¿POR QUÉ MILWAUKEE?

¿POR QUÉ MILWAUKEE?

Necesitamos mirar más kentenijianamente a José Kentenich. Conocerlo más como ser humano, con sus límites y sus sombras también. Esto no quita nada de su santidad. Al contrario, ver los límites de una persona y conjuntamente todo lo que Dios hizo con ella, nos habla más todavía del claro actuar de la gracia.

En este nuevo aniversario del tradicional tercer hito de fundación del movimiento queremos seguir dando pasos en una revisión profunda, mesurada y serena de los acontecimientos que antecedieron al exilio de nuestro padre Fundador. Pocas personas podrían ayudarnos más en esta tarea que el P. Ángel Strada, quien fuera postulador hasta 2017 de la causa de Beatificación del Padre Kentenich.   

Autor: P. Ángel Strada

Las causas que motivaron el exilio del Padre Kentenich son múltiples. Ya en la década del treinta desde algunos sectores de la Iglesia, sobre todo en las diócesis de Tréveris y de Limburgo, se cuestionaban ciertas “ideas peculiares” de Schoenstatt. Algunas de las principales críticas formuladas por aquellas épocas eran las siguientes:

– La vinculación local de María al Santuario era rechazada porque al no haber milagros no había señales seguras del origen sobrenatural de esa vinculación.  

–  La afirmación de que Schoenstatt es “creación predilecta de Dios” se veía como signo de “pedante exclusividad”. 

– “Contribuciones al capital de gracias” y “poder en blanco” constituían una terminología propia del “corrupto ámbito de las finanzas”.

– Se juzgaba como improcedente pedir fe en la misión divina de Schoenstatt. Tal misión no estaba confirmada por la magnitud del éxito y la gravedad de las dificultades de Schoenstatt.

– No se aceptaba la consideración de la Alianza de Amor como “contrato bilateral” porque Dios no puede ser obligado a sellar un contrato. Las expresiones que se utilizaban en Schoenstatt eran vistas como “desacostumbradas”, de “mal gusto”, “demasiado modernas”. 

Después de finalizada la segunda guerra mundial se produce una convergencia de cuestiones problemáticas y un desarrollo de Schoenstatt que exigen clarificación. La Conferencia Episcopal decide la formación de una comisión especial que se ocupe de estos temas. La comisión está integrada por los obipos Gröber (Freiburg); Hilfrich (Limburg), Kolb (Bamberg); Stohr (Mainz) y Bornewasser (Trier). La preside Monseñor Kolb, obispo de Bamberg.

Un primer tema central es el “camino especial” del Movimiento. Positivamente se reconoce el espíritu religioso de los miembros y su generoso compromiso apostólico. Se critica su falta de integración en la pastoral ordinaria; el mesianismo y fanatismo de sus miembros debidos a una exagerada conciencia de misión; el secretismo y aislamiento  (no informan, no invitan, no consultan); el uso de expresiones consideradas arrogantes como Schoenstatt es creación y ocupación predilecta de Dios.

Esta problemática hay que considerarla en el contexto del desarrollo de la Iglesia en Alemania. Ya en 1843 se constituye el Comité Central de los Católicos Alemanes. Del 3 al 6 de octubre de 1848 se realiza en Mainz la primera asamblea de los católicos alemanes (Katholikentag). En ella pueden participar los obispos y sacerdotes que expresamente han sido invitados. Muchas organizaciones católicas, algunas con miles de adherentes, manejan sus finanzas autónomamente, eligen sus propias autoridades. Algunas poseen un claro objetivo, intensos programas de formación, fuertes exigencias ascéticas. Otras desarrollan actividades esporádicas. Todas fueron perseguidas por Hitler, requisaron sus sedes, encarcelaron sus dirigentes, prohibieron sus publicaciones. 

Al terminar la guerra los obispos quisieron poner un nuevo acento, reducir un tanto la autonomía laical y, siguiendo el modelo de la Acción católica, darle importancia a la parroquia y la diócesis. A Schoenstatt, con su fuerte organización supra diocesana, le costó mucho asumir estas nuevas líneas pastorales del episcopado alemán. El P. Kentenich es consciente de esta dificultad:

“La Liga debe ser mucho más fuertemente una comunidad de apostolado y de trabajo en manos del párroco y no tanto una comunidad de educación. Ya en enero 1951 di esta divisa, pero hasta ahora no ha sido tomada en serio…La Liga debe ser además el principal portador del Movimiento de peregrinos.

