Año Mariano Nacional: “Mujer, siempre mujer”
“En mi juventud, antes de andar por el mundo, busqué abiertamente la sabiduría en la oración; a la entrada del Templo, pedí obtenerla y la seguiré buscando hasta el fin.
Cuando floreció como un racimo que madura, mi corazón puso en ella su alegría; mi pie avanzó por el camino recto y desde mi juventud seguí sus huellas. Apenas le presté un poco de atención, la recibí y adquirí una gran enseñanza.
Yo he progresado gracias a ella: al que me dio la sabiduría, le daré la gloria. Porque resolví ponerla en práctica, tuve celo por el bien y no me avergonzaré de ello. Mi alma luchó para alcanzarla, fui minucioso en la práctica de la Ley, extendí mis manos hacia el cielo y deploré lo que ignoraba de ella.
Hacia ella dirigí mi alma y, conservándome puro, la encontré. Con ella adquirí inteligencia desde el comienzo, por eso no seré abandonado. Yo la busqué apasionadamente, por eso adquirí un bien de sumo valor. El Señor me ha dado en recompensa una lengua, y con ella lo alabaré.” (Eclesiástico 51.13-22).
Oración del Año Mariano Nacional
Reflexión
1. Mujeres y La mujer. Igual y diferente…
En el último tiempo, se han publicado diversos artículos que destacan la capacidad de reacción de las mujeres dirigentes frente al COVID 19. En lo político, y a pesar que de los 193 países que hay en el mundo sólo 10 están dirigidos por mujeres, ellas han logrado salir airosas en la administración de la pandemia. La más conocida es la alemana Angela Merkel; pero habría que mencionar las presidentas o primeras ministras de Nueva Zelanda, Taiwan, Islandia, Noruega, Dinamarca y Finlandia. En Finlandia, 12 de los 19 ministros son mujeres y la primera ministra, Sanna Marin, se ha convertido a sus 34 años en la jefa de gobierno más joven del mundo.
¿Qué llama especialmente la atención si se analiza la forma cómo estas mujeres han manejado la crisis en que aún estamos? Por de pronto, tres datos llamativos: en primer lugar, no se quedaron en la pura reflexión ideológica, ni en el análisis de las causas y la recriminación de cuanto estaba sucediendo; muy por el contrario, pasaron directamente a la acción y se anticiparon al problema. Luego, lograron convencer con argumentos empáticos, muy personales y directos, de la importancia de cuidarse; de esa forma consiguieron la “complicidad” de la sociedad, que hizo suyo el pedido de sus jefas. Tercero, fueron creativas cuando se trató de defender la vida y la salud. Su liderazgo no se basó en el temor ni en el poder ejercido, sino en el servicio, la confianza y el contacto vital con el pueblo y sus realidades. Ellas son, de alguna manera, un ejemplo y una estrella; probaron que los estrógenos no son solamente hormonas para el aparato reproductivo femenino, sino para ayudar a defender la vida: para la fertilidad del servicio.
Al mismo tiempo que pienso en estas mujeres, puedo imaginarme a la Mater como una gran líder, una estrella del mar: Stella Maris la llama la Iglesia. Y aunque no lideró políticamente ningún país, lidera la fe con valores semejantes a los que se destacan en estas mujeres. También ella supo, en su tiempo, ayudar sin demasiada teoría. Con una capacidad de empatía que convence y buscando la complicidad del amor; por sobre todo ella es el símbolo de la vida: la generó, la defendió frente a Herodes y la cuidó. Los que hoy navegamos por el mar bravío de este tiempo, la tenemos a ella como faro de luz y piloto en la tormenta.
Cuando en este contexto recurro a su historia, me impresiona su poder de convencimiento, por ejemplo, en las bodas de Caná. No hizo consideración alguna del descuido del novio, ni de la poca capacidad de resolución de los sirvientes, ni menos aún de la estupidez de no prever algo tan esencial para la fiesta como era tener suficiente vino. Sencillamente se orientó a la solución: se dirigió a su hijo y pidió que solucionara el conflicto; luego fue a los sirvientes y sin ninguna demagogia les ordenó que no se quedaran parados sino que hicieran lo que Jesucristo les diría. De esa forma, con el convencimiento que no nació de la ideología sino de la empatía, transmutó la tristeza en un gran banquete del amor.
