Recuerdos del P. Antonio
Autor: P. Juan Pablo Catoggio – Superior General de los Padres de Schoenstatt
Monte Sión, 7 de marzo, 2022
Conocí al P. Antonio aún como diácono en la parroquia de La Merced en La Plata; yo estaba en mi último año de colegio y hacía poco aún que conocía Schoenstatt. Muy pronto me invitó para mi primer campamento de la JM – en Río de los Sauces, enero 1972. Y me encargó que preparara una charla. El tema: qué es un jefe schoenstattiano. Me ayudó a preparar la charla y me pasó la tercer acta de fundación, donde el Padre Kentenich habla sobre esto.
Lo recuerdo muy bien. Esa anécdota refleja para mí muchos rasgos del P. Antonio. Era un maestro de la “escucha enaltecedora”, como la llama el Padre. Conversar con él te hacía sentir importante, reconocido, tomado en serio, “enaltecido”. Siempre positivo, incorregiblemente optimista, todo “fantástico”, como solía decir tanto. Bromeábamos cuando presentaba las estadísticas del movimiento y hablaba de los “números vigorosos”. Pero no era una forma de “captatio benevolentiae”, era una convicción sincera. Creía en cada uno, en lo bueno de cada uno, en lo mucho que cada uno podía dar. Por eso sabía “promover” a los demás, hacer que los otros crezcan. Así entendía, enseñaba y ejercía la autoridad: hacer crecer a los otros. Por eso era un genio para “delegar” tareas y hacer que muchos crezcan por ellas. Cuántas veces le tomamos el pelo: el “delegado que delega”, o “el delegado delgado que delega”. No hace falta agregar más, pero puedo decir que hablo por experiencia propia. Es mucho lo que debo al P. Antonio. Una consigna de nuestra Región del Padre, años atrás, expresó muy bien este rasgo del P. Antonio: “padre de padres”.
A eso se une una gran conciencia de misión y de fundación. Schoenstatt fue su pasión, su tarea de vida. Tenía una clara visión y una clara estrategia. Sabía lo que quería y cómo alcanzarlo consecuentemente. Sabía descubrir jefes, promoverlos, “empoderarlos”, alentar sus proyectos y apoyarlos. Así fue un instrumento clave en la formación de comunidades dirigentes, especialmente de las federaciones de familias y de madres. Pero también tenía un gran sentido para una pastoral amplia. Todo lo que el P. Esteban Uriburu hizo por la Campaña del Rosario y de la Virgen peregrina no hubiese sido posible si el P. Antonio no hubiese estado detrás de él. El amor a la Mater y la visión de una pastoral del Santuario siempre lo animó en sus opciones. Tuparenda fue la realización de sus sueños. En esta visión amplia fue audaz y desarrolló nuevas iniciativas, como la pastoral de la Esperanza o el Rosario de los hombres.
Por último, quisiera destacar un aspecto más íntimo de su vida interior, hasta dónde nos es permitido adentrarnos en su misterio. Como un buen Verbum Patris – su ideal de curso – el P. Antonio gozaba con la lectura de la Sagrada Escritura, especialmente de las cartas de San Pablo. Leía la Escritura, trabajaba comentarios exegéticos, marcaba los libros, tomaba apuntes. Lo mismo hacía con los escritos del Padre Fundador, los que trabajaba a fondo. Recuerdo especialmente cuando comentaba muchas veces y apasionadamente las palabras de Jesús: “Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos” Mt 11:25s. Pienso que se identificaba personalmente cuando comentaba el testimonio de San Pablo: “es Cristo que vive en mí” Gal 2:20.
Desde el cielo seguirá luchando por los mismos ideales e intercederá por nosotros. Hoy podrá proclamar en el cielo lo que tantas veces anunció en la tierra: que verdaderamente “la vida es una fiesta”.