La carta sobre el altar
El 31 de mayo de 1949 el Padre Kentenich terminó la primera parte de la respuesta al Obispo de Tréveris y la colocó sobre el altar del Santuario Cenáculo, en Bellavista, Chile. Con este gesto le entregaba a Dios, por manos de María, ese escrito con todas las consecuencias que traería.
Este día es un hito histórico de trascendencia para la vida del Movimiento. Y es, también, un hito vital que nos interpela como mujeres y varones de Schoenstatt.
Autor: Hugo Barbero
El Tercer Hito de la Historia de Schoenstatt es una señal clara y fuerte en el camino, un momento culminante; una irrupción de lo divino en lo humano, en lo cotidiano, en lo pequeño.
La foto no es una persona, la bandera no es un lienzo, la cruz no es un madero, un anillo no es una Alianza.
Hay objetos, hechos, fechas, que adquieren un significado especial, algo que va más allá de su mera apariencia material y que le otorga un valor altamente apreciado por quienes se sienten representados o identificados con ellos. Evocan algo muy querible, muy profundo y entrañable.
Eso los transforma en símbolos o en hitos. Abren la puerta que permite entrar a un mundo diferente, más rico y más pleno….así la bandera no es cualquier lienzo ni la cruz es cualquier madero. Lo que está por detrás de ellos, lo que irradian y significan les confiere su sentido de trascendencia. Les da valor, no les da precio.
No vemos con los ojos, sino a través de ellos. Eso dice un viejo proverbio. Hay que aprender a ver lo que no es visible y escuchar lo que no es escuchable. Esto ha sido difícil desde siempre.
¿Cuándo, Señor, te dimos de comer, te dimos de beber, estuviste enfermo y te visitamos….?
El día entero se puebla de anunciaciones del Ángel, a las cuales no respondemos por no haber percibido la llamada. La vida se hace monótona, gris, intrascendente, eso es lo que sucede cuando confinamos a Dios en el ámbito de la sacristía, PORQUE SOLO ALLÍ creemos que podemos encontrarlo.
El pensar, amar y vivir orgánicos nos lleva a ver más allá de lo inmediato, de lo material y por lo tanto de lo pequeño. Nos permite ver y escuchar no con ojos y oídos, hace que el alma sea la receptora final de las impresiones que nos llegan a través de los sentidos. Confiere otra intensidad a las cosas, abre a una vida más plena.
Nos permite “ver” al Creador a través de lo creado y desde lo material, lo terreno y cotidiano subir hacia Él. Todo, todos, se convierten (nos convertimos) en expresión, camino y seguros naturales de nuestro vínculo con Él.
Entonces adquieren otro valor el vecino, el mendigo, el enfermo, la rosa, el perro, la noche estrellada, el amanecer sereno, la caricia, también la enfermedad y las dificultades de la vida.
Todo es mensaje, yo mismo me transformo en mensajero y así el menor de mis actos cobra otra trascendencia. “Ya sea que comieres, ya sea que bebieres hacedlo para mayor gloria de Dios”.
Este mundo, que me transforma en un contemplativo en medio de la vida cotidiana, me interpela y me desafía TODOS LOS DIAS. Este mundo que sin dejarme tranquilo, me permite vivir la paz, es el que quiso defender el P. Kentenich cuando lo sintió amenazado y puso la carta sobre el ALTAR (un altar que no es una piedra, una carta que no es una capitulación).
Más allá de las incomprensiones, errores, deformaciones, obstinaciones (de TODOS los actores de este drama) que rodean al HITO del 31 de mayo, la vitalidad y lozanía de la Iglesia se jugaban, allí.
Hoy, luego del concilio, se juegan todos los días.
De esa historia de lucha por la fecundidad de un carisma, la carta sobre el altar fue, apenas, el principio.
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