Ordenación diaconal: un regalo de Dios y de la Mater

Ordenación diaconal: un regalo de Dios y de la Mater

Autor: Cristian Rodríguez

 

En primer lugar, estoy agradecido por la posibilidad de compartir con la Familia de Schoenstatt la alegría que implicó nuestra ordenación diaconal.

El pasado sábado 4 de mayo, 8 seminaristas de Schoenstatt: Juampa, Gonzalo, Cristian S., Pancho, Gustavo, Domingo, Panchi y yo, nos ordenábamos diáconos. Juntos hicimos un camino de 10 años, en ese caminar la amistad fue creciendo y madurando. Nuestro curso es uno de los mayores seguros que tenemos para vivir el sacerdocio, por eso, es muy simbólico que nos hayamos ordenado varios del curso juntos.

Soy consciente que la Ordenación no es mérito personal, la vivo como un regalo de Dios y de la Mater. En ella están implicadas numerosas personas que nos acompañaron estos años: nuestra familia, donde la vocación se vislumbró; los amigos; la oración que hicieron por nosotros muchas personas; sacerdotes que se dedicaron a nuestra formación; las Familias de Schoenstatt donde vivimos estos años, y así podría seguir enumerando personas y contextos que nos permitieron llegar.

El día anterior para nosotros ya era de fiesta. A las 7 de la tarde del viernes, sellábamos nuestra consagración perpetua con la comunidad de los Padres. Desde ese día nos entregábamos por entero a Schoenstatt aunque en realidad, era el cierre de algo que empezamos hace muchos años.

La ordenación comenzó a la 4 de la tarde. Sigue vivo el recuerdo de la procesión de entrada. El coro formado por seminaristas, amigos y ex-seminaristas hizo que nos compenetráramos con lo que se estaba viviendo. La familia de cada uno, nos acompañaba detrás nuestro y la emoción se respiraba en el ambiente.

 

 

 

La celebración está marcada por números momentos, entre los cuales se destaca la postración en el piso, donde se implora la protección de los santos, prometemos obediencia a la Iglesia y nos comprometemos a vivir la pobreza y castidad. Posteriormente somos revestidos como diáconos por un sacerdote amigo y cierra el momento el saludo de la paz al Obispo y a la Familia. Finalmente terminamos en el Santuario, entregando nuestra vocación y todo lo que vendrá a la Mater y pidiendo al Padre Kentenich que nos ayude a encarnar el carisma que nos ha confiado.

Pensándolo bien, es difícil expresar en palabras lo que fue, me sobrepasa ampliamente. Sé que experimento la acción de Dios con más fuerza y que la alegría va más allá de mi persona y de quienes nos ordenamos. Se vivía un ambiente de felicidad pura y verdadera, no sólo nosotros, sino todos aquellos que de una u otra forma fueron parte de esto.