Nuestro centramiento en Schoenstatt y la novedad de nuestro pensar y sentir hace muy difícil el arraigo e inserción en la parroquia como célula primera de la comunidad cristiana. Si no cambiamos de rumbo no podemos esperar que el episcopado y el clero diocesano tengan una actitud benevolente hacia nosotros”. (P. Kentenich, Carta al  P. Alex Menningen, Milwaukee, 23 de noviembre de 1953)

Varios miembros de la Comisión Episcopal sostenían que debía intervenir Roma en la clarificación de los temas problemáticos de Schoenstatt. Ya en marzo de 1948 Mons. Landgraf, obispo auxiliar de Bamberg, pide que el tema Schoenstatt pase el Santo Oficio. Y en agosto declara en una reunión de la Conferencia Episcopal que no se puede afirmar que Schoenstatt es una obra del Espíritu Santo y una ocupación predilecta de María. En ese mes se redacta un “Ultimátum“ a Schoenstatt, que por pedido del obispo de Tréveris no es enviado. Mons. Bornewasser durante un tiempo consiguió frenar estos pedidos argumentando que Schoenstatt pertenecía a su diócesis y que él se encargaría de solucionar los conflictos.


Un salto mortal

El pedido formal de intervención lo escribe el propio P. Kentenich en Nueva Helvecia/Uruguay, el 13 de febrero de 1949. No solicita una comisión de estudio sino el “envío de una persona de confianza” para que en el lugar estudie toda la Obra. Pero llega muy tarde y no ofrece explicación del cambio. Ya en enero el vicario general de Tréveris ha informado a la Conferencia Episcopal que el obispo diocesano ha decidido una visitación canónica a Schoenstatt y ha nombrado visitador al obispo auxiliar, Mons. Stein.

En la “Epístola per longa” el P. Kentenich toma postura frente a las críticas contenidas en el informe oficial del visitador. Tiene plena conciencia de la importancia del paso que está dando. “Con la entrega solemne que hacemos de este trabajo aceptamos una carga que hombros humanos no pueden llevar por sí solos. Pero también esperamos para Occidente, sobre todo para Alemania – una gran bendición”. Cuenta con la posibilidad de que el trabajo “hiera nobles corazones allá en la patria”, que se forme un “frente común poderoso y unido de hombres influyente en contra mío y de la Familia”. Incluso no descarta que el intento fracase completamente.

“Y, sin embargo, no podemos sentirnos dispensados de correr este riesgo. Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque un salto mortal siga a otro. La misión de profeta trae consigo suerte de profeta”. (P. Kentenich, Plática del 31 de mayo de 1949 en el santuario de Bellavista)


Los ejes del conflicto

La reacción oficial del obispo de Tréveris fue el envío el 22 de julio de 1949 de las resoluciones de la Conferencia Episcopal decididas en agosto de 1948, es decir, 9 meses antes de la “Epístola perlonga”. La conferencia plenaria de los Obispos “tiene grandes reticencias sobre ciertas formas de piedad, organización y propaganda del Movimiento de Schoenstatt”. Se le exige a Schoenstatt mayor apertura, mejor información, más inserción pastoral, renuncia a expresiones que suenan arrogantes, la fundación de nuevos grupos sólo puede hacerse con el permiso del obispo del lugar, etc. No hay ninguna mención a la “Epístola per longa” ni a la problemática analizada por el P. Kentenich en esa carta.

Un segundo tema que preocupa al episcopado es la posible fundación de un Instituto Secular de los Sacerdotes Diocesanos de Schoenstatt. Son alrededor de 600 en esos años y gozan de un gran prestigio. Los obispos los alaban por su espíritu religioso y su celo apostólico, a la vez que los critican porque poseen una exagerada conciencia de misión. Unos 150 sacerdotes desean la fundación.

Del 13 de marzo a fines de abril de 1950 el P. Kentenich entrevista personalmente a doce obispos para recabar su opinión sobre la posible fundación de un Instituto Secular. La gran mayoría se manifiesta totalmente contrarios. Temen que formen un grupo aparte en el presbiterio diocesano; que los superiores del Instituto se transformen en instancias de gobierno (el problema de la “doble obediencia”); que pastoralmente privilegien los grupos de Schoenstatt y sigan las directivas de la central de asesores y no de la diócesis.

