EL Adviento de María
Autor: Hugo Barbero – Federación de Familias
Adviento es un tiempo de espera. Un tiempo de serena expectativa ante algo que sabemos o presentimos habrá de ocurrir.
La gestación también es un tiempo de espera y de una espera cargada de interrogantes. En el ánimo de la gestante se acumulan las dudas, los temores, a veces las inseguridades. El cuándo, el dónde y el cómo, se hacen presentes y cobran mayor intensidad a medida que los días se convierten en semanas y luego en meses. La madre se vuelve sobre sí misma y sobre el ser que lleva en sus entrañas. Nace así un estado especial hecho de silencios y soledades compartidas, un estar juntos y solos, algo que bien podríamos definir como intimidad.
María vivió esa intimidad, ese estar en gozosa y silenciosa soledad con su hijo, nutriéndolo, cobijándolo, dándole forma humana, pero también nutriéndose de Él en el espíritu, en un proceso de mutua comunicación de vida donde la intimidad fue, gradualmente, transformándose en simbiosis. María fue madre de Dios, pero también su más acabada obra.
Se desarrolló entre ellos una comunicación muy especial, hecha de silencios significativos y elocuentes.
La mujer, que ya sabía mucho sobre esto, comprendió vitalmente que ese Dios (esa única célula que habitaba en ella) hablaba, sin palabras, de humildad, de gratuidad, de servicio, de misión. La palabra donación fue adquiriendo paulatinamente un sentido más y más trascendente para ella.
La Señora fue la Madre, el Hijo fue el Maestro. Lo fueron en virtud de una Alianza que tácitamente se estableció entre ellos. Esa Alianza no fue el fruto de un contrato, sino de un vínculo….es decir de una relación profunda, personal, permanente, afectiva, libre….un vínculo perfecto, porque el amor es eso, el vínculo de la perfección.
En la Señora ese vínculo produjo el efecto de sacarla de su silencio, la impulsó a salir y hablar, porque el éxtasis es eso: salir de si y hablar del Otro. La Señora, habitualmente prudente, solo habló cuando consideró que las palabras eran más importantes que el silencio y volcó sus vivencias en Isabel.
Regresó a su Nazaret cotidiano, a la vida rutinaria de cada día, a los lugares y personas de siempre. A todos ellos, lugares y personas, llevó a su hijo. Sin saberlo se transformó en precursora e implícitamente dejó una invitación que aun hoy continua vigente “a todos los lugares y personas “ de nuestro Nazaret cotidiano.
El Adviento es un tiempo esencialmente mariano, de silenciosa y reflexiva espera, de esa mujer dotada de exquisita sensibilidad que le permite descubrir, en medio del tumulto de la vida, que “No tienen vino“. Ella no es de los que miran sin ver. Madre, modelo, modeladora, misionera. Es la madre que te cobija, la modeladora que te transforma, pero también la misionera que te envía.