Pentecostés: un salto de crecimiento
Autor: Juan Molina
No fue magia
Cuando Kentenich tiene que hablar del desarrollo o del crecimiento en general, pone su mirada sobre la naturaleza. Resultado de esta observación es que formula las seguramente conocidas leyes de crecimiento orgánico. Sucintamente podríamos caracterizar ese crecimiento como lento, desde adentro, rítmico y total, simultáneo aunque no uniforme y con posibilidad de dar saltos sorpresivos. Esta descripción me permite aproximarme a lo que sucede en Pentecostés y lo que podemos esperar o pedir.
Desde una perspectiva histórica, mirando la primera comunidad, encontramos que el progresivo crecimiento de los seguidores de Jesús encontró en el acontecimiento de Pentecostés ese salto sorpresivo. Así, las discípulas y los discípulos que hasta entonces estaban encerrados, logran salir adquiriendo incluso una perspectiva de desarrollo y crecimiento universal. De ahí que muchos afirman que en Pentecostés más que el nacimiento de la Iglesia, es el nacimiento de su catolicidad, de su universalidad. Se da así un aceleramiento del crecimiento, un renovado impulso, un fortalecimiento de lo que el mismo Dios venía obrando en ellos.
Mirando el desarrollo de nuestra Iglesia y del Movimiento, como así también en las historias personales y de nuestras comunidades, podremos encontrar ciertos acontecimientos que tuvieron ese mismo efecto: fueron ese salto en el crecimiento. Son momentos en que ganamos claridad, en que recibimos un nuevo impulso, en que las piezas encajan y los procesos se aceleran. Podemos pensar en el Concilio Vaticano II con su recepción en Medellín para Latinoamérica, en la decisión de Kentenich de no poner frenos humanos para ir al campo de concentración de Dachau con todo lo que terminó pasando, en el nacimiento de la Campaña de Rosario con su posterior internacionalización y -si me permiten- en el momento en que decidí entrar en la comunidad de los Padres de Schoenstatt respondiendo al llamado de Dios.
En esta perspectiva queremos subrayar que Pentecostés se da insertado en un proceso, en un desarrollo, en una vida. Pentecostés no viene de la nada. Dicho en otros términos, tenemos que cuidarnos de una interpretación mágica del acontecimiento de Pentecostés uniéndolo a un proceso, a una vida, a un desarrollo en donde se encuentra lo humano y lo divino. Pentecostés se asocia así a la encarnación de Jesús, a su ministerio predicando el reino con palabras y signos, a su muerte y su resurrección.
Desde esta clave podemos dejarnos interpelar. Mirando la realidad personal, ¿qué proceso estoy viviendo que necesita de este salto de crecimiento que el Espíritu Santo nos puede regalar? En nuestras comunidades, ¿qué estamos viviendo que necesita ese salto de crecimiento que nos regala el Espíritu Santo y se concreta en fortaleza, sabiduría y más? Pidamos con insistencia y abramos nuestra vida y la vida de nuestras comunidades para que el Espíritu actúe.
Finalmente, podemos pensar en la crítica realidad de nuestro querido país en estas fechas en que se oficializan candidaturas. A menudo me da la sensación de que nuestro modo de pensar y de sentir promueve un pensamiento mágico que cree o espera que de la nada pueda puedan surgir soluciones a nuestros problemas. Incluso se lo pedimos a nuestra alejada clase dirigente. En estos días contemplar el acontecimiento de Pentecostés unido a un proceso nos puede invitar a pedir con fuerza un salto de crecimiento y así cada uno de nosotros hacernos cargo de aquellos procesos que debamos iniciar, fortalecer, desandar, animar, avivar.
No, no fue magia. Pentecostés se entiende en el proceso de amor y predilección del Dios fiel que atraviesa la historia, los procesos, las vidas. También hoy.
Juan Molina
Seminarista de los Padres de Schoenstatt