Agradecer y reencendernos en el Amor
Seguimos agradeciendo los 70 años de nuestro Santuario Nacional. Una celebración que ilumina la vida de toda la familia de Schoenstatt Argentina. Con ánimo de posgustar lo vivido publicamos el texto de la homilía pronunciada por el P. Guillermo Carmona en la misa del 20 de enero.
Inauguramos así una nueva sección en la que compartiremos las prédicas de nuestros sacerdotes a lo largo del calendario litúrgico.
Lecturas: Génesis 28, 10-19 – Salmo – 127 – Lucas 1, 39-56
Queridos hermanos y hermanas en la Alianza,
La experiencia de Jacob camino a Jarán, que escuchábamos en la lectura bíblica, y la designación de Betel –que significa “Casa de Dios”- nos recuerda el momento en que ESTA TIERRA de Nuevo Schoenstatt se transformó también en Morada de Dios.
Hace 70 años María la visitó, como visitó a su prima Isabel. También en nosotros surge el asombro que surgió en Isabel: “¿Quién soy yo -quiénes somos nosotros- para que la Madre del Señor venga a visitarnos?”. A partir de esa visita, ya nada sería igual en este terruño.
Por eso, como Moisés frente a la zarza ardiente, también nosotros queremos quitarnos el calzado, en gesto de profunda reverencia.
Se siente mucho respeto y pequeñez al recordar esta iniciativa de Dios hace 70 años. Hay unos versos de Menapace que podemos aplicar también aquí:
Mucha sangre hay en la tierra,
que es preciso respetar;
son lágrimas y sudores,
quienes le han dado su sal.
Es poco lo que parece,
y mucho lo que hay detrás;
para poder comprenderlo párate,
hermano a pensar.
“Para poder comprenderlo párate, hermano a pensar”. Es lo que vinimos a hacer en esta tarde. Nos paramos a pensar las maravillas de Dios y a saborearlas.
Física o virtualmente llegamos para agradecer. Pero también, para reencendernos en el amor. Así se lo pedía San Pablo a Timoteo: “Reaviva el don de Dios que has recibido” (2 Tim 1,6)… Reaviva el don de Dios… Reavivar es reencender, es hacer nueva la conciencia del don recibido; y es cuidar para que el fuego -el fuego del primer amor- nunca se extinga.
Seguramente nos hemos preguntado varias veces en este tiempo, ¿Qué enseñanzas y desafíos encierran estos 70 años del Santuario del Padre? Diversos videos, misas y charlas lo han ido describiendo.
Y cada uno le habrá dado una respuesta a esta pregunta, o lo estará haciendo. Creo interpretar el sentir de muchos, afirmando que estos 70 años son una invitación a seguir soñando juntos. Unas de las realidades que aprendimos en la pandemia es a soñar cosas mejores. “Cuando todo esto se acabe, ya nada será igual: será mucho mejor”, decía un sugerente anuncio en Belgrano (!).
Entre las enseñanzas y desafíos de este aniversario hay tres que me parece valioso destacar. Los comparto, sin pretender que sean los únicos, o los más destacados para todos. (“Todo lo que se recibe se recibe al modo del recipiente”).
Primero:
El Santuario del Padre nos dice que las dificultades que la Providencia nos permite sufrir, son oportunidades para seguir creciendo.
Cuanto más grandes sean las dificultades, más podremos confiar en la fuerza divina y más podremos esforzarnos en la entrega. De esta forma, estas heridas se irán transformando en bendición.
Sabemos que la bendición del Santuario del Padre no se realizó en un entorno idílico: el Padre desterrado, camino al exilio, con mucho dolor en el alma y lágrimas en los ojos. Así lo hemos visto en las fotos y escuchado en los relatos. Pero al mismo tiempo, a la par que el corazón se estrujaba, crecía su esperanza, que superaba toda posible amargura.
Al 20 de enero de 1952 le siguieron otros 20 de enero de incomprensiones y soledades. Algunas de esas realidades las conocemos; otras, intuimos; muchas quedarán en el sigilo de Dios y del Padre Fundador.
Pero, ¿qué surgió de todo eso? Algo extraordinario: la conciencia de la pequeñez de los hijos, la confianza originaria y la “VICTORIA PATRIS” – la victoria del Padre. NO sin la sangre y sin enorme capital de gracias. En esa sinergia de lo humano y lo divino se fue plasmando el segundo Milagro de la Nochebuena. “Todo sucede para bien de los que aman a Dios”, decía San Pablo.