Me sorprende también su creatividad para ir en ayuda de su prima, aún a costa de poner en riesgo el embarazo de su propio hijo. Presurosa se dirigió a la región montañosa y simplemente ayudó a la mujer entrada en años. No fue un gesto de benevolencia ni obligado, sino fruto de la creatividad del amor, de la empatía con la parturienta a quien había que ayudar en las buenas y en las malas.
Y me admira que, luego que Jesús muriera, no tuvo empacho en dejar su casa para ir a vivir con Juan. Días después, salió de ella para ir al Cenáculo y
consolar al naciente pueblo diciéndoles que era mejor rezar y esperar, antes que esconderse por temor a los judíos.
Junto a María también estaban otras mujeres que rodearon la vida del Señor. El Evangelio nos dice que eran muchas las que lo acompañaban (cf. Mt 27,55). Los nombres de algunas de ellas manifestaron un comportamiento mucho más digno, que la de los hombres que Jesús había elegido: María Magdalena, María Cleofás, la misma mujer de Pilato, las mujeres que lloraban en el vía crucis… Hay una lista de fidelidades que muchos hombres no pudieron presentar.
2. María, La mujer
María es mujer. No es algo híbrido ni aguado. San Isidoro la llama “cabeza de las mujeres”. Tuvo muchas que la prefiguraron: Sara, Rebeca, Raquel, Débora, Ester, Betsabé… Después de su muerte otras las reviven en su grandeza femenina y la muestran en sus múltiples facetas: Teresa de Jesús, Catalina de Siena, Teresa del Niño Jesús, Teresa de Calcuta, Laurita Vicuña, la Madre Cabanillas, la Mama Antula, Sor Ludovica, la Chiquitunga paraguaya y tantas otras. En todas ellas figura la originalidad de la creación divina y a la vez, son espejos de María. Todas ellas nos dicen que lo más original del ser humano tiene rasgo de mujer.
El “sí” de María en la Anunciación es el quicio de la nueva historia y es la
ofrenda de máxima fecundidad. El Padre Kentenich escribió:
“La palabra ‘mujer’ es uno de los títulos más honrosos y de mayor contenido que la Sagrada Escritura da a la Santísima Virgen. Ya en las primeras páginas aparece como la gran Mujer del Protoevangelio. Y Cristo en las bodas de Caná, donde realizó su primer milagro, y desde la cruz, en la cual la obra de la Redención llegó a su punto culminante, la llama ‘Mujer’. ¿No significa esto la participación de María de una manera singular en la obra de la Redención? En todo caso Ella ocupa un lugar incomparable en la historia del mundo y en la historia salvífica.”
Esta es la razón por la cual los cristianos la queremos tanto. Es probable -no lo sé- que la mujer entienda mejor a la Virgen María. No lo sé, repito. Pero sí me consta que todo varón noble la admira y la quiere. Es la valoración humilde, pronunciada quizás en voz baja, de la gratitud a Ella en nombre de la masculinidad. Ella es el sueño arquetípico de toda persona seria.
Entendemos así la frase de San Bernardo: “Si el varón cayó por la mujer, no se levantará sino es por la mujer”. Una frase que remonta a Eva y la liga a María. “En María, dice el P. Kentenich, la mujer se ha hecho corredentora del mundo”. La frase magnífica y audaz de San Pablo no la desmerece sino que la ennoblece: “Ya no hay más judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón ni mujer, porque todos somos una sola cosa en Cristo Jesús” (Gal 3,28).
