MARIO HIRIART
Chile, 23.7.1931- Estados Unidos, 15.7.1964
Ideal personal: Como María, cáliz vivo, portador de Cristo
Apertura de su proceso de beatificación: 1994
Desde su nacimiento en Santiago de Chile, en 1931, Mario Hiriart estuvo marcado por la enfermedad. De contextura más bien débil, de niño no podía dedicarse al deporte ni hacer mucha actividad física, pero se destacó como un alumno excelente. Su padre, a pesar de que era masón, aceptó, por insistencia de la abuela de Mario, que el niño fuera a una escuela católica. Allí, en el colegio de los Maristas, comenzó a formar parte de la Acción Católica.
Caballeros del Santo Graal
En su primer año de estudio de Ingeniería en la Universidad Católica de Chile, formó, junto con otros amigos, el primer grupo de la Juventud Masculina de Schoenstatt en la capital chilena: los caballeros del Santo Graal. El nombre del grupo evocaba a los caballeros del Rey Arturo, los caballeros de la “mesa redonda”. Forjaron ideales y planes futuros de contribuir en la renovación y modernización cristiana de su país. Con determinación todos los miembros del grupo se dispusieron a entregarlo todo para la renovación de la sociedad.
El 29 de mayo de 1949, a pocos días de haber sido bendecido por el Padre Kentenich el primer Santuario de Schoenstatt en Chile, en Bellavista, sellaron, como grupo, su Alianza de Amor con María. Diez años después, Mario meditaría sobre aquella hora con las siguientes palabras:
“¿Cómo interpretar mi alianza de amor? Es claro, clarísimo como el agua clara… No te escogí yo a ti, Madrecita, sino tú me escogiste a mí, pero de una cosa estoy enteramente seguro: no fui yo quien por propio impulso fui allá e hice mi consagración, sino que tú me llevaste, tú me escogiste con un rasgo de tu generosidad maternal.” (29.5.1959)
El sueño de su fundador
En esos mismos días de 1949, desde el Santuario de Bellavista, por medio de un largo escrito, el Padre José Kentenich explicó a la Iglesia la misión divina de la cual se sentía portador. Entonces invitó a los hijos de Schoenstatt, a una cruzada de conversión por María en Cristo: había que volver a poner a Dios en el centro y para eso contaban con la ayuda fiel de la Santísima Virgen y con la misma fuerza con que el Espíritu Santo envió a los apóstoles en Pentecostés.
Mario Hiriart, como los demás schoenstattianos de esos años, no comprendió cabalmente el alcance de las palabras del Padre Kentenich, sin embargo, el tiempo, la gracia y sus reflexiones, fueron conduciéndolo hacia la encarnación del sueño de su fundador.
Transformar al mundo desde adentro
Mario fue cautivado por el llamado a ser un santo de la vida diaria. Por transformar el mundo desde adentro. Por reinsertar el cristianismo en la cultura y en la propia vida, integrando lo humano y lo divino según el orden querido por Dios. Utilizó todos los medios ascéticos que su fundador proponía para facilitar la acción de la Santísima Virgen y la transformación por el Espíritu Santo. De este modo, Mario Hiriart pasó de una conciencia ética y racional de Dios, hacia la certeza de la relación filial; del orgullo, hacia la infancia espiritual; de la apatía y comodidad, al sacrificio incondicional de la vida. Las cavilaciones filosóficas que eran sus meditaciones, se fueron transformando cada vez más en un diálogo fiel, cariñoso y comprometido con Dios a través de la Santísima Virgen. El santuario se fue convirtiendo en el centro fundamental de su vida interior y la Eucaristía, la Santísima Virgen y su padre fundador, en sus grandes amores.
Por medio de Schoenstatt, Mario llegó a descubrir a Cristo vivo en el corazón de cada hombre con quién tenía contacto y se esforzó por transparentarlo hacia cada uno de los que encontraba. Entendió el amor a los demás como puente de amor a Dios. Siguiendo el ejemplo del Padre Kentenich, quiso amar intensamente a los suyos como reflejos y a la vez caminos hacia el Padre Dios.
Ingeniero y Hermano de María
En 1953 Mario se recibió de Ingeniero Civil con la máxima distinción. Ya teniendo un buen puesto de trabajo en la Corporación de Fomento de la Producción, en 1955 se decidió a seguir el llamado del Señor a consagrarle su vida como laico en el Instituto Secular de los Hermanos de María de Schoenstatt; a dedicarse exclusivamente a servirlo, pero siendo un hombre más en medio del mundo, haciendo lo ordinario de manera extraordinaria. Con este fin, en 1957 partió a Brasil, a hacer su noviciado. Allí sirvió a jóvenes obreros en una escuela técnica y, entre medio, viajó por Londrina, San Pablo, Puerto Alegre, Montevideo, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza alentando a muchos jóvenes y matrimonios a decidirse por vivir radicalmente su fe; a comprometerse en la construcción de un ordenamiento cristiano de la sociedad y en el servicio público.
Tras su regreso a Chile, comenzó a dar clases en la facultad de Ingeniería de la Universidad Católica. Creó un banco de libros para facilitar su adquisición a los estudiantes más necesitados y allí fue para muchos un ejemplo, un maestro y un amigo.
Cáliz vivo
El Espíritu Santo lo condujo a una plenitud de la vida cristiana según el ideal que él mismo había asumido: ser “como María, Cáliz vivo, Portador de Cristo”. Conoció el sufrimiento y la soledad. Su mala salud lo martirizaba con permanentes achaques, hasta que un cáncer terminó consumiendo su vida.
En 1964 tenía como meta llegar al Schoenstatt original, en Alemania, pero quiso antes pasar por Milwaukee, Estados Unidos, para visitar al Padre José Kentenich que se encontraba exiliado. Después de algunos encuentros con el fundador debió ser internado en un hospital para ser sometido a tratamiento. Con paz en el corazón y una sonrisa en sus labios, expresión de su felicidad interior, a pocos días de cumplir 33 años, falleció el 15 de julio de 1964 en el hospital de Milwaukee y, un año después, sus restos fueron trasladados junto al Santuario de Schoenstatt en Bellavista, Chile.
Tras la muerte de Mario Hiriart, el mismo Padre José Kentenich llegó a decir de él:
“Ese es el tipo de hombre que queremos encarnar.” (P. José Kentenich)
El espíritu de familia en Schoenstatt depende de mi amor
Sus escritos personales son un valioso tesoro que revelan algo de su riqueza interior y de su amor a la Familia de Schoenstatt. Entre tantos otros, escribió:
“Nuestra Alianza de Amor, nuestras consagraciones, no son puramente algo personal, sino nos incorporan también a una familia; y nuestra vida de Alianza, nuestra vida de consagración a María redunda en bien o en perjuicio de todos aquellos que en cualquier parte del mundo han sellado también esa Alianza. Con nosotros y por nosotros vive la Familia de Schoenstatt, toda: su vida depende de mi vida; su Alianza depende de mí Alianza; el amor familiar, el espíritu de familia en Schoenstatt depende de mi amor a la Familia…” (19.5.1962)
Biografía:
Mario Hiriart – P. Esteban Uriburu, Editorial Patris