Ser santos hoy
Autor: P. Alberto E. Eronti
El Padre José Kentenich utilizaba dos expresiones que nos ayudarán a interpretar el sentido y contenido del tema. Dijo que “cada hombre es hijo de su tiempo” y que “cada tiempo acentúa un rasgo particular de Dios”. Nosotros podemos agregar que cada tiempo, condicionado por ambas verdades, determina un modo concreto de vivir santamente el discipulado.
Entrado ya el siglo II de nuestra era, muchos cristianos que anhelaban vivir una mayor identificación con Cristo se retiraban al desierto. Pareciera que el lema era: si quieres ser santo, aléjate del mundo. Esta manera de entender la santidad influyó decisivamente en la vida de millones de cristianos, para quienes el “mundo” era símbolo del mal.
Santos en el mundo y para el mundo
Ya desde la fundación del Movimiento de Schoenstatt, José Kentenich, hablando de “probarle a María nuestro amor”, señaló a los hechos como prueba de amor: “el cumplimiento fiel y fidelísimo del deber de estado”. A esto le llamó “la santidad de la vida diaria”. Ambas expresiones suponen que el cumplimiento fiel de las opciones de vida y el diario quehacer debieran constituir un camino de santidad. Santidad en el mundo y desde el mundo. Santidad de la vida y no al margen de la vida de cada día.
Utilizando el título de un libro que escribiera un miembro de la Obra del Opus Dei, se trata “del valor divino de lo humano”. Todo lo creado por Dios es bueno y buenos creó al mundo y al hombre. La santidad consiste, entonces, en el esfuerzo por conservar la bondad del mundo y del hombre. Todo lo que el hombre hace cada día, en la medida que sea hecho con amor y protegiendo la bondad de lo creado, se torna en un camino (¿o una escalera?) de santidad. La santidad consiste en hacer todo con y por amor, en cuidar la dignidad de lo creado, servir con amor a quienes Dios pone cada día en el camino de nuestra vida y aprender a amarnos a nosotros mismos. En síntesis, partiendo del Amor, que es Dios, colmar de bondad lo que hacemos. Para nuestra Familia de Schoenstatt “el valor divino de lo humano” se realiza haciendo todo por amor a María y amando como María. Por eso, la santidad de la vida diaria nos lleva a vivir al “ritmo del amor a María”. Es poder decirle en cada acción que hacemos: “Te amo, te amo…”
Santos de aquí y ahora
Como ejemplo de que se trata de una vida de santidad adecuada al tiempo actual, y que acentúa el amor compasivo y misericordioso de Dios, pongo como ejemplo a San Artémides Zatti. Este santo ítalo-argentino murió en 1951, en la ciudad de Viedma, y fue canonizado por el Papa Francisco el 9 de octubre del 2022.
¿Cuál era su estado religioso y su profesión? Fue Hermano Coadjutor de la familia Salesiana. Tras su Profesión religiosa ejerció como farmacéutico del hospital salesiano en Viedma, luego fue vicedirector del nosocomio, pero no dejó nunca su labor de enfermero. En su biografía leemos:
“Su servicio no se limitaba al hospital, sino que se extendía a toda la ciudad y localidades de alrededor. En caso de necesidad se movía a cualquier hora del día y de la noche, sin preocuparse del tiempo…haciéndolo todo gratuitamente”
“Artémides amó a sus enfermos de manera verdaderamente conmovedora. Fue fiel al lema de Don Bosco: “Trabajo y templanza”. Desarrolló una actividad prodigiosa con habitual prontitud de ánimo… Fue hombre de fácil relación humana, con una visible carga de simpatía y alegría… Pero, sobre todo fue un hombre de Dios. Artémides lo irradiaba…”.
¿Qué tiene de extraordinario su labor de enfermero? Artémides hacía básicamente lo que los otros enfermeros hacían. ¿Entonces en qué radicaba la diferencia? En que en él se realizaban las palabras de Jesús: “En esto conocerán los hombres que son mis discípulos, en el amor…”, y “nadie tiene amor más grande que el que da su vida”. Todo lo que Artémides hacía destilaba amor y amando daba su vida y daba vida.
La santidad como misión
Ante la Festividad de Todos los Santos de este año 2024, qué importante es entender que la santidad no es una opción, sino una misión de vida: vivir como discípulo y discípula de Jesús. La santidad de la vida diaria no acentúa acciones ascéticas extraordinarias, sino lo ordinario de la vida: hacer con el mayor amor aquello que nos corresponde y servir con amor a los que nos rodean.
Para ser santo hoy, no hay que escapar del mundo (cosa por lo demás casi imposible), sino quedarse en el mundo y amar. El amor que nos constituye en luz, sal y levadura… San Artémides Zatti no se destacó por realizar penitencias y ayunos, por usar silicios, sino por hacer con el mayor amor lo ordinario de su vida, la responsabilidad asumida. José Kentenich lo decía así: “hacer extraordinariamente bien lo ordinario”. De eso se trata la santidad de la vida diaria, la que está al alcance de todos, porque todos estamos llamados a amar con el “amor más grande”, el amor con el que amó Jesús.