Un tercer tema conflictivo es la relación de Schoenstatt con la comunidad de los padres palotinos. El acto de séquito de varios padres palotinos y sacerdotes diocesanos de Schoenstatt de enero de 1949, donde prometen seguimiento incondicional al P. Kentenich, es cuestionado por el superior provincial:  

“Por lo tanto, estas cuestiones no tienen nada que ver con la integridad moral ni en primer lugar con la cuestión ascética del primer y exclusivo vínculo con Dios, sino más bien con una cuestión disciplinaria sobre el orden jurídico de la Iglesia. Se trata de la cuestión de qué tiene prioridad aquí, la relación de lealtad a una persona, por muy destacada que sea, o la relación de obediencia a la autoridad eclesiástica”. (Carta del superior provincial P. Schulte al superior general P. Turowski, Limburgo, 25 de enero de 1952)

“Las dificultades se deben casi en su totalidad a que la Sociedad se siente prácticamente ignorada, eliminada y descuidada por los representantes de Schoenstatt, incluidos los Padres. Todas estas cosas sólo se pueden arreglar a través de la conversación. Por escrito no se acaba nunca”. (Carta del superior provincial P. Schulte al superior general P. Turowski, Santiago de Chile, 12 de agosto de 1949)

Se plantea con fuerza la discusión sobre la identidad de la Obra. ¿Schoenstatt es una nueva fundación autónoma que asume la idea de Pallotti de la confederación apostólica universal? ¿O es solamente una actualización de la misión de Pallotti y, por lo tanto, una obra dependiente de los palotinos? El Santo Oficio con decretos en junio de 1956 y en enero de 1958 interviene en esta discusión, hasta que el papa Pablo VI en octubre de 1964 decide la separación de ambas obras.

El cuarto tema central, y el más importante, es la persona del Padre Kentenich. Se cuestiona la vinculación a él, su actitud frente a la autoridad eclesial, su obstinación. Después de Dachau el fundador cree que para servir a la unidad del Movimiento en la creciente variedad de sus ramas y en su expansión internacional debe colocarse en el centro, aceptar actos de seguimiento filial, promover la solidaridad con su persona. Afirma que ha llegado el momento de “salir de las catacumbas” y presentar a la Iglesia la experiencia de Schoenstatt, su espiritualidad y teología como un aporte a los desafíos planteados por los tiempos modernos. Esto implica luchar contra una forma de pensar, vivir y amar mecanicista que como un muro o un bacilo impide una auténtica espiritualidad mariana.

Esta nueva actitud del P. Kentenich después de Dachau no es comprendida por varios superiores palotinos, por un muy pequeño grupo de Hermanas de María, por la gran mayoría de los obispos alemanes. No se pone en duda su integridad moral, pero se lo califica de terco, inflexible, incapaz de dialogar y de aceptar críticas, de promover el culto a la personalidad. Incluso se llega a afirmar que la estadía en el campo de concentración ha afectado su salud psíquica.

“Probablemente sabes mejor que yo lo que se me reprocha en círculos episcopales alemanes. Apunta en la dirección de que no soy capaz de escuchar a un representante de la autoridad eclesiástica, que trato a mi interlocutor como a un alumno a quien tengo que darle una lección”. (P. Kentenich, Carta al P. Alex Menningen,  Milwaukee, 24 de marzo de 1964).

“El P. Kentenich no sabe cuán increíblemente seguro y conciente de sí mismo impresiona su manera de ser y en qué medida la tesis básica de la corrección e importancia de su propia misión es el punto de partida y la medida para todo”. (Carta del superior provincial P. Heinrich Schulte al superior general P. Adalbert Turowski, Limburgo, 25 de enero de 1952)

 Se quiere quitarme por completo no sólo la conducción sino también la influencia en el Movimiento, se juega incluso con el pensamiento de sacarme todo trabajo pastoral. Por mi causa usted no tiene que preocuparse para nada. Todas las cosas que han llegado hasta ahora son para mí algo evidente. Las tomo como una contribución al precio de rescate de toda la Obra. Así como Dachau encontró un final victorioso, así también al final de la confusa situación actual se encuentra una feliz culminación”. (P. Kentenich, Carta al superior general P. Adalbert Turowski, Berg Sion/Suiza, 15 de noviembre de 1951)

Desde el principio hasta el final toda la visitación, con sus cambiantes telones de fondo y con clara unilateralidad, estuvo dirigida contra la cabeza de la Familia (…) Como un hilo conductor en todas las determinaciones se encuentra que la Obra debe permanecer, pero debe ser separada radicalmente del instrumento, vale decir, del fundador. La consigna fue dada por Tréveris, asumida por Roma y desde allí llevada a cabo con todos los medios disponibles del poder y la desvalorización personal. (P. Kentenich, Carta al P. Alex Menningen, Milwaukee, 20 de julio de 1953).


