El Espíritu Santo nos rejuvenece
Autor: P. Juan Molina
El cierre del tiempo pascual llega con la fiesta de Pentecostés. En algún momento de mis estudios de Teología pregunté por qué la Fiesta de Pentecostés no tiene su octava como otras grandes fiestas. Comprendí que esta fiesta no se puede entender si no es en relación con la Pascua. Sólo una desviada comprensión de la Trinidad podría llevarnos a aislar esta fiesta del gran acontecimiento de nuestra fe: la muerte y resurrección de Jesús. En cierto modo, Pentecostés es la amplificación de la buena nueva de la resurrección de Jesús. Dicho en otros términos: por Pentecostés se asegura la presencia viva y activa del espíritu del resucitado. En la liturgia de ese día se retira el cirio pascual, símbolo elocuente de la presencia del resucitado: su presencia ahora es de otro modo. Por la acción del Espíritu Santo, la presencia de Dios permanece viva, activa, presente ¡Cristo resucitó! Su presencia nos rejuvenece.
Tal vez sea necesario precisar que rejuvenecer no es hacer culto a la juventud. El culto a la juventud nos lleva a la absurda pretensión de que no pase el tiempo y anular todo indicador que nos muestre que ya no somos jóvenes. Es el empeño por ser siempre joven. Paradójicamente eso nos quita la novedad, nos mantiene rígidos y aferrados ante una realidad inexorable. Ante la celebración de Pentecostés, no queremos ser jóvenes (¡sería imposible!), queremos ser renovados. Para eso será necesario comprender que no nos renueva una actitud, una disposición y mucho menos una operación. Es el Espíritu quien nos rejuvenece. Es la incesante acción de Dios en cada uno de nosotros la que nos hace jóvenes. Eso es el Espíritu Santo.
“Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala la juventud, pero al mismo tiempo es estar abierto a purificar lo que no es bueno y a recibir nuevos dones de Dios que te llama a desarrollar lo que vale” (CV 161)
¡Qué importante es valorar que crecer no es bajar la persiana a la acción de Dios! Esa actitud nos avejenta; la apertura a lo que Dios quiera seguir haciendo en nosotros, rejuvenece. Rejuvenecer es permanecer inquietos, es no clausurar nuestra vida, nuestros horizontes y sobre todo lo que Dios quiere hacer por nosotros, con nosotros y en nosotros. Será bueno detectar temores que me anclan, que me tiran para abajo deteniendo la novedad del espíritu del Resucitado.
El libro del Apocalipsis nos regala una linda imagen: “Aquel que se sentaba en el trono dijo: Aquí me tenéis, yo convierto en nuevas todas las cosas” (Apoc. 21,1). En esa línea explica Francisco:
“Dios es Aquel que lo renueva todo siempre, porque Él es siempre nuevo: ¡Dios es joven! Dios es el Eterno que no tiene tiempo, pero que es capaz de renovar, de rejuvenecerse continuamente y de rejuvenecerlo todo. Las características más peculiares de los jóvenes son también las suyas. Es joven porque “hace nuevas todas las cosas” y le gustan las novedades; porque asombra y le gusta asombrarse; porque sabe soñar y desea nuestros sueños; porque es fuerte y entusiasta; porque construye relaciones y nos pide a nosotros que hagamos otro tanto, porque es social” (Francisco. Dios es joven. p64).
Aquella imagen constituye así casi un programa de rejuvenecimiento desde la acción del Espíritu Santo. Puede ayudar hacernos las siguientes preguntas para percibir la acción del Espíritu Santo en nosotros. Si asombra y gusta asombrarse, ¿qué me asombra? Si sabe soñar, ¿qué sueño? Si es entusiasta, ¿qué me entusiasma? Si construye relaciones, ¿cómo están mis vínculos? Veremos así que la juventud más que un momento de la vida es un estado del alma, una actitud existencial de apertura a la vida, a la acción del Dios vivo en cada uno de nosotros. Seguimos celebrando la Pascua, seguimos celebrando la acción del espíritu del Resucitado en medio nuestro.
¡Que la acción del Espíritu Santo en este nuevo Pentecostés nos rejuvenezca!