La JM Argentina al modo de Jesús
Voluntariado – misión en Florencio Varela, Galilea IV
Del 19 al 29 de Julio en Varela se llevó una nueva edición de Galilea. Se trata del voluntariado-misión de la juventud universitaria argentina. En esta oportunidad participaron jóvenes de Mendoza, Córdoba, Buenos Aires, La Plata y de Paraguay. Siguiendo las huellas y los modos de Jesús, los jóvenes sirvieron en el hospital, en la cárcel, en un centro de rehabilitación y en la Casa del Niño. Además acompañaron la preparación de la fiesta patronal de San Pantaleón. El servicio estuvo sostenido por intensos momentos de oración y adoración diarios. Acompañaron está iniciativa los padres Juan, Pancho, Lucas y el seminarista Juan Cruz Colombo. A continuación se presentan algunos testimonios.
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En la cocina pasan cosas. Mirko Rodríguez, JM Confidentia.
El jueves en Fazenda hicimos panes y ahí tuvimos quizás el momento más íntimo del servicio, entre el pan, que es lo diario, lo de todos los días. Después del almuerzo y antes del trabajo de la tarde, después de toda la semana nublada, salió el sol. En la cocina pasan cosas. Se prepara la mezcla y se deja que se infle con la levadura y en ese transcurso del tiempo nos soltamos, nuestras historias de vida se mezclan como la harina con el agua y ya no somos dos grupos. Estoy hablando de mi vida como con un amigo, con alguien que también tiene familia y amigos, que le gusta ver los partidos de Boca, que tiene un hermano que estudia en la universidad mientras que él, cuando terminó el colegio prefirió salir a trabajar. En el medio hubo errores, malas juntas, caminos peligrosos. Como el pan, a veces nos quemamos.
Los dos somos de Cordoba, yo de capital y el de San Francisco, un poco más al norte. Los dos fuimos a colegios religiosos. Vidas virtualmente parecidas. A mi me invitaban a la pascua joven, a él le dijeron de probar un porrito. Mientras yo conocía a una chica, mi nuevo amigo cortaba con su novia. Mis amigos me festejaban, mientras que él me cuenta que si le hubieran ofrecido un abrazo en vez de un sobre de cocaína, seguramente no estaría acá en la Fazenda.
A los dos nos cuesta sentarnos a estudiar y los dos queremos tener un título universitario. Ahí en la cocina se une y se corta la masa, le damos forma, se la pinta con huevo para darle ese toque, en el medio hay chistes y risas sanas. Se cruza un comentario fuera de lugar y al instante él mismo se corrige; “hay que despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo” En la cocina se cometen errores, pero todo se arregla y cuanto antes se recomienza. “Morir al hombre viejo” sabemos para donde hay que ir, no es menor. Jesús también amasa nuestra vida, le da forma, la cuida. A veces estira, duele y parece que se rompe, pero Jesús es buen panadero.
No hay balanza. Uno arma una improvisada en dos segundos, lo aprendió cuando distribuía y vendía merca. Dios se sirve de todo lo que somos, incluso de nuestros errores. Dale tiempo que leude. “Antes de llegar a la Fazenda, la última vez que lloré fue a los diez años”. De vuelta, dale tiempo, que leude. No hay palos de amasar para todos. Se amasa con lo que se tiene, se improvisa, no por despistados, sino porque queremos hacer un buen pan.
La fiesta está buenísima, se baila, se festeja, hay música y comida. Pero como en las bodas de Caná, el milagro pasa en la cocina. Los invitados probaron un vino buenísimo, pero los servidores vieron la locura de como antes era agua. Necesitamos estar más en la cocina, donde pasan cosas.
El pan es lo común, lo que no falta en ninguna mesa. Es la diaria, lo bueno y lo malo que llevamos y soportamos. Es eso, somos nosotros, nuestro trabajo y nuestros vínculos. En la misa, como en la última cena, Jesus toma el pan, lo transforma en su cuerpo y se nos regala como alimento. Todo es don. Pero hay que laburar, hay que estar en la cocina. Somos co-rredentores. Vivimos en esa filialidad del “Nada sin ti, nada sin mi”. Ya no es una obligación, más bien ahora queremos estar en la cocina diaria, donde siempre pasan cosas.
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Todo comenzó en Galilea. Luca Malnis, JM Mendoza
Galilea fue un gran regalo que marcó un punto de inflexión en mi percepción de la vida, creando una perfecta comunión entre lo apostólico y lo contemplativo.
Cada día comenzaba con una hora de adoración en absoluto silencio. Luego, nos dirigíamos a los distintos apostolados: algunos iban al hospital, otros a la cárcel, y otros acompañaban un grupo de rehabilitación. Personalmente, me tocó acompañar un hogar de niños, donde diariamente les brindaban alimentos y un amoroso acompañamiento.
Por las tardes, salíamos a misionar por los rincones de Florencio Varela, compartiendo la Palabra y culminando con la celebración de la Misa.
Al principio, me costaba adaptarme; me aburría durante la adoración y me resultaba difícil comprender la magnitud de los problemas de esos niños, preguntándome cómo podría hacer una diferencia en solo diez días.
Una de las reflexiones que más me impactó fue sobre las bodas de Caná y la simbología del agua. Jesús dijo: “Llenen de agua esos recipientes.” ¿Acaso Jesús se volvió loco? Faltaba vino y pidió que trajeran agua y la sirvieran. Este pasaje me hizo entender cuán a menudo en la vida necesitamos de “vino” y solo disponemos de “agua”.
Pero es precisamente en nuestra sencillez, en lo poco que podemos ofrecer, donde reside el misterio: entregamos nuestra humanidad a Cristo, quien “hace nuevas todas las cosas”.