Suerte de profeta

Los peligros que encierra la fuerte vinculación al P. Kentenich, su conciencia de misión, su falta de sentido eclesial son abordados por Mons. Bernhard Stein en su primera presentación ante la congregación de religiosos en Roma:

“La meta de los principios pedagógicos de Schoenstatt es el “hombre schoenstattiano”, es decir, un hombre que, a través de la Mater Ter Admirabilis —bajo esa advocación se venera la imagen de la Santísima Virgen en el santuario de Schoenstatt—, está unido a Cristo y, por eso, es apto para suscitar e introducir una verdadera comunidad cristiana. Aunque esos principios son buenos considerados en sí mismos, en virtud de la forma en que se los aplica en la práctica traen consigo peligros no insignificantes, peligros que, ostensiblemente, deben atribuirse sobre todo a la fascinante personalidad del P. Kentenich. En efecto, los miembros de la obra, y sobre todo las Hermanas de María, están interiormente vinculados de tal manera al P. Kentenich que el juicio y la voluntad del P. Kentenich son para ellos en la práctica la norma última de acción, con el abandono de su libertad y de su decisión personal.

La base fundamental del instituto de las Hermanas de María de Schoenstatt es su carácter familiar. La autoridad suprema, a saber, el director general (P. Kentenich) y la superiora general, son los “padres”, es decir, “padre de la familia” y “madre de la familia”. Las hermanas son hijas o niñas. Pero, en la práctica, la “madre de la familia” está totalmente sometida a la voluntad del “padre de la familia”, que para todas las hermanas se equipara a Dios (“Yo soy para usted el buen Dios”).  (…)

En las pláticas del P. Kentenich a las hermanas, en las oraciones y los cantos, con textos compuestos por él o por las hermanas, queda a menudo la duda acerca de si, con la palabra “padre”, se ha de entender a Dios Padre o al P. Kentenich. Por eso, el centro de la Obra de Schoenstatt —una obra realmente magnífica que por su vitalidad y entusiasmo descuella entre otras obras semejantes de la Acción Católica— se ha desplazado en los últimos años más y más y de manera ostensible del santuario de Schoenstatt a la persona del P. Kentenich.

Muy sospechosa resulta, por último, la forma de comportarse del P. Kentenich ante la Iglesia o los obispos, tal como él la manifiesta claramente una y otra vez. Con ocasión de la visita canónica, las hermanas y otros miembros de Schoenstatt no trataron con el visitador con la debida apertura, y ello como consecuencia de la educación del P. Kentenich. Además, el P. Kentenich respondió al informe del visitador, que le fue remitido por el obispo de Tréveris, con extensas consideraciones, en las que rechaza como errores las concepciones del visitador. Cuando el obispo reafirmó después las exigencias y conminó a su cumplimiento, el P. Kentenich aceptó el informe del visitador, pero sin modificar su propia opinión. De regreso en Alemania, el P. Kentenich permaneció dos meses en Schoenstatt, pero no visitó al obispo del lugar. Tras sopesar cuidadosamente todas las circunstancias parece improbable que el P. Kentenich se aparte en el futuro de los métodos arriba descritos”.

(Mons. Bernhard Stein a la Congregación de los religiosos, Roma, 18 de abril de 1950)

Mons. Stein reitera el pedido en noviembre del mismo año. En enero de 1951 el arzobispo Bornewasser solicita también la intervención de Roma. El cardenal Josef Frings, presidente de la conferencia episcopal, en carta a la Congregación de los religiosos del 27 de marzo de 1951, apoya el pedido de los obispos de Tréveris. Junto con alabar a los sacerdotes diocesanos, a las Hermanas, a las Señoras de Schoenstat, a los laicos, alude a “peligros de unilateralismos y desarrollos anómalos” que pueden impedir el buen desarrollo de “la Obra de Schoenstatt, la que se destaca en especial por su celo apostólico”. Roma responde a las solicitudes de los obispos nombrando visitador apostólico al P. Sebastián Tromp SJ, quien realiza su tarea desde marzo de 1951 hasta julio de 1953.

