida en alabanza: es el salmo del justo perseguido.
El Calvario expresa tu desolación: abandonado, traicionado, insultado, humillado. Poreso, asumes las palabras dolientes del salmo en el que, no obstante el dolor, el orante siente la cercanía y ternura de Dios, diciendo “Desde el seno de mi madre Tú eres mi Dios”.
Otra gran enseñanza desde Tu cruz, Señor, es que la respuesta ante el dolor fue la oración.
El Calvario es el primer templo de la cristiandad y Tu cruz se volvió cátedra de oración.
Somos nosotros los que en esta cuarta palabra sentimos el grito por las injusticias y el abandonolacerante. Alguna vez nos hemos preguntado… ¿Dónde está Dios ante el dolor… qué le pasa con el mío… dónde está en mi soledad? Y tenemos muchos ¿por qué?: ¿ Por qué soy así… por qué todo me sale mal… por qué al otro le va bien si es malo…por qué me confié y me fallaron… por qué me siento diferente…por qué esta sensibilidad… por qué estos malos pensamientos que rechazo… por qué el dolor…por qué la muerte…? Recordemos que todo tiene un “para qué” que sólo Dios conoce… y que vos, Señor Jesús, creíste en el Padre, no a pesar del dolor sino a través de la angustia: por eso el Dios del Amor, en medio del abandono humano y el silencio de los hombres, continuaba siendo para vos “Abbá”… “Padre”… único y eterno refugio…
* 5ª palabra: Tengo sed”:
Ya muy cerca del final, expresaste Jesús que tenías sed y te dieron a beber vinagre, a través de una esponja colocada en una caña.Con esto se cumplió una profecía “para la sed, vinagre por bebida” (Sal 69, 22)
Vos pertenecías a un pueblo que había experimentado la sed en el desierto y había gozado de la providencia de Dios que lo guió abriendo manantiales a su paso. Era una sed física, pero la sed como el hambre, son una metáfora privilegiada para reflejar los anhelos más profundos del espíritu.
Tu sed era “sed de almas”, “sed de que se realizara en el mundo el Reino de Dios”, “sed de amor fraterno”. Le habías dicho a la samaritana junto al pozo que te diera de beber, para aliviar tu sed física… pero también le dijiste que vos tenías el agua viva para no volver a tener sed espiritual.
Hoy las cuatro quintas partes de la humanidad tiene necesidades básicas insatisfechas: los alimentos y el agua se han convertido en bienes preciosos arrebatados a los pobres por los hartos y satisfechos.
Pero las necesidades del mundo tienen su origen en la sed de justicia, de paz, de verdad, de reconciliación, de caridad… a las que nosotros también las saciamos con vinagre, profundizando la sed en vez de calmarla.
Señor Jesús: que mirando tu cruz y al oír tu “Tengo sed” se movilice nuestro corazón por las urgencias físicas y espirituales de los más necesitados.
* 6ª palabra – “Todo se ha consumado:
Son las tres de la tarde de aquel viernes del Vía Crucis y la crucifixión… Jesús: pareciste decir “misión cumplida”. “Todo se ha consumado” nos trae el eco del “hágase tu voluntad”.
El evangelio te presenta como el cumplimiento de las antiguas profecías, sobre todo Mt 1, 22-23: “El profeta Isaías había dicho que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo y los hombres lo llamarán Emanuel, que significa Dios con nosotros”.
Fuiste, sos y serás “Dios con nosotros”. Todo quedó recapitulado en vos.
Y la lección de esta frase fue la aceptación de la tarea asignada, para volver al Padre, a quién le dedicaste la última Palabra….
* 7ª palabra – “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”:
Le encomendaste lo más valioso a las manos del Padre… y otra vez pones palabras de un Salmo en Tu boca: “A tus manos encomiendo mi espíritu, y Tú, Señor, Dios fiel, me librarás” (Sal 31, 6).
Condenado por los judíos por blasfemo, y por los romanos como sedicioso… privado de todo, apelaste al amparo del Padre: tu oración final fue el máximo acto de confianza, al que la resurrección fue la respuesta.
Así terminaste, Señor, el diálogo que empezaste en la cruz con el Padre.
Tu vida entera fue diálogo con Él: “las cosas del Padre… la voluntad del Padre… eso lo sabe mi Padre… mi Padre lo decidirá… cuando mi Padre lo diga… la casa de mi Padre… Tú ya lo sabes, Padre… gracias, Padre… mi Padre… el Padre de ustedes… Padrenuestro… Todo en Su Nombre…”
Gracias Señor por tus últimas palabras, un testamento de amor que nos enseña que “Todo se transforma en la cruz”… y “la cruz todo lo transforma”