“Lo que fue posible ayer, es posible hoy, -dice una canción alemana- sólo tienes que intentarlo”. ¿Estamos dispuestos a intentarlo también nosotros? ¿Queremos aplicarlo a todas nuestras realidades de nuestra vida?
Segundo aspecto:
El Santuario del Padre deberá seguir generando la comunión y la unidad de la Familia de Schoenstatt en nuestra patria.
De los cuatro signos que el Padre Fundador atribuye a este Santuario –todos ellos desafiantes- pienso que ser “signo de unidad” es de enorme relevancia.
Uno de los hechos más significativos en la historia del Santuario del Padre, fue SU designación como “Santuario Nacional”, en 1977. Fue una designación precedida de muchos momentos de búsqueda de comunión, que conocemos y están descritos en un libro sobre la historia de Schoenstatt en aquellos años.
La misión nacional, formulada un año después, en 1978, y la Alianza con el Padre, a los 50 años del Santuario Nacional, en el 2002, fueron hitos -entre otros- que consolidaron la unidad.
Pero esta unidad sigue siendo un desafío. Es una realidad fragil. Lo vemos en la vida matrimonial, social, política, eclesial y también schoenstattiana… Surgen los cansancios, los desengaños; es más fácil cortarse solo… Lo hemos visto a nivel país: el compromiso por la unidad -la superación de las grietas- antecede a los otros enormes desafíos de la patria.
Para que la unidad se geste tenemos que descubrir que cada hermano es un transparente de Jesús y de María. O como lo dirían los schoenstattianos de Paraná, ver en cada hermano un sacramental que trae gracia, si nos llegamos a él con el corazón abierto y sin prejuicios.
También en la Iglesia se habla de la “sinodalidad”. Es un signo de los tiempos. En medio de este desvalimiento generalizado producido por la pandemia, también aprendimos a solidarizarnos en la tragedia común.
Por eso me parece una excelente idea, que las diversas familias diocesanas y zonales planifiquen peregrinar al Santuario del Padre en el transcurso de este año. Será también un signo potente de comunión nacional.
Tercero:
Desde aquí deberemos seguir implorando la gracia de crecer en nuestro carisma de la paternidad y la filialidad.
Esta tarde ratificamos la decisión de abandonar la actitud vacía, negligente o fácil, de esperar que sean los otros, quienes se jueguen por nuestra misión.
“El carisma -nos decía el Papa- NO es una pieza de museo para guardar en formol, más bien debemos ‘abrirlo’ para que en el encuentro con la realidad de cada época, ‘se renueve’ y a su vez ‘transforme’ la realidad.”
El carisma de este Santuario es la proclama de la paternidad como expresión, camino y seguro para llegar a la paternidad de Dios. Así lo anunció y vivenció el Fundador en diversas oportunidades. Los textos nos son conocidos. En este Santuario, se nos manifestó él como causa segunda y nos invitó a arriesgarnos y ser cada uno -cada una- causa segunda del amor misericordioso y fiel del Padre.
Las acusaciones de Julio del 2020 nos han sacudido y despertado múltiples reacciones -negación, defensa, ingenuidad, crítica, desaliento, respuestas técnicas y de investigación… Pero quizás la mejor respuesta sea descubrir en ellas el incentivo para crecer en el carisma que el Padre describió aquí como la “doble paternidad”. Una formulación que precisa ser siempre actualizada. Es bueno recordar que sólo se es fiel al profeta, si se es creativo y audaz al mismo tiempo.
Tres aspectos entonces: dificultades son tareas; el santuario del Padre debe seguir generando comunión en nuestra familia argentina; es también constante aliento para jugarse por el carisma de la paternidad del Padre y su connotación para cada uno de nosotros.
Queridos hermanos, hace 70 años María llegó a Nuevo Schoenstatt. Su visita despertó un sueño en el corazón de nuestro Padre y en el corazón de los que estuvieron presentes aquella tarde.
El sueño sigue vigente. Nosotros somos su carta de presentación. Una carta de presentación que la gente de hoy debería poder leer, ver y sobre todo experimentar. Sentirse interpretada.
Santuario del Padre. ¡Felicidades!
Gracias Hermanas de María por guardar la herencia.
Gracias Padre Fundador por bendecirnos hoy desde el cielo y desde esta tierra que te pertenece y siempre te pertenecerá.
Con vos, Padre, cantamos a Dios en el corazón de la Aliada, también, nuestro Magnificat.