“Yo mismo apacentaré a mi rebaño” (Ez 34)
Un Dios creativo
Dios no actúa siempre igual. Es muy creativo, porque es un gran amante y el que ama de verdad es capaz de manifestar ese amor de una manera nueva y distinta. Este es el sentido de los tiempos litúrgicos. En distintos momentos se nos regalan distintas gracias.
La liturgia integra esta creatividad de Dios a través de los distintos tiempos litúrgicos. Cada tiempo tiene su gracia especial. Y los tiempos fuertes, Pascua y Navidad, están precedidos de tiempos de preparación. En el decir del Padre Kentenich: “La medida de la gracia es la medida del anhelo”. Adviento es un tiempo de reavivar el anhelo por el encuentro con el Señor.
Un Dios que cumple sus promesas
En el Antiguo Testamento, hay una promesa de Dios. Yahvé, el Dios de Israel, el liberador, promete una nueva liberación definitiva. “Yo mismo apacentaré a mi rebaño” (Ez 34)
La encarnación es el comienzo del cumplimiento de esta promesa. No es lo que se imaginaba el pueblo de Dios en aquel momento. Tampoco nosotros nos imaginaríamos una cosa así. Este Dios en el cual creemos nos sorprende con su creatividad y fidelidad.
El Jesús histórico, vuelve a renovar la promesa de Dios. Promete regresar para llevarnos junto al Padre. Es la segunda venida, la definitiva, la gloriosa y final. No nos debe dar miedo sino todo lo contrario: esperanza y confianza.
Creemos en un Dios que nos ama y es poderoso. No se olvida de nosotros. Es fiel. Nos sostiene en nuestras luchas y regresará para nuestra liberación definitiva. ¡Dios es nuestro liberador y salvador!
Anhelo, sed y hambre de Dios
Esperamos esta venida definitiva y fin del mundo, que no es destrucción sino recreación de un mundo redimido. ¡Lo que viene es mucho mejor que lo que vivimos actualmente! Es consolador este pensamiento, fundamentalmente para aquellos que sufren.
Este año está siendo muy luchado y sufrido. El anhelo por salir de esta pandemia es humano y tiene que impulsarnos a continuar cuidándonos y cuidando a los demás. Es sano tener anhelos de más. No anhelos que nos desasosieguen, sino que nos impulsen a ir por más.
“Lo peor para un creyente es estar saciado de Dios. La rutina de las formas de expresarse la vida espiritual tiene el peligro de convertirse para nosotros en una dosis suficiente y de volvernos conformistas: ya no queremos más…y ello nos exime de los fundamentales encuentros con la fantástica y desconcertante sorpresa de Dios. Tal vez hemos creado unas imágenes equívocas de la vida cristina: un creyente no es el que está saciado de Dios, sino el que tiene sed y hambre de Dios. La experiencia de la fe no es para apagar la sed, sino para hacerla mayor, para dilatar nuestro deseo de Dios, para intensificar nuestra búsqueda.” [1]
No desmerecemos nuestra vida terrena. La valoramos y cuidamos. Este es el sentido de la marcha por la vida del pasado sábado en todo el país. Pero hay un anhelo de infinitud en el hombre, como lo expresaba San Agustín: “Mi corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti,Señor”. No queremos que se apague, sino que aumente más y más.
Adviento, tiempo de preparación
Y en lo personal, ¿cómo me preparo? Un consejo: poner la mirada en lo que viene, en Jesús y no dejar que nos obnubilen las cosas inmediatas cotidianas. Preocupaciones, nerviosismos, exámenes, trabajos, peleas… todas esas cosas que nos angustian, muchas veces tienen poco valor. Y al lado de Jesús se desvanecen. Como cuando amanece y dejamos de tenerle miedo a la oscuridad.
Adviento debe ser un tiempo para tener más presente a Jesús, de una manera más palpable. ¿Cuál será esa forma concreta que me lo recuerde y haga presente al Señor cada día?
[1] José Tolentino Mendoça, “Elogio de la sed”, pág 152, Sal Terrae.