En una definición pedagógica y espiritual, el Padre Kentenich nos invita a
contemplarla siempre y dejarnos espejar en ella:
“Miro el rostro de María: en su imagen contemplo el rostro de la mujer redimida. Y en toda mujer redimida veo la imagen de María. Toda mujer está llamada -sea ya realmente, sea por su misión- a cooperar en la Redención.”
3. Dios, la tierra y la mujer
Hablar de lo femenino es hablar de los rasgos con que asociamos la acción
de Dios en favor de los hombres. Lo esponsalicio, lo materno y simplemente lo personal, hace a lo más propio de nuestro Dios. Es por esto que lo femenino es mediación a lo divino. Se trata de ir a la fuente y beber en ella la confianza, el refugio que desde el momento que nacemos todos buscamos: la seguridad existencial.
La analogía que emparenta a Dios con la mujer es sumamente rica: “Como
consuela una madre a su hijo, así los consolaré yo a ustedes.” (Isaías, 66,13). Es la ternura femenina que llama, educa, ama y cuida:
“Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí… ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer.” (Oseas 11,1-4).
Cuando el pueblo se queja de qué Dios lo ha olvidado, Él le responde:
“Sion decía: ‘El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí’. ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré! Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos, tus muros están siempre ante mí.” (Isaías 49, 14-16)
El seno de Dios es el asilo por el que suspiran nuestras vidas. Es la nostalgia
del paraíso perdido y al mismo tiempo, el sueño de la tierra nueva, nostalgia de lo que vendrá: “Él te perdonará más que una madre” (Eclesiástico 4,11). Es el poder que permite descansar cada noche sin miedos.
Por eso todo lo femenino está emparentado con la tierra y con la naturaleza. El mundo de los símbolos lo expresa regiamente, tanto la literatura religiosa como la profana: ella es la colina, el lirio, la aurora, o en literatura oriental, como lo hace Tagore, es el vientre que guarda la cosecha; sus brazos son como el espíritu de los arroyos que cantan y fluyen sin cesar. Una leyenda india dice que Vishnú -el Dios venerado en el hinduismo- formó a la mujer tomando de la caña la gallardía, de las hiervas el leve estremecerse, del pétalo de las rosas la suavidad, de las nubes el llanto, de los rayos del sol la alegría y del fuego el calor interior. No es mera poesía… Ella es como el mar y por eso entiende la inmensidad de lo infinito y la solidaridad en lo concreto. Es integrativa: la literatura presocrática llama a esto “amor de unidad”.
Es importante concebir a María como mujer que cumple estos requisitos y los ejemplifica en su vida. Esto lo ha reflexionado y expresado el P. Kentenich en innumerables prédicas. Transcribo sólo una de sus muchas reflexiones:
“¿Qué pretende la imagen de María en este sentido? En ella se ha
incorporado a la Redención el principio maternal y esto es un recuerdo constante del principio maternal de la Divinidad. Generalmente predicamos a la Divinidad con un carácter marcadamente masculino… Todos los que se oponen a los rasgos femeninos en la imagen de Dios, caen, tarde o temprano, víctimas de los ídolos del tiempo. Dios es principio masculino y principio femenino. El principio femenino ha cobrado forma y figura en el símbolo de María. El Espíritu Santo es el “hálito amoroso”. María la Esposa amorosa de Dios. También a través de María, el Espíritu Santo se ha incorporado en forma externamente visible a la Obra de la Redención; a través de Ella se ha incorporado a la redención objetiva. Por eso el símbolo de ambos es la paloma. “Una est columba mea” (Una es mi paloma) (Cantar de los cantares 6,8). Este principio maternal que está encarnado en María, es una referencia constante al principio maternal de la Divinidad.”
La maternidad debería entenderse como algo muy propio, muy íntimo de la
mujer. Sobre todo si no se la identifica solamente con la maternidad física, aunque de ella provenga. La mujer genera vida en muchos sentidos. Por eso podríamos hablar no sólo de la “maternidad”, sino de la “maternalidad”.
