Corpus Christi
Que Jesús esté presente en la Eucaristía es una de las paradojas de la fe cristiana. Pero este absurdo escandaloso parte de otro: que Dios se haya hecho hombre en forma corporal para manifestarse a nosotros. A Dios le gustan las sorpresas, los saltos contra-lógicos que nos descolocan. Para eso es Dios. Sino sería simplemente un buen amigo o un compañero de trabajo. Jesús quiere no solo comunicar la Buena Nueva del Evangelio, quiere mostrarla y vivirla. En ese intento es combatido y crucificado y sufre y muere por el Evangelio. El cuerpo de Jesús, la Divinidad en forma corporal es un cuerpo, maltratado, torturado y abandonado. Todo esto está presente en la Eucaristía. Donde el cuerpo de Cristo como todo cuerpo es presencia. El cuerpo es instrumento de la presencia: habla, toca, abraza. La Eucaristía es el sacramento de la presencia, de un Dios cercano, que no quiere estar ausente de nuestra vida, que se cuela casi invasivamente. Para mostrarnos que está siempre con nosotros, a nuestro lado, acompañando, ayudando, apoyando.
De los cuatro elementos de la Pascua Judía, el cordero de la salvación, las verduras amargas de la esclavitud, el pan sin levadura de la novedad y el vino de la alegría, Jesús toma dos para hacerse presente. La levadura como la masa madre de hoy era parte de la masa vieja con la que se hacía el pan nuevo. El pan sin levadura es algo nuevo y signo de la novedad que trae Dios. El vino es signo de la alegría. En la Eucaristía Dios se hace alimento de eternidad. Todos estamos, lo sepamos o no, en la búsqueda de Dios para alcanzar la vida plena. Todos llevamos en lo más profundo del alma una inquietud de eternidad, un interrogante de trascendencia. Solo Dios puede dar respuesta a ese hambre del alma. La Eucaristía es respuesta a nuestras preguntas espirituales.
Es un pan partido que proviene de la cruz. Porque todos estamos partidos, resquebrajados interiormente, cargados con el peso de la cruz. Miedos, tentaciones, fragilidades. Interiormente fracturados. Es el pan de la unidad que devuelve a nuestra alma la unidad, la inocencia, la alegría, la fuerza. Al recibirlo la vida de Cristo se convierte en nuestra vida y todo encuentra su lugar.