La salud de nuestros vínculos
Autor: Hugo Barbero
La OMS ha definido a la salud como un estado de completo bienestar físico mental y social y no solamente de ausencia de enfermedad. Como profesional de la salud esa definición siempre me pareció incompleta. Algo parecía faltarle.
Hace unos años llegaba desde Chile una serie de publicaciones agrupadas bajo el título “Carisma”. En uno de sus números, dedicado a la espiritualidad filial, pude encontrar una frase que reforzó mi impresión original sobre aquella definición de la OMS, decía así: “el hombre nuevo es un hombre más sano y no meramente menos enfermo”.
Me pregunté entonces ¿qué es más sano?
Es evidente que si alguien tiene dificultades con alguna de sus funciones vitales como respirar, digerir o caminar quiere decir que está enfermo.
Ahora bien, quien tiene dificultades para amar ¿no lo está? ¿No es acaso el amor un elemento fundamental de la naturaleza humana? ¿No hace a su felicidad, a su calidad de vida?
¿Qué vacío hay en el alma de quien se percibe como un pozo infinito que debe llenarse de infinitas cosas?
¿No hay en el individualismo extremo de hoy en día una manifestación de enfermedad de la persona y del cuerpo social?
La carencia de empatía, de comprensión, de compasión, de solidaridad… ¿son propias de una sociedad que pueda considerarse sana?
¿Tenía razón Ortega y Gasset cuando decía que “El perro no puede desperrarse pero el ser humano puede deshumanizarse?
Hemos destruido el vínculo con Dios y con él los demás vínculos. Por eso hemos perdido el anhelo de trascendencia, de legar a los demás un valor que perdure y no solo un impulso efímero, fugaz e intrascendente. Nos contentamos con permanecer y transcurrir. Hemos llegado a creer que vivir es solo durar y consumir. Es por eso que si comemos, bebemos, caminamos y respiramos, somos sanos…¿lo somos?
Urge darnos cuenta de que cuando todo tiene precio es probable que nada tenga valor.
Urge vincularme sanamente con mi yo más profundo y tener el valor de preguntarme por el sentido de mi vida, por ese valor central que aglutina a todos los demás valores…los míos, los que me constituyen como persona y no solo como consumidor (¿consumidor de, consumido por?).
Urge reconstruirme desde anhelos y valores, no desde modas impuestas y apetitos desordenados.
Ser sano, hoy, es ser profundamente humano. Y eso se hace imposible si no lucho, con ayuda de la Gracia, por fortalecer cada día mi vínculo con Dios, vivenciarlo como Padre, sentirme profundamente hijo, con una filialidad adulta y vigorosa. Hacer del amor, el vínculo de la perfección, mi estilo de vida.
Hace poco tiempo celebramos los 75 años del 31 de mayo. La misión del 31 de mayo empieza por mí, por asumir la urgencia de hacerme cada día más humano, imagen y semejanza de Dios.
Las herejías antropológicas, de las que hablaba el padre fundador, son aquellas que buscan atacar a Dios a través de la degradación de quien está llamado a ser su fiel imagen en la tierra: el hombre.
Es vital reconstruir el mundo de los vínculos, los vínculos profundos, personales, permanentes, afectivos, libres.
“Más sanos, no solo menos enfermos”.
“El amor de Cristo nos urge ” ( 2 cor. 5, 14 ).
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