4. “Maternalidad”
El término está en desuso. Se refiere a cualidades que emanan de lo maternal. Atañe a dimensiones que van más allá a la maternidad corporal. La reproducción en el cuerpo de la mujer se concibió durante siglos -sin duda hoy menos- como un presupuesto esencial para la felicidad femenina. Pero también se la asociaba al sufrimiento, a la dependencia masculina y a la reclusión de la mujer en la casa. (“Y el Señor Dios dijo a la mujer: ‘Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará’” – Genesis 1,16).
En resumen, una sobrecarga que no siempre plenificó a la mujer. Una de las consecuencias, fue que ella se excluía -o la excluían- del espacio público y de otras acciones que podían hacerla igualmente plena. Es claro: ella puede ser muy feliz en su misión de maternidad física, pero ésta no tiene por qué circunscribirse sólo y únicamente a lo biológico y doméstico.
Corrientes feministas como así también necesidades sociales, humanas y
económicas le fueron proporcionando a la mujer accesos insospechados al mundo de la educación y lo social, y la impulsaron a hacer de la maternidad una opción y no un destino.
Desde esta perspectiva percibimos que hay diversos modos de ejercer la maternidad: la espiritual, la del servicio a los demás en la política, en la empresa y en los medios de comunicación, en la asistencia a los enfermos, en la conducción y también en las tareas internas de la Iglesia. Es algo heterogéneo y cambiante. El “instinto materno” se hace “opción de vida”. Es aquí, en este contexto, donde el término “maternalidad” amplifica y extiende la pura maternidad.
¿Cuáles pueden ser los elementos que califican esta maternalidad? Sólo mencionaré algunos: todo lo referente a lo humano, a la defensa de la vida, al más necesitado, la ayuda al indigente; la lucha por la justicia y la verdad, no manipulable por intereses masculinos. El Papa Francisco en su libro “Cinco minutos para la esperanza” tiene una frase que me hizo pensar en este contexto: “Hemos excluido de la Iglesia la categoría de ternura”. La maternalidad tiene que ver con la ternura. Sobre todo, con la centralidad del amor: dar y recibir amor. La maternidad es ir más allá de lo trivial, de la agresividad o competitividad destructora. Pero puede ser también muy eficiente y enérgica sin por eso perder el respeto o la generosidad. Es la sexualidad ligada al ser humano y no la reducción del sexo a la carne y a una experiencia pasajera.
Hace un buen tiempo escribí algunas preguntas que llevarían hoy a percibir
mejor lo que entiendo por “maternalidad”:
¿Quién se preocupará por los miles de niños maltratados y abandonados de las megaciudades?
¿Quién tendrá tiempo para escuchar y visitar al necesitado?
¿Quién le dará una mano a los que están solos y han perdido el sentido de la vida?
¿Quién desacralizará los dioses del poder, la política y la cibernética fría?
¿Quién hará de puente entre el individuo y la comunidad?
¿Quién irá más allá de la razón y llegará a la experiencia del ser?
¿Quién nos sabrá escuchar? ¿Quién le proporcionará al mundo un carácter familiar?
¿Quién se preocupará del que no cree y está desesperado?
¿Quién nos recordará la necesidad de los verdaderos amigos de Jesús: los pobres, los niños y los enfermos?
¿Quién le colocará la identidad materna a los bautizados en la Iglesia?
¿Quién nos recordará al Gran Samaritano que ayuda a los que caen entre Jerusalén y Jericó?
¿Quién nos enseñará que la fidelidad y las promesas se prueban a la hora del sacrificio del Calvario?…
En resumen, la maternalidad brinda una nota personal. El “anima” defiende y previene ante una sociedad unilateralmente orientada a lo técnico y racional, que olvida lo humano y lo descarta cuando ya no es productivo. La mujer “se encuentra consigo mismo en la medida en que se da” (P. Kentenich). Es la mujer la llamada a recordarnos que la defensa por el pobre y discriminado es tarea de todos. Confiar, amparar y estimular son tareas imprescindibles en un mundo que azuza tanto al narcisismo como a la competencia egoísta.
