“Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció…” (Lc 24,34)
Autor: Padre Pablo Pérez, Director Nacional del Movimiento de Schoenstatt de Argentina
¡Felices Pascuas querida familia de Schoenstatt!
El evangelio sugerido para la misa vespertina del domingo pascual es el de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). Evangelio eminentemente pascual que relata cómo es ese misterioso encuentro con el Resucitado.
«Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran».
Un Dios que no cumple con nuestras expectativas
Los discípulos estaban derrotados. Jesús había dejado de ser su Señor, su maestro con autoridad que hacía callar a los fariseos, el profeta poderoso, el Mesías esperado. Nunca llegó a ser el rey que ellos esperaban. Nunca se levantó en contra del poder romano para liberarlos e incluso se dejó matar sin oponer resistencia. “Envaina tu espada” le dijo a Pedro. Por eso huían. El camino a Emaús era una vía de escape. Abandonaban aquella primera comunidad cristiana.
A la humanidad de hoy le pasa algo similar. Perdimos la fe. Abandonamos la Iglesia. El Dios de Jesucristo no está a la altura de lo que esperamos e imaginamos de Él. Ese Dios no tiene poder, ignora lo que nos pasa.
«Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
En muchos surge con fuerza esa pregunta: ¿Dios no se entera que estamos sufriendo, enfermando, muriendo, en guerra…? Un Dios así, que no sabe lo que nos pasa o, peor aún, que lo sabe, pero no puede hacer nada, no me interesa. Me voy.
El enfado de Cleofás es el enfado de muchos hombres con Dios.
«Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel».
Tenemos un montón de expectativas puestas en Dios que pareciera que nunca se van a cumplir. Creer en Dios como “Señor de la historia”, tal cual lo confesamos en la ya tradicional oración de la iglesia argentina no es empresa fácil. De hecho, nos está costando mucho.
Esta semana, hasta el argentino con más fe se preguntaba a dónde iremos a parar. Es un desafío al pensamiento y al sentido común. Saber que Dios es Rey y, sin embargo, que pase todo lo que pasa, genera un gran dilema en nuestro interior.
Mirando en profundidad, él único que sabía lo que había pasado en esa Pascua era Jesús. Hoy Dios es el único que sabe lo que estamos viviendo y hacia donde vamos.
¿Dónde queda Emaús?
Tenemos perfecta certeza de la ubicación de la mayoría de los lugares nombrados en las Sagradas Escrituras. De hecho, muchas ciudades existen actualmente. Sin embargo, nunca se supo bien dónde queda Emaús. Hay varias estimaciones de donde quedaría, pero sin demasiada seguridad.
¿No será que es más un lugar espiritual? ¿Un lugar del alma? ¿A dónde iban entonces los discípulos? ¿A dónde va la humanidad? ¿A dónde vas vos? ¡Quién lo sabe! Ojo con ir a cualquier lado porque la noche te agarra de camino y es peligroso.
Vienen a mí las palabras de Nietzsche, cuando dice ante la muerte de Dios: “¿A dónde nos dirigimos ahora? Nos hemos desorbitado del sol. Nos empieza a hacer más frío. ¿A dónde vamos? ¿No se está haciendo de noche? ¿No va atardeciendo?”[1]
Emaús es una huida, un escape ante la desilusión y la impotencia. Nos puede pasar en todo ámbito de la vida: con Dios, con la familia, la pareja, la profesión, ¡imposible que no nos pasé también con nuestro país!
Como argentinos tenemos la tentación de que Ezeiza se transforme en nuestro Emaús. Irse de Argentina como escape. Y no lo digo efectivamente sino más como un imaginario. De hecho, no tengo nada en contra del que por necesidad o elección decida irse de Argentina y ganarse la vida afuera. Simplemente digo que la trillada frase “la única salida de Argentina es Ezeiza”, es desilusionante, del mal espíritu, no es de Dios.
De ignorante e impotente a peregrino paciente
Cómo nos cuesta entenderlo a Dios. Algo nos impide reconocerlo. Pensamos reinado como dominación y determinación para un bien definido por nosotros. Felicidad y plenitud con ausencia de problemas y buen pasar. Le pedimos a Dios que nos ayude a cumplir esas expectativas nuestras. Sin saber bien cuáles son las suyas y hasta sin tener en cuenta las de los demás.
Incluso en el pedido de que venga su Reino y se cumpla su voluntad (que tanto repetimos en el Padre Nuestro) le solemos transferir a Dios nuestras proyecciones personales, a veces egoístas y limitadas. Queremos que Dios haga lo que nosotros pensamos que tendría que hacer.
