Fuerte y digna, sencilla y bondadosa
Celebramos hoy la Inmaculada Concepción de María. Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida. Y llena de gracia ha tenido la generosidad de dar su sí a los planes que el Padre tenía para ella. Pero, ¿cómo habrá sido el encuentro de aquella joven judía con Dios? ¿Y cuáles son las claves para encontrarla en nuestra vida?
Autor: Hugo Barbero
No sabemos cómo fue aquello. No nos han llegado detalles precisos del cómo, el cuándo y el dónde.
Pudo haber ocurrido en la intimidad de su habitación, si es que acaso disponía en la casa de un espacio físico exclusivo para ella. Tal vez en algún lugar apartado del poblado. Quizás fue una irrupción súbita durante el sueño nocturno. Lo cierto es que no lo sabemos.
Solo cabe retroceder en el tiemplo e imaginar los pormenores, esos detalles accesorios y sin embargo significativos a la hora de recrear el encuentro.
Más allá de lugares y momentos, imprecisos y sujetos al parecer de cada uno, el mensaje llegó a su destinataria y esta lo recibió en su recinto más sagrado: el alma.
El alma se transformó en algo así como una caja de seguridad donde aquella joven, casi una niña, guardó su tesoro más preciado. Para preservarlo se revistió de sigilo, de prudencia, hizo del silencio su compañero permanente.
No sentía presiones respecto a su futuro, aunque las tuviera. Porque tenía seguridades: Dios estaba con ella, estaba en ella.
Se sintió en paz.
Si, en paz. Experimentó la paz de Dios, pero no la quietud. No se detuvo en la contemplación gozosa de sí misma.
Elevó la mirada, salió de sí misma y sin abandonar su gozosa intimidad con Dios, se dispuso a servir. El encuentro profundo y transformante con Dios encierra esa paradoja; sumerge a la persona en un remanso de paz y también en un remolino de servicio.
Repartiendo amor, paz y alegría
Su prima Isabel era una madre añosa y requería de ayuda y compañía, de escucha y consejo.
María desarrolló, con el paso del tiempo, una fina sensibilidad, una mirada amplia y penetrante a la vez. Por sobre toda otra actitud creció en ella la confianza en Dios. Confió en aquel en el cual creía.
Su vida se nutrió de una espiritualidad sobria, austera y simple: encuentro con Dios, atesorar su palabra y encontrarlo en el servicio.
No hay en ella demasiadas palabras, no pronuncia discursos pero brinda testimonios. Abre caminos. No exhibe nada porque irradia mucho.
Actúa rápido y rápido desaparece. No permanece en escena en espera de un aplauso que no necesita ni busca, signo inequívoco de aquellos que buscan con sinceridad a Dios.
No tenemos demasiados datos filiatorios, no sabemos con exactitud su dirección o número de celular, sin embargo es fácil ubicarla en el interior de cada uno.
Para orientar la búsqueda es bueno saber que NO es una virgen de estampita.
No busques conquistarla si no ser conquistado. Esta MUJER de seda y acero a la vez ha estado presente desde siempre y es, hoy, más necesaria que nunca.
Se llama María y es una mujer a la cual vale la pena buscar…y seguir.