¡Qué lejos está la concepción de tantos exponentes de una visión no cristiana de la mujer! Desde Platón, que agradecía al cielo haber nacido libre y no esclavo, varón y no mujer, pasando por el Budismo que concibe a la mujer como una “maya”, una ilusión y apariencia engañosa, hasta Kierkegaard que escribió: “¡Qué desgracia es ser mujer y la mayor desgracia es no percibirlo!”. La lista de mitos y prejuicios de todos los colores y bandos sobre la condición de la mujer sería interminable. Las corrientes feministas no han nacido porque sí…
5. Un gran aporte de Schoenstatt
Este es uno de los aportes más importantes de Schoenstatt: despertar una conciencia de los sexos y de su misión original, tal como Dios lo pensó.
Quizás la última razón hay que buscarla en la cercanía de Schoenstatt a la Virgen. Toda mujer tiene una apertura más inmediata y espontánea a lo espiritual. La frase del Dante: “Yo miraba a Beatríz y Beatríz miraba a Dios” lo expresa bien. Ella tiene una mayor aptitud para unir el amor humano con el amor divino.
Por eso la mujer tiene derecho a espejarse en María. Ella también es salvación: “estrella matutina”, como la llama la liturgia: la que nos trae a Cristo, que es el sol. Ella compendia la creación y su actitud expectante frente al Creador.
Este Milenio precisa de la vida del Redentor, y por eso precisa que la Mujer lo acerque cada día. Decir “mujer” es, ante todo, decir María, la mujer por antonomasia.
Así lo ilustraba el Fundador, cuando resumiendo su convencimiento teológico y pedagógico afirmaba:
La mujer se siente elevada y honrada en la Santísima Virgen, puesto que la Bendita entre las mujeres representa clásicamente el ideal de la mujer. Aún más, Ella es por eminencia la encarnación del hombre plenamente redimido. Ella es la “dignitas terrae”: todo lo grande y hermoso que dios ha creado en la tierra se refleja en Ella de un modo eximio.
Dios muestra al mundo en la Virgen Madre, el ideal supratempotal e
inmutable de la perfecta femineidad.
Caracterizamos ya la naturaleza femenina como obsequiosidad receptiva. María la encarna en la forma clásica; la encarna en su vida entera desde el principio hasta el fin. Prácticamente se podría decir: para Ella la obsequiosidad femenina llegó a ser una religión; el servir constituyó la cosa más evidente de su vida. Esto nos ilumina el gran ideal y finalidad de la educación de toda mujer: servir, heroica y permanentemente, como la cosa más evidente. Así en la imagen de María veo la imagen de la mujer. ¡Qué transfigurada se me aparece entonces la imagen de la mujer!
La idea de la persona humana no está expresada en una, sino en dos criaturas, el varón y la mujer. Así la pensó y la creó Dios. Ambos están también incorporados en el orden de la Redención. Por eso el varón debe complementarse mediante la naturaleza típicamente femenina, esto es la obsequiosidad nupcial, la obsequiosidad receptiva.”
La mujer que se inclina ante el ideal de María, se inclina ante la realeza de
su propio yo. Por eso Ella es mujer, siempre mujer.
Preguntas para la reflexión y diálogo
1. ¿Qué aspectos de los mencionados son los que más me interpelan?
2. ¿Qué rasgos femeninos de María son los que admiro? ¿Cómo podría imitarla?
3. A la luz de lo que acabas de leer y meditar, ¿cómo interpretas las siguientes frases que se hallan en el “Hacia el Padre”? ¿Qué consecuencias sacas para la vida personal y comunitaria?
“Con tu bondad inefablemente generosa has regalado a Schoenstatt la flor más noble de la humanidad; queremos ponerla en el santuario del corazón
y llevarla hacia el mundo con audacia.” (HP, 267)
“Te doy gracias porque en el mundo de Schoenstatt hay Verónicas que mantienen vigilancia; Señor, que nunca desaparezcan de nuestras filas y que nosotros seamos siempre sus caballerosos protectores.” (HP, 279)