Jesús al encuentro
Autor: Aldo Moren
Colaboradora: Chunii Gómez
Todo comenzó en el año 2017, cuando fui a mi primera misión Fons Vitae. En esa oportunidad conocí a Gregorio, un hombre que desde el primer instante marcó mi corazón. Tal vez por su fuerte historia de vida, su similitud con mi abuelo, no lo sé, pero si se que me traspasó el alma. A pesar de todo lo que le había pasado, era un señor muy alegre, tanto que contagiaba… pero yo sentía algo dentro de mí, una inquietud, yo estaba triste y no sabía porque. Gregorio es un habitante de la localidad de Maciel, en donde por tercer año consecutivo la Juventud de Santa Fe y Rosario van a misionar.
A finales del 2018 puedo volver al pueblo de Maciel y decido ir a visitar al gran amigo Gregorio, pero la preocupación de no encontrarlo en su “rancho”, como él dice, era muy grande porque el es “ciruja” ósea que se mueve mucho en bicicleta juntando botellas o cartón. Para sorpresa mía y de los amigos que me acompañaban, justo cuando íbamos llegando a su rancho… ¿Adivinen quién llegaba a la par? Sí. Era Gregorio. ¡Qué alegría! ¿Casualidad haber llegado juntos? Yo lo llamaría Providencia.
Cobijamiento que transforma
El hombre sacó tres sillas y empezamos a hablar de la vida. Esta vez su testimonio era aún más fuerte: se había quebrado y roto el audífono, por lo cual estaba sordo. A pesar de su Cruz, su sonrisa jamás se borraba. Con el paso de las horas era momento de partir, pero yo me volvía muy preocupado e incluso triste. Sin todavía saber el porqué.
Después de Navidad llegamos los misioneros nuevamente a Maciel. Pasaban los días, yo pensaba en él. Aún no lo había podido ver. El 29 de Diciembre cuando entro en la escuela en donde dormían algunos misioneros lo vi allí a Él: Gregorio. Me voy acercando, se paró de inmediato y nos abrazamos. Yo no entraba en mi cuerpo de la felicidad que cargaba. Nos pusimos a hablar como de costumbre y él me decía que estaba feliz, pero una vez más yo seguía confundido porque yo no lo estaba, algo resonaba en mí.
Ese mismo día a las 20:00 horas teníamos misa, Gregorio había argumentado que ya volvía pero la hora pasaba y él no aparecía. Unos minutos antes y por obra de la Providencia el vuelve a aparecer en mi vida. Claramente esto reflejaba que nunca es larga la espera cuando se trata del amor.
Gregorio jamás había ido a misa antes o se había confesado. Justo estaba el Padre Sergio y generosamente le pido que lo bendiga. Cuando lo bendice y veo como mi colega cerró sus ojitos lo entendí todo. Yo lo que quería realmente era que él comulgue, quería que esté con Dios, quería que vaya al Cielo.
¿Vamos a misa?
Esa fue la pregunta del Padre, Grego sin dudar, sin conocer, sin miedo alguno pronunció un Sí firme. Lo tomé de su brazo e ingresamos a la iglesia. Me quedé a su lado para explicarle lo que tenía que hacer (no olvidemos que él es sordo y no tiene el audífono).
Después de una charla con el Padre, de vivir los segundos más largos de mi vida el Padre pronunció un SÍ milagroso, Gregorio podía e iba a recibir a Jesús Eucaristía.
Finalmente mi amigo comulgó, mi amigo estaba en paz, mi amigo lo entendió todo en ese instante. Se emocionó, se le cayeron unas lágrimas y todo eso sin tal vez entender el verdadero significado, pero Jesús obró en su corazón, Jesús habita en Él.
Tras este encuentro de Jesús y Gregorio, me largue a llorar. Yo sabía que algún día íbamos a estar juntos en el Cielo y por fin mi alma estaba feliz.
Dios es tan misericordioso que le permitió a Gregorio la posibilidad de algún día entrar al Cielo, Dios es infinito en su amor que con mi amigo nos fundimos en su amor.
A pesar de que misioné muchas casas, mi verdadera misión fue conocer a mi gran amigo Gregorio y acercarlo a Él y a la vez Gregorio acercarme a Jesús.