Conmemoración de todos los fieles difuntos

Conmemoración de todos los fieles difuntos

Autor: P. Pablo Gerardo Pérez

Es tradición de la Iglesia la oración por nuestros difuntos. Se remonta a la tradición judía, donde se tenía especial cuidado en la sepultura, la oración y el ofrecimiento por los fallecidos (Tb 2; 2 Mac 12, 46). Es muy simbólica la figura de Tobit en el Antiguo Testamento, quien llegó a arriesgar su vida por darle una piadosa sepultura a sus hermanos judíos asesinados en el exilio (libro de Tobías, capítulos 1 y 2). Hasta ese extremo llegaba en Tobit la vivencia de esta tradición.

Los cristianos hemos bebido de ella y la unimos a la resurrección de Cristo. Nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: del mismo modo Dios llevará con Jesús a los que murieron con él (1 Ts 4,14-16).

El poder y amor de Dios es capaz de vencer a la muerte y la prueba de ello es la resurrección de Jesucristo. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? …Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida…ni lo presente ni lo futuro…podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom 8)

Me gusta observar cómo se expresa esta fe en el poder y el amor de Dios. Ese amor que nos llega de manos de María, tal como proclama la frase que está alrededor del cuadro de la Mater, en nuestros Santuarios de Schoenstatt: Servus Mariae nunquam peribit[1]. Nuestra esperanza esta fundada en el poder intercesor de María. Ella nunca dejará que un hijo confiado a su cuidado se pierda.

Dice el Padre Kentenich:

“Cuando rezamos por el eterno descanso de los difuntos, nos referimos al descanso de las inquietudes de la vida terrena y a la liberación de las preocupaciones del trabajo terrenal. ¡Que descansen en paz! No obstante, san Agustín llama paz a la tranquilitas ordinis , el descanso que se logra al ser integrado al orden querido por Dios. Esto significa que los bienaventurados en el cielo descansan al poseer a Dios y participar en su amor y conocimiento. La felicidad del cielo consiste en participar en la actividad creadora del Dios que se dona a sí mismo“. (Santidad Ahora, pág. 62.)

Hoy es el día para implorar a Dios y a la Mater por sus hijos ya fallecidos. No dejemos de agradecer por sus vidas. Que el dolor de la partida no opaque el regalo y la alegría, mucho mayor, de la vida que recibieron y compartieron con nosotros.

Es verdad que en algunos casos quedaron deudas pendientes. Nos hubiera gustado que la relación fuera de otro modo o haber tenido algún diálogo previo a la partida.

Pidamos también a Dios que sane esas heridas. Que nos vuelva a reconciliar con ellos, porque la relación con los que han partido continúa, de otra manera, pero continúa, porque la vida continúa. Quizás  podamos escribir una carta desde el corazón a algún ser querido que ya haya partido y a quien quisiéramos expresarle algo no dicho, perdonarlo, pedirle perdón o agradecerle.

Les invito entonces a recordar hoy especialmente  a nuestros familiares y amigos fallecidos. Quizás ofrecer la Misa o el Rosario por ellos y tenerlos durante el día en oración. Como modelo, les comparto una oración corta y sencilla que puede servirnos de guía:

“Señor, te agradecemos por la vida de tus hijos/as NN (nombrarlos a todos), te agradecemos por todo lo que a través de ellos hemos recibido. Escucha ahora la súplica que te hacemos, implorando tu misericordia por ellos, a quienes has llamado de este mundo a tu presencia. Concédeles gozar del descanso, de la luz y de la paz que no tienen fin. Amén.”


[1] Traducción literal: Un siervo de María nunca perecerá. Me gusta ver cómo en algunos lugares la tradujeron libremente como: “Un hijo de María, jamás perecerá”.