Manuel y el otro “milagro de Noche Buena”

Manuel y el otro “milagro de Noche Buena”

Autor: P. Martín José Clavijo

En Schoenstatt, el mes de mayo es el mes del “capital de gracias”, el mes de las “flores” a María. Como en el Acta de fundación, Ella nos sigue diciendo desde el Santuario: “Tráiganme con frecuencia contribuciones al Capital de gracias. Adquieran por medio del fiel y fidelísimo cumplimiento del deber y por una intensa vida de oración muchos méritos y pónganlos a mi disposición. Entonces con gusto me estableceré en medio de Ustedes y distribuiré abundantes dones y gracias. Entonces atraeré desde aquí los corazones jóvenes hacia mí, y los educaré como instrumentos aptos en mi mano”.

Aquí, en Argentina, es el mes de la Virgen de Luján, ya que el 8 de mayo se conmemora que “una humilde imagen de su limpia y pura Concepción se quedó milagrosamente junto al río Luján, como signo de maternal protección sobre tu pueblo que peregrina en Argentina” (Prefacio propio de la Solemnidad). El P. Kentenich quiso por propia iniciativa conocer Luján, y la visitó en dos oportunidades: el 9 de junio de 1947 y el 1 de febrero de 1952. Luego de peregrinar por primera vez, les dijo a las Hermanas: “Nuestros Santuarios deben aportar vida a los Santuarios nacionales de los diversos países”.

Estoy convencido de que, apenas haber preguntado por el origen del Santuario, tiene que haber escuchado el relato popular que todos conocemos: el milagro de los cajoncitos en la carreta tirada por bueyes, y la devoción tierna con que el negro Manuel se dedicó al servicio de la Imagen, consiguiéndole el primer Capellán y haciéndola venerar por más y más peregrinos. Si así fue, en el corazón del P. Kentenich tiene que haber resonado el eco de aquel semanario católico que cayera en sus manos en julio de 1914 –apenas antes de que comenzara la Primera Guerra Mundial– que contaba la historia de un abogado convertido al catolicismo, Bartolo Longo, quien dedicó toda su vida a enseñar el rosario entre los humildes habitantes del Valle de Pompeya, dando origen al aclamado Santuario de Nuestra Señora del Rosario. Según el Padre, este artículo fue la señal de la Divina Providencia que le permitió dar el salto mortal del 18 de octubre de ese mismo año: ¿no podrían también él y sus muchachos, mediante una sacrificada colaboración humana, “hacer descender” a la Santísima Virgen a la pequeña capillita del Valle de Schoenstatt? 

El fundador del Movimiento de Schoenstatt amaba ese sencillo instinto creyente que descubre el paso de Dios en pequeños acontecimientos ordinarios, interpretados con una mirada de fe capaz de ver el otro lado de las cosas como por la rendija de una puerta apenas entreabierta. El origen del Santuario de Luján no fue más –ni menos– extraordinario que eso. La historia de la carreta, los bueyes y los dos cajoncitos que llevaban sendas imágenes de la Virgen, tal vez hubiera quedado entre las leyendas piadosos de un pueblecito, si la Imagen no hubiera contado desde el comienzo con el servicio abnegado del negro Manuel, su fiel esclavo, que le dedicaría su vida entera. Si hubo un verdadero milagro, es que en la Argentina del 1600, en un lugar prácticamente despoblado de Buenos Aires, un negro esclavo haya podido estar en el origen de un importantísimo centro de peregrinación,  volviéndose inseparables su historia y la de la Imagen. “¿Cuán a menudo en la historia del mundo –decía el Padre Kentenich–  lo pequeño e insignificante ha sido el origen de lo grande, de lo más grande?”.

Lamentablemente, hay algo de lo que el Padre no pudo haber tenido noticia durante aquellas visitas al Santuario Luján, y que seguro le hubiera conmovido profundamente. Antes de 1974, las investigaciones históricas sobre el Negro Manuel no habían dado con una fuente valiosísima: la carta de venta, fechada el 24 de diciembre de 1674, que convirtió a Manuel en exclusiva propiedad de la Santa Imagen de Luján. Un verdadero “milagro de Nochebuena”.

Sucedió así. En 1671 (40 años después del milagro de la carreta en la estancia de Don Rosendo), la Imagen fue adquirida por la señora Ana de Matos, para hacerle una capillita en su estancia, más cerca de Buenos Aires, y en un lugar mucho más transitado. Su fiel servidor fue trasladado junto con la Imagen, aunque los herederos de Rosendo habían reclamado al esclavo como cosa de su propiedad. Pero la cuestión no quedaría ahí, sino que se pondría peor, al punto de iniciarse una instancia judicial en Buenos Aires. Comenzó el litigio. Fue ahí donde, según las crónicas, el Negro Manuel se defendió diciendo: “Soy de la Virgen nomás“. Es conmovedor descubrir la profunda libertad interior que revelan esas palabras, pronunciadas en aquel contexto. Es el derecho de ser hijos de Dios, en el cual María lo había ido educando tiernamente. Sin embargo, la legislación vigente no le daba a Manuel ningún derecho que pudiera invocar a favor de su pretendida libertad. Sería retenido por sus antiguos dueños. Debe haber sido un momento de oscuridad. Pero un siervo de María jamás perecerá, porque ella cuida perfectamente.

Se puso en marcha aquella solidaridad de destinos que la Virgen obra en medio de sus hijos. La señora Ana de Matos decidió pagar una suma de cien pesos al administrador de la antigua estancia, para saldar las deudas ocasionadas por la querella, y así destrabar la situación. Finalmente, en diciembre de 1674, se realiza la compra-venta del esclavo, a título de la Santa Imagen, por la intervención de “muchas personas devotas de la dicha Imagen”, que reunieron la suma de 250 pesos recolectados en “limosna para este efecto”: ¡un verdadero Capital de Gracias!

Por este “milagro” del 24 de diciembre, según consta en la carta de venta, es la misma Santa Imagen la que, por medio de un representante, compra para sí al dicho negro Manuel para “disponer de él como le pareciere”, como “cosa propia habida y adquirida”, respondiendo fielmente a la secreta Alianza de Amor que su hijo había sellado con ella: “Soy de la Virgen nomás”.

Estoy seguro de que el Padre Kentenich hubiera dedicado mucho más de dos renglones al Santuario de Luján, si hubiera podido encontrarse con esta “escritura” otorgada “en señal de posesión” –así dice la carta de venta del Negro Manuel–. Se trata de una perfecta representación plástica, de la vida real, de lo que hacemos al rezar la Pequeña Consagración: nosotros renovamos nuestra Alianza de Amor con nuestra MTA, y Ella deja constancia de que le pertenecemos…

¡Oh Señora mía! ¡Oh Madre mía!

Yo me ofrezco todo a ti y,

en prueba de mi filial afecto,

te consagro en este día

mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón,

en una palabra, todo mi ser.

Ya que soy todo tuyo, oh, Madre de bondad,

guárdame, defiéndeme y utilízame

como instrumento y posesión tuya. Amén.



FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

Durán, Juan Guillermo. Manuel «Costa de los Ríos». Fiel esclavo de la Virgen de Luján. Buenos Aires: Agape Libros, 2020.

Gómez Tey, Sergio. El Espíritu de Manuel de la Virgen de Luján. Argentina: Didajé, 2022.

Niehaus, Jonathan. Héroes de fuego. Córdoba – Argentina: Patris Argentina, 2007.

Uriburu, Esteban. Huellas de un Padre: Presencia y mensaje del P. José Kentenich en América Latina – 1947-1952. Argentina: Patris Argentina, 2005.