Ya viene
Autor: Hugo Barbero
Dice San Pablo, en su carta a los filipenses que la paz de Dios supera todo entendimiento. Es la paz de quien puede decir “he peleado el buen combate”.
Habla de paz, pero no de quietud.
La quietud puede nacer de la indiferencia, de la apatía, del conformismo, de la ausencia del amor, del vacío espiritual.
El Adviento coincide con el fin del año calendario, y en nuestras tierras con la llegada del verano. Lo experimentamos como tiempo de paz y a veces también de quietud.
No fue así en el caso de ellos dos, de José y María.
El censo decretado por el emperador Augusto los llevó a recorrer los más de cien kilómetros que los separaban de Belén.
Una mujer en el último mes de su embarazo no puede mantener el paso ágil de un grupo de caminantes. Es de suponer, entonces, que debieron emprender solos el camino.
Llevaban consigo a Jesús.
La travesía se prolongó, duró varios días.
Sol abrasador durante el día, frío y oscuridad impenetrable por las noches.Vientos fuertes que los habrán demorado en su marcha. Lluvias. Necesidad de descansos frecuentes por el estado de gravidez de María…
Experimentaron en carne y espíritu, es decir vivenciaron, que la vida con Cristo Jesús en medio del mundo es incompatible con la comodidad, con la indiferencia, con el conformismo. Supieron, sin necesidad de que les fuese dicho, que la vida en abundancia que traería su hijo era una vida de paz en medio del “buen combate” pero no de la quietud que es hija de la indiferencia y el descompromiso.
No había, “para ellos”, lugar en la posada. ¿Qué significa para ellos…? Significa que para otros sí.
¿Quiénes eran los otros…? Los que podían pagarlo. Seguir a Dios no tiene precio, tiene VALOR.
Nació en una cueva de animales. Habría olores desagradables, es probable que hasta algún resto de “materia orgánica”. Esos fueron “los pañales” que Dios Padre permitió para su hijo. Dios apunta siempre a lo esencial y prescinde de lo superfluo.
Allí vino al mundo, en medio de precariedad y dificultades.
Sin embargo vino para traer vida, y traerla en abundancia.
Alguien escribiría, siglos después, que “quien se entrega sin reservas a Dios conocerá tres cosas: la embriaguez sin vino, la omnipotencia sin poder, la vida sin fin”.
La paz de Dios supera todo entendimiento.
La paz, no la quietud.
El abandono, no la indiferencia
La pequeñez, no el ego.
Estamos en Adviento. Él se acerca y busca una morada.
Bartimeo, el ciego, escuchó un día una palabra cargada de esperanza, una exhortación que lo sacó de su ensimismamiento: “Ánimo, Él te llama “.
Ya viene.