Otro motivo de conflicto está referido a la Hna. Anna Pries (1893-1962), superiora general de las Hermanas de María. Desde la fundación en 1926 ella comparte con el P. Kentenich la conducción de la comunidad. No logra una relación de confianza con el fundador, su difícil personalidad es fuente de serias dificultades. Estando en Argentina el P. Kentenich modifica su postura de que el principio parental (“padre y madre” dirigen la comunidad) es vitalicio y decide que sea por doce años. Para permitir este cambio la dirección general de las Hermanas en pleno presenta su renuncia en una jornada que se realiza en febrero de 1950 en Quarten/Suiza. El P. Kentenich acepta la renuncia de la Hna. Anna, quien queda como superiora de la comunidad en Suiza.

Tréveris toma muy a mal que no estuvo informado de esta problemática antes, durante y después de la Visitación. Considera que la renuncia de la Hna. Anna se debió a la presión moral ejercida por el P. Kentenich. No comprende que él no haya visitado al obispo después de su regreso de Latinoamérica ni le haya informado de los cambios que quiere introducir en la estructura de gobierno de las Hermanas.

Los varios motivos que tuvo el P. Kentenich para no regresar a Alemania los expresa en diversas cartas. Algunos de ellos: conocer mejor la situación mundial; darle a la Familia la oportunidad de tornarse autónoma, localizar zonas de peligro, descubrir debilidades y luchar interiormente por un más fuerte vínculo al ideal y una mayor responsabilidad; poner los fundamentos de la Internacional; para que germinen las semillas plantadas en diversos países; hacerme prescindible.  “Estoy viajando de país en país tan sólo para prepararle a la Santísima Virgen una marcha triunfal. Casi podría decir que soy el canciller, el ministro de relaciones exteriores de la MTA. En todas partes, donde llego, preparo el terreno para los santuarios”. (P. Kentenich, Homilía en la parroquia de Nueva Helvecia-Uruguay, 17 de mayo de 1948)

Las controversias del P. Kentenich con Tréveris y Roma se dieron en planos diferentes. No se llegó a un verdadero diálogo. El interés principal del fundador es servir a la Iglesia ofreciendo la experiencia que han hecho él y su fundación, sobre todo a partir del 20 de enero de 1942, y denunciando la influencia de la mentalidad mecanicista. Tréveris y Roma no manifiestan interés por estos planteos y centran su tarea en “llamar la atención acerca de ciertos peligros, desviaciones y anomalías que pueden producirse, y que de hecho se han producido”. (Mons. Stein)

“Para que comprenda mejor mi intención, le recuerdo que lo que me mueve no es tanto Schoenstatt, sino sobre todo el bien de la Iglesia en Alemania. Creo que ha llegado el tiempo de avanzar con mayor fuerza en círculos eclesiásticos y considero el camino andado –aun cuando sea también peligroso– como el más apropiado. Pero a la vez quisiera lograr que allá se contase con Schoenstatt más de lo que se lo ha hecho hasta ahora. Si bien nuestro deseo es sólo servir, es necesario que las autoridades eclesiásticas nos tomen mucho más en serio de lo que ha ocurrido hasta ahora”. (P. Kentenich, Carta al vicesuperior general P. Karl Hoffmann SAC, Villa Ballester-Argentina, 25 de junio de 1949)

Los catorce años de exilio le significarán al Padre Fundador crecer en su seguimiento de Jesucristo, el buen Pastor. Son años de dolorosa separación física de la Familia y de profundización de la mutua pertenencia. Son años fecundos.

“Bienaventurados los perseguidos…” (Mt 5, 10). No sé qué más podría suceder. Contemplado a la luz de la fe, todo esto son frutos pedagógicos. La MTA cumple su labor educadora que asumió en virtud del Acta de Fundación. Y realiza honrosamente esa labor en primer lugar en mí mismo, y también en muchos otros. “Atraeré hacia mí los corazones jóvenes y los educaré como instrumentos aptos en mi mano”. Si ella quiere volver a dar a luz a Cristo, en Schoenstatt y a través de Schoenstatt, conviene que procure realizarlo sobre todo en mí. Naturalmente ha de repetirse entonces la vida de Jesús en todas sus etapas, incluyendo crucifixión y escarnio. Piense en todo lo que se señala en el Hacia el Padre sobre la promesa hecha a Abraham en virtud de la Alianza de Amor. Lo más importante es el nacimiento del Salvador de su linaje. Aplíquelo a nosotros…, así comprenderá las cosas y se alegrará de corazón conmigo”. (Carta al P. Josef Fischer, Milwaukee, 20 de octubre de 1952)

Monte Sion / Alemania, abril de 2021.