Con esta comprensión, día a día ofrecí mi “agua” para que fuera transformada en “buen vino”. Poco a poco, crecí en la intimidad con el Santísimo Sacramento; aquellas horas de adoración se volvieron preciosas y breves, y descubrí la presencia de Cristo no solo en el Santísimo, sino también en los niños olvidados a quienes vi crecer, aunque sea un poco, en el Amor.
Es a través de Cristo que aprendemos a amar. Él es la fuente de esa agua vivificadora, y por medio de Él, todas las cosas se renuevan.
Ningún acto de amor es en vano, porque el amor es esa fuerza indómita y transformadora que tantos necesitan. Es ese “agua” que será convertida en vino
Por eso, “todo comenzó en Galilea”. Y fue allí donde nació la pregunta: ¿Cómo puedo amar más?
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Cuando el amor llegó al mundo. p. Juan Molina, Asesor JM Argentina
Me lo contó un adolescente. Surgió algo nuevo. Aquello que se veía en las películas, de lo que también hablaban los grandes, se hizo cercano al punto de volverse interior. Fue en torno a un encuentro intercolegial con un colegio de la zona por una razón pastoral. En uno de esos trabajos en grupo la había conocido tanto como se puede conocer a alguien en los trabajos de grupo. Al menos lo suficiente para registrar el nombre y sacarse de la multitud dejando de ser una más. De regreso al colegio en el grupo se intercambiaron nombres como quien comenta un partido de fútbol destacando intervenciones de algunos jugadores. Pero cuando otro nombró ese mismo nombre decidió internamente levantar bandera blanca y suspender posibles competencias o conquistas. El amor venido al mundo lo hace con un manojo de reglas no escritas. Códigos que marcan un estilo de vida. Una de ellas está escrita sobre piedra: “no desearás la mujer de tu prójimo”.
Cuando el amor llega al mundo se quiebra la historia. Ya nada más será como hasta entonces. Por el contrario, cunado el amor se demora en llegar, la historia sigue su ritmo normal impulsado por sus propias fuerzas que son las propias de la inercia. Ahí el que mal anda, mal acaba. A la tragedia le sigue lo trágico. Al dolor le siguen nuevos dolores. A la soledad le siguen nuevos encierros. Al individualismo le siguen más exigencia, competencia y comparación agotadoras. A la violencia más violencia porque no es sólo más agresión sino también mayor protagonismo en esa violencia. Frente a esta inercia el consumo no hizo más que profundizar la derrota aun incluso en esa pretensión de que quede entre paréntesis. Cada historia de consumo se me hizo una historia de ausencias, de faltas de amor y de incapacidad de amar. Así se arrastran familiares desatendidos, amores arruinados y vínculos desperdiciados. La inercia puede mover algo la historia, pero no puede con la fuerza de gravedad.
La transformación, en cambio llega por el amor. Un amor que es concreto, que pone al otro en primer lugar y se despoja de sí mismo. Un amor que es abrazo, palmada y brazo sostenido en el hombro. Un amor que es mensajito, audio o foto un poco fuera de contexto. El amor se nota, el amor se recibe, el amor se da. Se vuelve urgente pensar menos del amor y amar más. Es necesario soltar las manos con tinta sobre el amor para que las manos se llenen de abrazos, palmadas y apretones del amor. Es necesario amar más. Los santos empezaron a ser santos no sólo cuando se supieron amados si no cuando así lo experimentaron. El infierno es la ausencia del amor como rechazo, como imposibilidad o como insensibilidad.
El agua que llega a la harina hace algo nuevo. Y luego incontenible toma forma y la harina seca y dura se amolda. Será necesario que el buen panadero ponga las manos en la masa y así pueda completar esa Unión para que efectivamente genere algo nuevo y así también se vuelva alimento. No alcanza con los ingredientes. Es necesario amasar, es necesario ponerse a laburar. Y si la harina es lo bueno que cada uno es y el agua son ese fluir de vínculos o relaciones, la mezcla nos da forma y nos vuelve alimento. Por eso, sin estirar la imagen, más que amasar es necesario dejarse amasar. Jesús es el gran panadero, él es el Buen Pastor. La iglesia es continuadora de la misión de Cristo, es “industrialización” de su pan alimento que da vida. Somos JM, somos Iglesia. Me gusta ser de esa iglesia que amasa esa comunidad humana, que humaniza y nos vuelve a alimento para los demás. No lo hacemos con recetas, lo hacemos con amor. Como los cocineros que saben que miden no en medidas exactas sino en “puñados de…”, “toque de…” y todo “a gusto”. Nuestra receta es el amor. Cuando el amor llegó al mundo nos volvió alimento a fuerza de amasarlos, de dejarnos amasar (y de algún masazo). De ahí el mandato “denles ustedes de comer” que sigue resonando hoy.
Cuando el amor se llegó al mundo, el mundo se sintió aliviado y alimentado. También quedó expuesto en su necesidad. Su sed de Dios y la sed de amor. La sed de amor de hoy es ser de Dios. Y El Mundo sabía mucho del amor, pero no lo había experimentado; o por lo menos en ese extremo. Quedan expuestos amores de manual, amores de cartón y amores que matan. Nos regala un amor más grande. Él se vuelve la plenitud de la verdad, la plenitud de la revelación, la plenitud del amor. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Y así no solamente es un amor personal, sino que se vuelve total. Amar y ser amados. Amar y ser amigos. Cuando el amor llega al mundo, no si la comunidad.
Todo empezó en Galilea. El amor llegó al mundo en la región de Galilea.