La alegría de trabajar
DÍA INTERNACIONAL DEL TRABAJO
El trabajo es una de las dimensiones más ricas de la vida humana. Y una de las experiencias que nos acerca a la naturaleza creadora de Dios.
Compartimos con ustedes el bello testimonio de Zulma, una argentina educada en la cultura del trabajo.
Autor: Martin Zeballos Ayerza
Zulma Carrizo nació en Catamarca, cerca de la cordillera de Los Andes, en el Noroeste argentino. En un hogar sencillo de un pueblo con pocas casas. La mayoría de las familias trabajaban principalmente en actividades relacionadas con la uva.
Cuando cumplió 6 años, justo el día en que empezaba la escuela, su padre se despidió de ella y se fue a probar suerte a la ciudad de Buenos Aires. Se llevó con él a sus dos hermanos demayores. Años más tarde lo seguiría su madre con otros tres. Zulma quedó en Catamarca con la mitad de sus hermanos a cargo de la abuela y de un tío, que a veces estaba y a veces no.
Sin embargo, como ella misma dice, tuvo la infancia más linda que podría haber tenido un niño en la Tierra.
Cuando volvía de la escuela había un rato para estudiar y también para jugar con sus hermanos. La mejor hora para los juegos era la siesta (después del almuerzo). En su casa había tareas diarias importantes para los niños: traer agua, barrer y juntar leñita en el monte para encender el fogón a la mañana siguiente. Porque en lo de Zulma no había luz, ni gas, ni agua corriente, ni cloacas.
Una vez a la semana, a partir de segundo grado, Zulma lavaba su guardapolvo blanco. Su abuela le decía que el suyo debía ser el mejor de la escuela: bien limpito, planchado y listo para usar el lunes. El Padre Kentenich llamó a esto “santidad cotidiana”: hacer cosas ordinarias extraordinariamente bien, es decir, en unión con Dios por amor a los demás. Es que el trabajo, hecho con amor a Dios, cobra otro sentido y tiene otro valor.
Para Zulma fue muy valioso aprender a trabajar mientras ayudaba en su casa. De a poco. A medida que crecía, se le permitía hacer cada vez más cosas:
¡Qué alegría el día que, a los 10 años, me dejaron meter la mano en la masa! – recuerda Zulma – Siempre veía a los mayores hacer el pan en bateas de madera, pero no podía tocar la masa. Desde ese día, hasta hoy, hago pan en casa.
Después de terminar la escuela primaria, la abuela mandó a Zulma para Buenos Aires. Aunque no quisiera debía estudiar o buscar un trabajo acorde a su edad.
En la casa de Zulma Dios siempre ocupó un lugar importante. Cuando ella llegó por primera vez a Buenos Aires, le pidió a la Virgen que la cuidara y que le consiguiera un trabajo donde se pudiera adaptar bien. Había muchas diferencias entre su pueblo y la ciudad.
Mientras Zulma buscaba trabajo, nacía en Buenos Aires mi hermana María y por esa razón mi madre necesitaba ayuda en casa. Por consejo de mi tía, mamá empezó a rezar la novena al Padre Kentenich. Antes de que la terminara, Zulma empezó a trabajar en casa.
Por eso, en el día internacional de los trabajadores, quiero rescatar el valor de la cultura del trabajo y el santuario de esa cultura que es la familia.
A través del trabajo adquirimos habilidades que nos hacen mejores y con nuestro trabajo podemos influir positivamente en los demás. Por eso es fundamental el ejemplo en el hogar. Porque los niños aprenden de lo que ven hacer en casa, como en lo de Zulma: sea reparando una silla, ordenando la casa, cosiendo un botón o cocinando algo rico.
Trabajar es algo positivo. Implica hacer un aporte a la propia dignidad y a la sociedad en general. Por eso, el trabajo es un deber social[1].
En el hogar se forma el gusto por el trabajo. No por nada, Zulma recuerda con tanto entusiasmo cuando le dejaron meter la mano en la masa.
Seguramente le hubiera encantado hacer pan desde más joven, pero el valor del trabajo en el hogar se inculca también no dando a los niños todo lo que piden. Dando a entender que las cosas requieren esfuerzo para conseguirse. Por eso el rol de los padres, y también el de los educadores, es clave para sembrar cultura del trabajo.
Desde pequeños, es posible transmitir a los niños cosas tan sencillas como la puntualidad y la adecuada distribución del tiempo durante el día. Zulma y sus hermanos sabían comenzar y completar sus tareas o responsabilidades. En su casa había horas para jugar, para comer y hacer los deberes.
El desánimo no es un buen consejero para quien quiera progresar. Por eso, al recordar el Día Internacional del Trabajo, animémonos a contagiar la cultura del trabajo en nuestra realidad cotidiana. Empezando por nuestro metro cuadrado. Sepamos que transmitir el valor del trabajo es sembrar desarrollo para nuestra patria.
Sobre el autor:
Martín Zeballos Ayerza es integrante del G1810. Mg. en Administración y Políticas Públicas. Miembro de la división ReLeaS-E del Population Research Institute, Fundación Contemporánea, Abogados por la Vida y de la red cuidarlavida.org. Fue Candidato a Consejero de la Magistratura e integra la Comisión de lobby de Unidad ProVida Argentina.
[1] Constitución de la Provincia de Buenos Aires, en su art. 39 indica: “El trabajo es un derecho y un deber social.”