El 31 de mayo: lo que fue, lo que pudo ser, lo que puede ser
Autora: Cecilia E. Sturla
En su diario personal sobre el Concilio Vaticano II y los tiempos que le precedieron, Yves Congar (1904-1995), sacerdote y teólogo dominico, escribía en 1947:
“Me doy cuenta de todo lo que representa el Santo Oficio en éste y otros temas que saldrán en la conversación. Desde el momento en que algo ha llegado hasta él, ya nadie puede nada. El Santo Oficio tiene la llave de todo, incluida la Secretaría de Estado y el mismo Papa.”
Que el siglo XX estuvo marcado por las pujas teológicas referentes a la eclesiología, es un hecho1. Y desde esa puja teológica, la vida del P. Kenenich transcurre no sin sobresaltos ni problemas.
Para tener una mirada clara del 31 de mayo necesitamos por lo menos comprender ese ambiente teológico que culminó (en algunos aspectos) con el Concilio.
Pensar en el 31 de mayo es adentrarse no sólo en la historia, sino en las corrientes de vida, en las cuestiones más de índole pedagógicas que nos dejó esa fecha como familia de Schoenstatt y seguidores de José Kentenich.
Porque el humus opresivo del Santo Oficio se impuso con sus más y sus menos en la Visitación al Movimiento de Schönstatt en 1949 y si bien el ambiente eclesial estaba sumamente enrarecido en las décadas previas al Concilio, no todo lo que se generó ante la Visitación fue debido a este ambiente de una Iglesia atravesada por el pensar mecanicista.
Convengamos que la Visitación no cuestionó ningún aspecto dogmático ni teológico al Movimiento de Schönstatt. Antes bien, las objeciones fueron sobre algunos aspectos que, justificados o no, presentaban serias dudas con respecto a la forma y al trato entre el P. Kentenich y las Hermanas de María. La visitación diocesana había objetado no sólo el riesgo de algunas prácticas ad intra del Instituto de las Hermanas, sino también al principio paterno. Y eso fue lo que originó que el P. Kentenich pusiera en juego todo su temperamento y algunas cuestiones que, de tan viscerales, se transformaron en una enorme admonición no sólo al visitador, sino, por elevación, al episcopado alemán en su conjunto.
Se conjugaron entonces dos elementos complejos: por un lado, el poder desmedido del Santo Oficio que de alguna manera se manifestaban en la visitación diocesana (Congar lo llamaba “la Gestapo de la Iglesia”), y, por otro lado, una crítica hacia el principio paterno. Esta última crítica mueve al P. Kentenich a escribir una carta per longa, justificando cada uno de los aspectos criticados por el visitador y que consideraba propios de una teología mecanicista.
De acuerdo con el documento titulado: Causas del exilio del Padre Kentenich, de autoría de la Hna. M. Mattia Amrhein y de la Hna. M. Thomasine Treese, (que fue encargado por la Presidencia General), en el informe del 14.11.1951, S. Tromp escribe “por qué el Santo Oficio ha reprobado el principio paterno según se ha desarrollado entre las Hermanas, y ha extraído las consecuencias de tal reprobación”. A continuación, enumera las causas por las cuales el Santo Oficio no puede aprobar el llamado principio paterno.
Entiendo que, si hay algo que nos enseñó el 31 de mayo, la Visitación y el exilio, es que el principio paterno conlleva un riesgo. Pero no tanto a nivel teológico, como vital, existencial, concreto. Porque los principios son válidos cuando el planteo responde a la lógica y a la razón. Pero los principios no pueden estar separados de los vínculos concretos. En este sentido, ser no es lo mismo que pensar. Si nuestras comunidades se arraigan en la importancia de tener un paterfamilias, un padre que sea el reflejo o el transparente de Dios Padre… ¿qué implica de suyo ese principio en las situaciones concretas?
Desde el momento que el paterfamilias dejó lugar a la materfamilias y que la configuración vincular y familiar se desplazó del eje comúnmente aceptado hasta entrado el siglo XX, se hace evidente que debemos volver a analizar y reflexionar sobre el principio paterno de nuestras comunidades. No ya dentro de la comunidad de las Hermanas solamente, sino dentro de todas las comunidades del Movimiento de Schönstatt.
Porque está claro que el principio paterno puede impulsar a los ideales más altos, pero también humanamente puede causar confusiones y hasta abusos. Uno entiende que la moralidad del P. Kentenich no se cuestionó en ningún informe. Pero… ¿y si ese mismo principio lo aplicara alguna persona con menos sensibilidad moral?
¿Quién está dispuesto hoy en día a afirmar de manera contundente que un Superior es Dios para mí? ¿Es válido ese planteo? Está claro que discernimos y buscamos reconocer la voz de Dios en sus causas segundas (incluyendo sus aciertos y desaciertos), pero ¿cuánto puede haber influido en esa época la interpretación y aplicación psicológica (y pedagógica) de esa forma de principio paterno? El P. Kentenich habla de la ley de transferencia orgánica. Pero esa ley es más psicológica que teológica. Así lo vio también el Santo Oficio… y lo objetó.
El 31 de mayo no es para los schoenstattianos una fecha más. Pero ahondar en su significado requiere de una dosis de audacia y de transparencia. Con la historia, con la persona de nuestro Fundador, con la Iglesia. Con nosotros mismos.
Debemos comprender que nuestro carisma es un regalo para la Iglesia. Pero que ese carisma no es una unidad monolítica que debe quedar encerrado en las palabras del Fundador. Si el P. Kentenich le dio importancia al principio paterno, quizás debiéramos sacar las implicancias de ese principio y analizarlo a la luz de la época, además de la luz que aporta a ese principio la teología y la filosofía. Quizás deberíamos reformularlo… o simplemente analizarlo en su implicancia concreta dentro de nuestras comunidades.
Saber lo que fue el 31 de mayo, lo que hoy es y lo que puede llegar a ser es responsabilidad nuestra. Nosotros seguimos escribiendo “los Hechos de los Apóstoles” no sólo con nuestra vida, sino también con nuestras reflexiones, para que el mensaje de Kentenich no quede anquilosado en un rincón como si fueran palabras sacrosantas sin una referencia al contexto vital y existencial que marca la historia y por lo tanto el querer de Dios.
Entiendo que dilucidar el principio paterno no es un tema más dentro de la misión que conlleva el 31 de mayo. Si no lo hacemos, estamos condenados a repetir una y otra vez las mismas críticas hechas por Tromp en sus diversos documentos e informes… con resultados inciertos.
[1] La bibliografía al respecto es abundante. La tesis doctoral presentada en Roma en 2013 por el Pbro. Dr. Cruz Viale: Dilexit Ecclesiam, La eclesiología de J. Kentenich entre el Concilio Vaticano I y el Concilio Vaticano II resulta por demás esclarecedora.