Nuestra Sra. de los Dolores

Nuestra Sra. de los Dolores

Autor: Monseñor Jorge González

La fiesta, o “memoria” de Nuestra Señora de los Dolores la celebramos en la Iglesia católica el día siguiente a la “Exaltación de la Santa Cruz”. La razón es clara: se busca resaltar la relación especialísima que la Virgen María tiene con la cruz en que murió su Hijo, clavado en sus brazos, y el contenido teológico, espiritual y simbólico que tiene la escena del Calvario. Una imagen que, para nosotros, schoenstattianos, está impresa fuertemente en la memoria espiritual de nuestra Familia, sea por las enseñanzas de la mariología del P. Kentenich, sea por la plasmación iconográfica de este misterio en la “Cruz de la Unidad”.

Los criterios que orientaron la reforma de la liturgia en la época postconciliar — a donde nos quiere llevar nuevamente el Papa Francisco con sus reflexiones propuestas en la reciente Carta Apostólica “Desiderio Desideravi” — tuvieron en cuenta esa relación de María con el Cristo doliente. En el fondo, esta relación en sentido universal es una enseñanza del Concilio Vaticano II, y su mariología.[1] Podríamos decir que sin María quedaría incompleta para el pueblo cristiano la contemplación amorosa y devota de la Cruz de Cristo y la visión de su muerte en la Cruz y de su misma exaltación victoriosa.[2] En la realización de los tiempos de la redención del género humano, ella colaboró con su Hijo y bajo él – en frase del Concilio Vaticano II – en la redención de los hombres, en una unión indisoluble con él.[3]

Anticipándose varios años, las catequesis marianas del Padre Fundador siempre giraron acerca de la misión de María en relación con su Hijo. Para el Padre José Kentenich, el misterio de María es su singular unidad con Cristo. Por eso nos enseñó que Ella es la gran Compañera y Colaboradora de Cristo en la obra de la Redención. El ser Compañera y Colaboradora de su Hijo es el rasgo fundamental de su personalidad. Desde allí se explica todo el ser y toda la vida de María. Cuando Dios pensó en María, la pensó Compañera y Colaboradora de su Hijo. Esta es su misión personal.

Así la queremos contemplar nosotros en esta mañana, en el momento decisivo de la Redención, como “La Dolorosa”, ayudando a su Hijo, junto a Él, sufriendo con El, ofreciendo su inmenso dolor de Madre. María… la Mater. Es contemplarla en su alma atravesada por el dolor y la contradicción… dolores que no se entienden.

Como Familia de Schoenstatt también hemos pasado muchas situaciones dolorosas, desconcertantes, que no se entienden… sea cuando estaba en vida el Padre Fundador, sea ahora que ya no está físicamente entre nosotros.

El complejo y cuestionado camino recorrido en los últimos tiempos que derivó en la suspensión del proceso de canonización causó un fuerte impacto. No podemos perder la paz, incluso cuando estamos rodeados de pruebas y aflicciones, ya que sabemos que no estamos solos, estamos acompañados de un Dios que no es indiferente a nuestra suerte. Somos aliados de María: Servus Mariae nunquam peribit. Una sabia imagen usada por el Papa Francisco en su viaje apostólico penitencial a Canadá nos puede ayudar mucho: “el mar cuando está agitado, en la superficie aparece turbulento, pero en la profundidad permanece sereno y tranquilo”. En la profundidad de la Alianza de Amor debemos arraigarnos siempre más…

A la luz de las repercusiones del Congreso de Pentecostés, del diálogo maduro y del discernimiento de nuestras comunidades, reafirmamos la disposición a vivir el carisma original de Schoenstatt, que es el mismo y único carisma del Padre Kentenich. Reafirmamos la decisión de reconocer y anunciar más profundamente el auténtico Padre Kentenich, con su grandeza y sus límites, pero sobre todo con su figura profética y provocadora. Animémonos a dar a conocer la verdad histórica en profundidad, con seriedad y en libertad, lo que supone hacer todo lo posible para que el Padre Kentenich y su mensaje sean estudiados y dados a conocer a fondo. Gracias a Dios, ya se está trabajando y mucho en esta línea.

¡Queridas hermanas y hermanos, la llamada de Dios a anunciar aún más el mensaje de Schoenstatt con nuestra vida, lo que ha sido la misión apasionada del Padre Kentenich, parece ser muy clara!

Mucho tenemos que aprender de María, la Dolorosa. Ella formó al Fundador y en su escuela debemos formarnos nosotros, sus seguidores. Con motivo de sus Bodas de Plata sacerdotales el P. Kentenich nos confiaba:

“…todo lo que se ha gestado, lo que se ha gestado a través mío, se ha gestado gracias a nuestra Madre tres veces Admirable de Schoenstatt. (…) Al echar una mirada retrospectiva les digo que no conozco otra persona que haya ejercido una influencia profunda sobre mi desarrollo. (…) Soy consciente del peso de esta afirmación. Pero no crean que éstas son meras frases, como para decir algo amable sobre la Santísima Virgen. (…) Ustedes han podido comprobar históricamente que desde el momento en que ella se estableció en este Santuario, puso a disposición su poder y su corazón maternal para la obra que fundé. Y ella es también la que me ha regalado colaboradores. De un amor profundo y sencillo a la Santísima Virgen fue surgiendo todo lo que hoy contemplan nuestros ojos” [4].

A Ella nos confiamos.

Dale, Señor a nuestro querido P. José Kentenich el descanso Eterno y que su alma descanse en paz. Amén.


[1] San Pablo VI se hizo eco de esto en la exhortación apostólica Marialis cultus(1974,2.2) La liturgia renovada debía poner de relieve la celebración de la historia, o de la obra de la Salvación, conmemorando los tiempos especialmente significativos. Así recordará que la memoria de la Virgen Dolorosa es una “ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación, y para venerar, junto con el Hijo exaltado en la Cruz, a la madre que comparte su dolor”

[2] La Virgen María estuvo íntimamente asociada a su Hijo en la obra de la salvación desde los designios salvíficos de Dios antes de la creación del mundo. Desde entonces, María forma juntamente con su Hijo una unidad de salvación eterna.

[3] Concilio Vaticano II, LG, 56

[4] P. Kentenich, 11 de agosto de 1935, Celebración de los 25 años de su ordenación sacerdotal. En: Kentenich Reader, tomo 1, pág. 66