Diario del amigo

Diario del amigo

Una crónica de mi ordenación diaconal

Autor: Juan María Molina


El 8 de diciembre de 2010 firmaba la carta pidiendo ser admitido a la comunidad de los Padres de Schoenstatt después de un largo proceso de discernimiento entre idas y vueltas. La aceptación llegó en el febrero siguiente y en el febrero posterior emprendí el viaje a Paraguay para empezar el noviciado. Empezaba una aventura tan soñada, fantaseada y querida como desconocida ¿Cómo ese Juan se convertiría en consagrado, diácono y sacerdote? Algo especialmente lindo del retiro de ordenación fue conectar con el inicio de este sueño vocacional. Tiempos románticos y también un poco ingenuos. Me gusta ver que sigo siendo el mismo. El adulto -el consagrado perpetuo- no mata al niño. Por eso conservo esa tierna ilusión de un sacerdocio pleno, cercano, comprometido, sencillo y para todos. Conservo la calidez de ese encuentro con Jesús que me constituyó primero cristiano, amigo, yo mismo. Guiños del destino, aquel 8 de diciembre de 2010, mi querido Independiente salía campeón de la copa Sudamericana tras derrotar por penales al Goias brasilero. Independiente de mi vida y de lo transitado en estos nueve años, sigo siendo el mismo.

Dándole fast foward a mi historia vocacional, el 14 de noviembre pasado por manos de Mons. Alberto Ortega fui ordenado diácono junto a otros seis hermanos más de comunidad de distintos países:  Sebastián Espinosa, Joaquín Lobos y Sergio Abarca (Chile), Pedro Bras (Portugal) y Filipe Araujo y Rafael Flausino (Brasil).



Después de algunas idas y venidas tan propias de este año, la ordenación tuvo lugar en el Santuario del Valle Hermoso del Niño Jesús, en la comuna Colina. Con las restricciones impuestas por la pandemia participaron unas 150 personas; y con las oportunidades que la pandemia nos trajo, pudieron conectarse miles de personas por Youtube. Entre los que pudieron asistir estuvieron mis padres quienes viajaron especialmente para la ocasión aprovechando una de las excepciones providencialmente otorgadas al cierre de fronteras de ambos países que había en esas fechas. Con ellos y a través de ellos experimenté la cercanía de mi familia entera, de amigos y también del Movimiento en Argentina.

Fenómeno singular manifestado en estos tiempos: nuestras presencias son presencias de otros más. Al final de cuentas no solamente vivimos y nos ordenamos con otros, sino que somos con otros.

El lema elegido para la ordenación se tomó de una oración del p. Esteban Gumucio que nuestro amigo y hermano Christian “James” Abud -quien se nos adelantó en esta caravana a la eternidad-, tanto le gustaba. “¡Quiero ser tu amigo, Jesucristo!”, rezaba. Fue su suave grito de guerra durante su combate de la leucemia que lo preparó para abrazar la muerte en paz. Con otras luchas y realidades, pero con el mismo final, nosotros lo hicimos lema de ordenación.

Sin embargo, debo admitir en esta intimidad que el lema es un tanto incompleto. El lema lo decimos nosotros, pero oculta una parte que personalmente experimento como el núcleo de mi llamado vocacional: Jesús que me dice “quiero ser amigo tuyo”. Haber escuchado eso es más fuerte que nuestra respuesta apasionada y sincera, aunque también frágil. Amigos de Jesús, amigos entre nosotros, hermanos todos. Precisamente viví el tiempo previo a la ordenación y a la consagración en clave de amistad.

Este camino me llenó de amigos; muchos más de los que imaginaba que podía tener. Con ellos y por ellos -que también son ustedes-, pude descubrir a Jesús amigo. El rasgo que más me marca de la amistad es el permanecer. El amigo, el bueno amigo, es el que permanece. El que está en las buenas y en las malas mucho más. La enfermedad de James fue en ese sentido escuela de amistad. Jesús permanecía en James y me daba una razón para permanecer en Él. “Cuando mi contorno se estremece, eres Tú el Amigo y permaneces”, dice aquella misma oración.

Se cumplen nueve años en donde pasamos de todo. Muchas cosas fuertes conocidas y otras menos conocidas. Son tantas que impresionan, que no esperaba y que no deseaba. Las recuerdo y las hago presentes para dar testimonio de la fuerza de Dios, de su presencia viva, de su compañía. Le decimos amistad. No soy un mártir y a lo largo de la formación incluso con lo duro que pude vivir, he sido feliz. Son infinitamente más los regalos que las dificultades. No es resiliencia, no es martirio, no es voluntad. La amistad de Jesús es más fuerte. En ese sentido resuenan palabras de esos días que me dijeron mucho. Palabras que recibo y acepto aunque a veces me suenan exageradas.

En este tiempo he ido aprendiendo que hay que descartarlas; las creo y las quiero. Palabras como ejemplo, testimonio y otras más que guardo en el corazón por pudor. Pueden ser, pero es más lo que Cristo y la Mater hicieron conmigo. No llego acá por “aguante”, coraje o talento, sino sobre todo por lo que Cristo y la Mater hicieron conmigo.