El hombre pascual
Hacia 1940 un sacerdote de origen alemán y formación schoenstattiana, el Padre Franz Maibach, fue destinado por la Diócesis de Bahía Blanca para acompañar a los habitantes de la colonia de alemanes del Volga ubicada en la zona de la estación “Paso Mayor” (llamada así por su cercanía al “Paso del Mayor Iturra”, sobre el río Sauce Grande), a 40 km de la ciudad. Unos años después aquellos colonos y su capellán, consagraban una pequeña capilla a la Madre y Reina tres veces Admirable.
En 1948 el padre Kentenich visitó Paso Mayor y prometió volver con una imagen original de Nuestra Señora de Schoenstatt. Cumplió esa promesa en la Pascua de 1952, durante la cual predicó personalmente una misión popular y entronizó la imagen de María a quien presentó como la “Madre y Reina del Pueblo”.
Autor: P. Daniel Jany
Es llamativo que el P. Kentenich haya decidido celebrar la Pascua de 1952, año tan decisivo en su vida, cumpliendo la promesa de traer una imagen original de la Mater a los colonos del Paraje Paso Mayor. Más todavía si consideramos que usó la oportunidad para predicar, por única vez en su vida, lo que entonces se llamaba una “misión popular”, una tarea común para miembros de congregaciones como la suya.
A eso se suma que llega el 12 de Abril, fecha importantísima para él, porque siempre tuvo en cuenta la Consagración a María que surgió de su mamá en 1894, a la que tempranamente se refirió de un modo velado y de la que más tarde dijo expresamente que allí estaba germinalmente fundamentada toda la Obra de Schoenstatt. Leyendo entre líneas sus pláticas descubrimos que en esos días expresó mucho de lo que al respecto vivía en su alma. Y que plasmó en el título mariano que atribuyó al Santuario: “Madre del Pueblo”.
Sobre todo interpretó la circunstancia para decir proféticamente que la Virgen María asumía la responsabilidad de que allí siempre resonasen las Campanas de Pascua. Lo que concretiza en la Primera Gracia Especial del Santuario: Ella vela para que creamos en la Resurrección. Tema que desarrolló en las dos Misas de Pascua que celebró, de acuerdo a las costumbres de la época (Misa de la “aurora” y Misa “del día”).
A primera vista parecen predicaciones típicas, pero alguien con mucha experiencia subrayó la originalidad de esas reflexiones del Padre. Hay que tener en cuenta que en aquel entonces (diez años antes de la renovación que trajo el Concilio Vaticano II) todo se hacía girar en torno a la Cruz. Por eso hay que destacar el acento poco común que el Padre pone en la centralidad de la Resurrección. Si bien es cierto que se mantiene dentro del pensamiento tradicional, ya se delinean rasgos de una nueva perspectiva cuando contempla nuestra participación, ya aquí en la tierra, de las cualidades de Jesús Resucitado, cualidades que resume en la sentencia: “El hombre pascual es el hombre de la alegría”.
“Contemplemos una vez más la vida del Salvador. Ahora no necesita sufrir más. ¡Qué júbilo revelan los antiguos cantos!: “Madre de Dios, tus sufrimientos han terminado”. La alegría espiritual debe vivir continuamente también en mi alma. El hombre pascual es el hombre de la alegría, de la alegría interior (…). Es la alegría de saber que Dios nos quiere y que tiene en sus manos las riendas de nuestra vida, la alegría de una joven auténtica, que se ha mantenido pura, la alegría de poder hacer algo bueno con total desinterés, sin esperar nada en recompensa (…). Quien se apoya en la voluntad de Dios, está siempre alegre, porque Dios es la causa de su alegría”. (P. J. Kentenich, Paso Mayor, 13 de abril de 1952).
A esa luz, ¿cómo podemos entender hoy el Acontecimiento Pascual de Jesús? Es lógico que los Primeros Cristianos asumieran el terrible escándalo de la Crucifixión de Jesús a partir de la doctrina judía de la resurrección, aunque dándose cuenta que no reflejaba del todo el Misterio de Jesús; por eso hay una profundización que desemboca en el Evangelio de San Juan, cuando Marta expone su convicción judía y recibe como respuesta la Novedad Cristiana: “Yo soy la Resurrección” (Jn 11,21-25). Toda la Existencia de Jesús (incluida por supuesto la Cruz) es la Irrupción del Amor Providencial del Padre.
En lenguaje schoenstattiano podríamos decir que la Ultima Pascua de Jesús es el “Hito Culminante”, que pone un acento final en la Revelación de su Persona y Misión: es el Verdadero Cordero de la Pascua Definitiva que a través de toda su Vida sella la Alianza Nueva y Eterna con Dios Padre. Por eso el mismo San Juan sintetiza en dos palabras todo el Proceso Creyente de Encuentro con Jesús afirmando que el Discípulo Amado, cuando descubre el sepulcro vacío y las sábanas fláccidas, “vio y creyó” (Jn 20,8).
En esa línea, varios pensadores cristianos actuales sugieren que habría que decir que “Jesús Resucita”, para evitar la imagen de un hecho del pasado, manifestando que hoy como hace dos mil años Jesús se hace presente en nuestras vidas a través de signos por los que nos muestra el Amor de Dios Padre.
Una vez fueron a preguntarle a un anciano y sabio monje si “sabía realmente” que Jesús resucitó o “sólo lo creía”; el dilema pone sobre el tapete la cuestión de que la Resurrección de Jesús no es un hecho palpable (como lo es la Desaparición de Su Cadáver), pero la Fe tampoco es algo arbitrario. Espero que la respuesta del monje nos ayude a meditar y hacer vida la Primera Gracia del Santuario: “Lo creo realmente”.
Te dejamos a continuación el documento con los textos completos de las pláticas del Padre José Kentenich en las misiones populares realizadas en Paso Mayor en la Pascua de 1952.