Desde el Sagrado Corazón a nuestro corazón sagrado
Autor: Juan Molina, seminarista del Instituto de los Padres de Schoenstatt.
La fiesta del Sagrado Corazón es una de las celebraciones con mayor arraigo en nuestra religiosidad, a pesar de su difícil aceptación en sus inicios. Festejar el Sagrado Corazón de Jesús es contemplar al mismo Jesús. Contemplar el Sagrado Corazón de Jesús, puede ser oportunidad para mirar nuestro corazón sagrado ¿Qué vemos cuando vemos el corazón? ¿Qué nos puede iluminar esta fiesta?
Mirar el corazón nos pone la mirada en lo central del hombre, en su núcleo original, en lo que Kentenich tantas veces apalabró con el término gemut en alemán. Hacer antropología es siempre una aventura: el hombre es complejo y misterioso. Desde aquí la alternativa que no pocos han escogido es la de preguntarse por un aspecto del hombre, por un estado, por una dimensión o por una mirada determinada. Por el contrario, al mirar al corazón podemos comprender al hombre en su totalidad y así también comprendernos a nosotros mismos. Mirar el corazón ya no es sólo un ejercicio de la antropología, sino de la interioridad. Por el camino del corazón vamos en la búsqueda de lo central, de lo más radical. Sabemos de riesgos y de amenazas, porque preguntarse por lo central del hombre es también preguntarse por lo central de uno mismo.
Este camino es invitación de ir al encuentro de ese centro original y originante. Es una tarea metafísica, pero que también es humana. En ese centro ya no habrá lugar para simulaciones, ya no habrá lugar para sistemas filosóficos ni para lugares comunes capaces de responder todo. En ese lugar es posible entrar en contacto con lo mistérico del hombre, con nuestro misterio. Un misterio que nos deja perplejos, pero que también nos invita a valorar al hombre -y valorarnos a nosotros mismos- desde otra perspectiva. Es dejar de vernos como parte de una máquina o como eslabón de una cadena productiva para vernos como un todo orgánico.
El adjetivo que acompaña al corazón es humilde. El corazón no es el lugar donde todo el sistema queda aclarado sino desde donde se hace camino, desde brotan todas las fuentes de vida. Y este camino no puede transitarse si no es de la mano de la humildad. Por eso la súplica del creyente a Dios será siempre “ven a mi humilde corazón”.
Al mismo tiempo, este corazón nos pone en movimiento, nos pone a caminar. Por eso mismo el camino del corazón no es un lugar frío ni de cálculos perfectos. Aquel que quiera emprender un camino de perfección, de sumo equilibrio y en donde todas las piezas calcen en un sistema, deberá desechar el camino del corazón. El corazón -y su camino- será siempre apasionado. Y lo es de este modo porque la vida es apasionante, porque el hombre es apasionante, porque la aspiración a comprender al hombre también lo es.
Es un tiempo raro el que nos toca vivir. Entre cuarentenas que se abren y se cierran parece atingente la invitación a mirar el propio corazón para encontrarnos con nosotros mismos, con la totalidad de lo que somos, con nuestro centro original y originante de la vida. Aprovechemos este tiempo de interioridad ofrecida. Vayamos a lo central del hombre. Sin dudas, nos encontraremos ahí.
Juan M. Molina
Bibliografía sugerida para profundizar:
Chávez, P. (2010). San Agustín. Apuntes para un diálogo con la ética actual. Santiago: Universitaria.
Nouwen, H. J. (1986). El camino del corazón. Madrid: Narcea.
Rahner, K. (1967). ¡Mira este corazón! En K. Rahner, Escritos de Teología (Vol. 3). Madrid: Taurus.
Rahner, K. (1967). El sentido teológico de la devoción al corazón de Jesús. En K. Rahner, Escritos de Teología (Vol. 7). Madrid: Taurus
Von Hildebrand, D. (1986). La afectividad cristiana. Madrid: Fax