¡Él es Dios! Queremos enseñarle a Dios ser dios. Ridículo. Y, sin embargo, Dios se banca esto, está junto a nosotros. Intenta hablar con nosotros, explicarnos la vida. Es una vez más, ese peregrino misterioso que en algún momento de nuestro caminar, se sumó y nos va conversando.
«¿Qué comentaban por el camino?»
Este peregrino nos invita a hacer consciente lo que hay en nuestros corazones. A sacarlo. A presentárselo. Y en ese diálogo nos hace crecer. Nos va explicando la vida.
«Hombres duros de entendimiento, ¡cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!»
Dios nos da pistas para entender el poder del amor. Que se trata de servir, de entregarse y sacrificarse por el otro. Así es el poder de Dios. Él comparte su reinado. No es un Dios egoísta, ni celoso. Nos da parte en su reino. Nos da poder y se banca que lo usemos mal. Que lo malgastemos. Él paga el precio. Eso es lo que vivimos en Semana Santa. El precio al cual fue rescatada nuestra vida.
«¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?».
Pidamos que se nos abran más los ojos de la fe para reconocer cómo el peregrino de Emaús es compañero de mi camino también. Aunque después desaparezca. Así es el resucitado. Está siempre, pero se deja ver de tanto en tanto. Jesús camina con vos. Aunque no lo registres. Te habla al corazón y te transmite su fuego.
«¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Se queda con vos también en tus descansos. Quiere sentarse a compartir la eucaristía. Quiere que vos lo invites a celebrarla. Nada de mandatos. Es una alegría celebrarla. Allí esta tu verdadero descanso y alimento.
Jesús, el Resucitado, te deja la certeza de que nadie se salva solo. No tenemos a donde huir. El individualismo actual, en sus finas ramificaciones, es una huida. No plenifica, sino que empobrece.
Volver a Jerusalén, volver a la comunidad, volver a ilusionarse
En ese rencuentro con Jesús resucitado les vuelve el alma al cuerpo. Se les abren los ojos. Reconocen al Señor, toman conciencia de su realidad, se reconocen ellos mismos en su ser más profundo.
«En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén».
El discípulo es comunidad, es iglesia. En el huir se desnaturaliza. Regresan, aunque es de noche y peligroso. Pero más peligroso es seguir alejados de la comunidad.
En mi curso[2] hablamos que la estrella de aquella noche en Emaús fue María[3]. Cayó la tarde y quisieron regresar. ¿Como lo hicieron? Se dejaron guiar por María, la estrella. En Jerusalén, junto al resto de sus hermanos en la fe, estaba María. Ella era el alma de aquella primera comunidad cristiana.
El P. Kentenich solía repetir que las desilusiones son parte de nuestra vida. Y que el desafío espiritual consiste en pasar de la desilusión a una ilusión superior. Las cosas no son como yo las esperaba. La realidad es como es. No somos lo que quisiéramos y soñamos, ni mi familia, ni las personas que quiero, ni nuestra Argentina es lo que soñamos. La esperanza que nos da la resurrección, como muestra del poder y amor de Dios, hace que nos enfoquemos en aquello que estamos llamados a ser como sueño de Dios. Nuestros sueños murieron. Y nosotros, no somos capaces por nosotros mismo de resucitar. Es una gracia de Dios.
Le pedimos a Dios esa gracia en esta nueva Pascua de Resurrección. Renovar, ante la situación que atravesamos, nuestra confianza en el Señor y en María, nuestra Madre. Le entregamos el poder de nuestra vida.
Nos comprometemos también a colaborar para que ese reinado de Dios se extienda. Quiero ser yo ese Jesús peregrino, esa estrella de Emaús que sale al encuentro de personas que se están yendo, vaya a saber a qué Emaús. Para acompañarlas y darles la posibilidad de reconocer al Señor resucitado caminando a su lado.
[1] La Gaya Ciencia.
[2] En la comunidad de los Padres de Schoenstatt cada camada, los que ingresan en el mismo año, conforma un curso que dura toda la vida.
[3] La tradición de la iglesia, en varias oportunidades, la nombra a María como estrella:
- “Stella Maris (Estrella del Mar)”: vieja advocación de los marineros;
- “Estrella de la mañana”: título en las letanías marianas;
- “Mira la estrella, invoca a María” es una conocida expresión de San Bernardo de Claraval;
- “Estrella de la nueva evangelización” fue recientemente llamada por el Papa Francisco.