Nuestro uso de los medios ¿Quién maneja a quién?
Autora: Hna. M. Teresa Buffa
Hace un par de años, al tomarme un colectivo en la Capital, me impresionó profundamente la situación que tuve ante mí: una mujer de unos 30 años se sentó con un niño a upa. El chiquito habrá tenido 3 o 4 años. Ella tenía todo el aspecto de ser su mamá, aunque, al juzgar por su actitud, yo no podía creer que lo fuera. Tomó su smartphone, se colocó los auriculares, y los 20 minutos de viaje en que la tuve enfrente, estuvo encerrada en su mundo, mientras el chiquito –evidentemente acostumbrado a esa situación– miraba silencioso y con ojos tristes, como vacíos, por la ventana… Caí en la cuenta: ya a su edad, ese niño estaba signado por la cruz y el sufrimiento. Y pude ver con claridad: si no los utilizamos según su sentido, los medios de comunicación pueden convertirse en grandes medios de INcomunicación, la vida virtual puede alejarnos de la vida real.
Nos encontramos en la sociedad de la comunicación, la cultura de la imagen, la era digital. Los nativos digitales saben muy bien de qué se trata. Tal vez no de manera reflexiva, sino más bien de un modo vital. A nadie se le ocurre querer volver al pasado. ¿Quién se puede imaginar hoy la vida sin Whatsapp, Youtube o al menos celular? Y tampoco es el sentido.
Ya hace más de 100 años (acta de pre-fundación, 1912) el Padre Kentenich veía con claridad que podría sucedernos algo así. Aquí solo cito unas pocas palabras:
“El grado de nuestro avance en la ciencia –y parafraseándolo: el grado de nuestro avance en los medios de comunicación– debe corresponder al grado de nuestra profundización interior, de nuestro crecimiento espiritual. De no ser así, se originaría en nuestro interior un inmenso vacío, un abismo profundo, que nos haría sobremanera desdichados. ¡Por eso: autoeducación!”
Si esto valía para aquellos chicos de 1912, cuánto más para el hombre actual. Me gusta pensar que como schoenstattianos podemos ser modelo para la sociedad actual, en la manera de vincularnos y utilizar los medios de comunicación de un modo que ayude a la plenitud interior! “¡Por eso: autoeducación!” Pero en concreto, ¿en qué puede consistir?
Quisiera nombrar un principio básico y otros complementarios:
1. Lo que me ayuda a asemejarme a Jesús y a María, lo que me hace más pleno como persona, ¡bienvenido! ¡Y fuera con lo que me aleja de mi ideal!
Esto puede regalarnos luz y claridad en innumerables circunstancias en nuestra vida diaria. Si nos tomamos de la mano de la Mater, nuestra voz interior nos dirá si lo que estamos por hacer es para nuestro verdadero bien. Pero la aplicación de este principio requiere ejercitación consciente.
2. Que la vida virtual no reemplace mi vida real
Nuestro espacio natural de crecimiento se da en nuestras vinculaciones en la vida real. El contacto digital puede ser un complemento, pero no debería transformarse en un sustituto. Prioricemos, en la medida de las posibilidades, el diálogo personal en nuestras relaciones.
3. Asegurarme tiempos y zonas libres de los medios
Sí, así como hay zonas libres de humo para no contaminarse, también podemos evitar la “contaminación mediática” al asegurarnos ciertos tiempos y zonas sin los medios. Pensemos, por ejemplo, cómo nos dispersa cuando suena el celular en medio de una conversación importante o en un momento de oración, cómo corta el diálogo en nuestras familias la TV en las comidas, cómo nos impide la concentración en nuestro trabajo o estudio la constante ida y venida de mensajitos por Whatsapp. Ya no tenemos, muchas veces, capacidad de concentración para dedicarnos a fondo a lo que estamos haciendo. Se habla de una cultura de fragmentación. Sentimos que ya no podemos realizar nada a fondo. ¿No es, acaso, cierta “contaminación” la causa de esta realidad? Por eso es bueno buscar tiempos y zonas que nos ayuden a encontrar el equilibrio.
4. Cuidar lo que entra en mi alma
Un anhelo que toda persona noble lleva en su interior, sea velada, sea abiertamente: poder encarnar algo de la pureza de María, pureza que nos abre a lo divino, pureza que nos abre al encuentro profundo y desinteresado con los demás. Y en nuestra utilización de los medios, no debemos acallar este anhelo.
Ya Aristóteles sostenía que “el conocimiento comienza en los sentidos”. Pero los sentidos no filtran lo que perciben, todo queda en el alma. De ahí la responsabilidad que nosotros mismos tenemos frente a lo que dejamos entrar en nuestra alma a través de los sentidos. Pensemos en las imágenes de la TV, películas, videos y fotos que estamos dispuestos a ver, en lo que leemos y escuchamos, en lo que decimos y las palabras que usamos… Nuestro Padre y Fundador le daba, por eso, mucha importancia a la educación de la fantasía, lo que también implica el dominio de la curiosidad. No neguemos la realidad de que, en muchas ocasiones, un “no” frente a lo que nos quiere invadir, puede costar sacrificio, pero tampoco olvidemos la experiencia de plenitud y de paz que significa cuando respondemos con fidelidad a la inspiración interior de no dejar penetrar en nosotros lo nocivo. En la pureza se puede crecer, por el contrario, dejando entrar en nosotros imágenes positivas, imágenes de la naturaleza, imágenes que transmitan paz y armonía, imágenes y conversaciones que edifiquen y despierten lo noble.
Y por último:
5. Utilizar los medios como un instrumento para edificar a los demás, para enriquecerlos, para alegrarlos, para llevarlos hacia las alturas de lo más noble.
Y, más aún, animémonos también a utilizarlos con la valentía de San Pablo para anunciar la Buena Nueva y la valentía del Padre Kentenich para regalar al mundo el inmenso don de la Alianza de Amor.
Sin duda, una vinculación sana a los medios de comunicación requiere un constante ejercicio de la libertad genuina, verdadera. Es un desafío grande encarnar el hombre nuevo en este sentido, pero también sería un aporte sustancial a nuestra cultura si como schoenstattianos aprovechamos esta relación con los medios para crecer en la auténtica libertad de los hijos de Dios por la que nuestro Padre y Fundador se entregó aquel 20 de enero de 1942. Libertad de todo lo no divino para ser libres para Dios y lo divino. ¡No podríamos dejar a las generaciones futuras una herencia más preciosa!