Testimonio sobre el Padre Esteban Uriburu
Autor: Mercedes C. de Bonorino
Fernando, mi marido, y yo conocimos al Padre Esteban en 1976. Desde el primer momento su actitud transparente, de total entrega a Dios despertó en nosotros la certeza de que ayudándolo a él, estábamos ayudando a Dios y a la Virgen. Y lo seguimos…
Creo que tenemos en él un modelo acabado de conductor de la vida divina en las almas. Contagiaba Fe Práctica. Nos contaba de los signos que iba descubriendo. Los ponía en oración, dialogaba con sus hermanos sacerdotes y con quienes trabajábamos con él, para descubrir la voluntad de Dios. Una vez que se había asegurado que Dios quería algo, era imparable.
No había en él planes preconcebidos. No buscaba colaboradores para un proyecto suyo. Buscaba y descubría la chispa divina en las almas. Así fue como, cuando Mónica Ottolenghise acercó a él, entusiasmada, en su primera conferencia en el Socorro, el aceptó enseguida ir a su casa viendo en ella el signo que había pedido a Dios para sembrar Schoenstatt en Buenos Aires. De allí nació el primer grupo de matrimonios que él fundó y varios más.
Uno de esos matrimonios, Oscar y Fernanda Alvarado, desde el primer momento le brindaron su casa. El Padre era entonces Capellán en Varela y muchas noches tenía que quedarse hasta tarde en Buenos Aires por las reuniones de matrimonios y dormía en el sillón de los Alvarado sólo unas pocas horas, para llegar a tiempo a Varela de madrugada, a celebrar la Misa.
Pero esa entrega tan generosa a seguir los planes de la Providencia no quedó defraudada. En aquellos encuentros fugaces con los Alvarado al volver de las reuniones se gestó el Santuario de Confidentia. Luego Sión, el Centro de Peregrinos, la Casa del Niño, el Taller de San José. Todas obras nacidas de un salto en la confianza de la mano de María, que a muchos les parecían sueños locos pero se trasformaron en ‘santas realidades’ porque habían surgido de la escucha y el seguimiento del querer de Dios.
El Padre Esteban no perdía ninguna de las pistas que Dios le daba: “Cada persona -decía- es, para mí, como una pequeña ‘revelación’ de Dios”. Y trataba a todos con profundo respeto, alentando y destacando sus dones, compenetrado de la dignidad de cada hijo de Dios.
Cuando Raquel Saenz Valiente le comentó que quería hacer algo con los enfermos, el Padre sólo le dijo: “Le voy a dar una bendición”. No le sugirió nada. Esperó con respeto que la gracia obrara. Y después de darle varias bendiciones para que Dios le mostrara a ella su misión, nacieron en el corazón de Raquel las Voluntarias de María. La acompañó, la asesoró, la apoyó. Siempre lo hacía hasta ver a un nuevo líder firme y maduro. Después se lanzaba a nuevos horizontes.
Estas historias evidencian el núcleo mismo de su carisma de fe práctica en la divina providencia: una entrega tan profunda que no había en él planes humanos propios.
Así como los perros de caza buscan a la presa, husmeaba los planes de Dios hasta encontrarlos y trabajaba incansablemente sin desalentarse -aún en las mayores dificultades- hasta sacar adelante lo que consideraba una obra de Dios. Así sucedió con la Campaña.
Al Padre Esteban le llamaba mucho la atención el entusiasmo de Ana y Guillermo Echevarria por contagiar a otros el ardor por rezar y vivir el Rosario -como un camino para enseñar a vivir la Alianza- que habían descubierto en una plática del Padre Kentenich. Durante más de dos años el Padre Esteban los escuchó siempre con atención. Seguramente en oración pidiendo algún signo de qué quería Dios de ellos.
Siempre que en sus viajes encontraba palabras del Padre Kentenich sobre el Rosario se las traía como un tesoro. En 1982 encontró en Santa Maria unas palabras del Padre Kentenich convocando a impulsar desde el Santuario un movimiento popular del Rosario y la Adoración, que lo impactaron fuertemente. Aquel verano escribió una carta a Ana y Guillermo invitándolos a iniciar desde el Santuario un movimiento del Rosario entre los jóvenes. Ellos aceptaron y cuando le preguntaron cómo hacerlo, como respuesta sólo les entregó una pequeña imagen de la Mater diciéndoles: “Récenla, para que Ella los vaya guiando”. Ellos se pusieron en manos de María, la coronaron Reina del Rosario y le rezaron. Y la Virgen los fue guiando.
El Padre Esteban siguió acompañándolos y asesorándolos durante ese año en las Jornadas con los jóvenes. Y cuando a fines de 1983 Ana y Guillermo tuvieron la inspiración de escribir a Don Joao pidiendo 25 imágenes para llevar el movimiento del Rosario a toda América, allí estuvo el Padre Esteban para acompañar la vida que comenzaba a surgir. Quiso acompañarlos en aquél primer viaje a Sta. María y, atento siempre a las insinuaciones de Dios, descubrió todo el mundo de Schoenstatt hecho vida en Don Joao.
Vio en él ese modelo privilegiado que la Virgen había forjado durante 30 años, y se lanzó a hacerlo conocer sin medir obstáculos, con todas sus fuerzas, porque encontró en la persona de don Joao y en la pastoral moderna de su Campaña el camino que Dios le señalaba para realizar el mayor anhelo de su corazón: abrir caminos a Schoenstatt en el mundo entero y proyectarlo universalmente a la Iglesia.
Aquel mismo año, el 12 de diciembre de 1984, el Padre Esteban nos invitó y también a Ana y Guillermo a consagrarnos junto con él a la Campaña, y al terminar la oración, dando un paso adelante, el ofreció su vida por la misión de irradiar la Campaña del Rosario de Don Joao y su mensaje al mundo entero.
Hoy queremos hacer presente aquí al Padre Esteban a través de las palabras que pronunció, justamente en Florencio Varela, en 1984, al coronar como Reina del Rosario y la Adoración la primera imagen Peregrina internacional que Don Joao acababa de entregar a Ana y Guillermo en Santa María, la semana anterior.
Pidamos hoy aquí la gracia de que sus palabras queden guardadas en nuestro corazón como un legado, como un llamado a la misión.
‘Estoy convencido que la llama, el fuego que se encendió en Santa María y que mantuvo encendido durante treinta y cuatro años Don Joao Pozzobon, va a ir al mundo entero, va a armar un gran incendio en el mundo.
Hay que invadir los corazones, hay que invadir las familias, hay que invadir los medios de comunicación, hay que invadir las estructuras, hay que invadir todo, con el fuego del Señor. Ese es el fuego que va a salvar al mundo.
Y nosotros – agregó el Padre Esteban- quisiéramos, día a día, en el rezo cotidiano del Rosario encendernos, re-encendernos en esa llama de amor que es el Corazón de Cristo, en esa inmensa llama de amor que es el Corazón Inmaculado de María, que Cristo viva en nosotros, que el espíritu de Él esté en nosotros y que el Rosario nos ayude a mantener siempre encendido ese fuego.’ (P: E. Uriburu 30.06.1984)