Ecos de otro aliado en el Cielo, presbítero Raúl Molaro
Autor: P. Dario Gatti
La comunidad de Paraná, en la provincia de Entre Ríos, despidió el 8 de agosto al presbítero Raúl Molaro, miembro del Instituto Secular de los Sacerdotes Diocesanos de Schoenstatt, quien se desempeñó durante varios años como párroco de Inmaculada Concepción y partió a la casa del padre a sus 83 años. Sus restos fueron velados en la parroquia Santa Lucía, de Paraná.
Nacido en el año 1935, un 3 de enero, a muy temprana edad inició el camino de la vida sacerdotal, y fue ordenado presbítero para la arquidiócesis de Paraná, curiosamente el 18 de diciembre de 1960.
Ejerció su ministerio sacerdotal en las parroquias Nuestra Señora de la Merced de Hernandarias, Santa Rosa de Lima, de Villaguay, Nuestra Señora de la Paz, en La Paz. De regreso a su ciudad natal fue vicario parroquial de la catedral hasta 1969 y de Sagrado Corazón de Jesús hasta 1973.
Desde mayo de 1984 a diciembre de 1993 fue párroco de la basílica Nuestra Señora del Carmen, de Nogoyá. Luego se tomó un “tiempo sabático” en Roma, donde cursó algunas materias libres de Teología y Pastoral en la Universidad San Juan de Letrán.
Al regresar asumió en la parroquia María Auxiliadora, de María Grande, como administrador parroquial. Desde 1996 hasta 2004 fue párroco de Inmaculada Concepción, de Villaguay. Luego regresó a la parroquia María Auxiliadora donde ejerció como párroco hasta el 2009, cuando por razones de salud renunció y residió durante seis años en la parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, de Paraná. Sus últimos años los pasó en la Casa de Sacerdotes de la arquidiócesis.
Una vida con propósito
Ha entregado su vida como semilla de vida nueva, con una cálida y estrecha vinculación al seminario diocesano, al clero y a las diversas comunidades. Ha compartido el fuego y el agua de una iglesia en salida, sacramento de salvación, con una fuerte impronta del espíritu de Belmonte, el Santuario Romano del que nuestro Padre señalara su identidad y misión para los tiempos más nuevos, como ecos portadores del espíritu del Concilio Vaticano II.
Al final de su vida donó su querido cuadro de la Mater de su santuario hogar, para que continúe acompañando las vocaciones en las capillas de los respectivos seminarios diocesanos.
Le pedimos a Dios que desde el cielo, siga siendo nuestro dilecto intercesor, ya que en la tierra quiso ser discípulos del Padre y Aliado de todos nosotros. vaya también para él un: ¡DILEXIT ECCLESIAM!